–¿Lo sabe? –repitió incrédula. Caleb asintió y se dirigió hacia la puerta.
–¿Eso es todo? –abrió la puerta y ella se sintió insultada por su horrible forma de comportarse–. Nina, tengo una reunión en cinco minutos –explicó, aun cuando ella ya estaba saliendo. Ni siquiera lo miró.
–Adiós –murmuró Nina, sin dejar de mirar al frente. Había sido un error acudir a Caleb, pero estaba desesperada. Quizás era eso.
Aunque no sabía para qué lo había intentado. De él, nunca saldría nada bueno. Solo inquietante... incluso cuando era humano, era tan extraño.
"Siempre se trata de él". Aquella frase, lo sabía, no había sido dicha por casualidad. Era deliberado, él quería que lo recordara. ¿O no? ¿Estaba alucinando? ¡Por supuesto!
¿Por qué iba Caleb a recordar algo que ocurrió hace años entre ellos? ¡Seguro que ni le había dado importancia!
No que ella se la hubiera dado, por supuesto. Solo que, por una vez, por un efímero instante, no se había tratado de Cameron. Sino de él, de Caleb.
No sabía cómo lo había resistido, pero lo había hecho. Por diez largos minutos, Nina se había quedado escuchando como Cameron le relataba su día junto a Sarah, y terminó pidiéndole que fueran juntos al baile de graduación. Fue suficiente, tuvo que huir. No importaba que fuera la primera vez que le mentía sobre algo, solo necesitaba salir de la casa. Se sentía asfixiada.
Quería llorar, lo haría en cuanto llegara a su habitación. Se arrojaría a su cama y se pondría a llorar como no recordaba haberlo hecho antes. Con fuerza, a gritos... o quizás solo dejaría que lágrimas bañaran su rostro, en silencio...
Cameron... era tan... dulce. Ni siquiera se había dado cuenta. Él no lo había querido así. Era ella, la que se había construido un castillo lleno de amor imaginario. Cameron la quería. Como su amiga. Su mejor amiga. Nada más.
Caminaba tan rápido que se dio cuenta demasiado tarde que iba a chocar contra alguien que atravesaba la acera delante de su casa. Pensó que se caería en el piso, pero fue sostenida con firmeza en su lugar, o mejor dicho, fue colocada en la acera. Tenía unos reflejos increíblemente rápidos. Caleb...
–Debes mirar por dónde caminas, niña –soltó con dureza, sin siquiera mirarla. Nina se disculpó en voz baja y ni siquiera estuvo segura de haber hablado–. ¿Te sientes bien? –Caleb se fijó en que parecía a punto de llorar–. ¿Te hiciste daño? ¿Nina?
No recordaba que él la llamara por su nombre antes e, indudablemente, no con ese tono de voz. Eso fue lo que le impulsó a mirarlo.
–¿Qué te sucedió? ¿Te hicieron daño? –repitió con creciente preocupación y ella sintió que lágrimas se agolpaban en sus ojos–. No, calma. Todo estará bien –susurró y, sin planearlo, la acunó entre sus brazos mientras continuaba hablándole en voz baja, contra su cabello–. Te lo prometo.
–¿Cómo? –habló Nina con voz rota– ¿cómo podría estar bien?
–Eres joven, lo estará. Sea lo que sea, estará bien –Caleb la separó y clavó sus ojos azules en ella con fijeza–. Te lo prometo, estará bien.
–No puedes prometer algo así, Caleb –Nina inspiró hondo, intentando controlar sus desbocadas emociones–. Si tan solo...
Sus palabras se perdieron y él intentó escuchar lo que decía. Bajó su rostro hacia el de ella, que se quedó muy quieta, con los labios entreabiertos por la sorpresa de lo que estaba sucediendo. Tan irreal.
–¿Sí? –Caleb observó sus ojos. Lo miraba diferente. Él se sentía diferente–. ¿Nina?
–Es solo que... –ella se mordió el labio con inquietud– tú...
–Aja... –Caleb observó el movimiento de Nina y quedó a centímetros de ella. Nina podía sentir el aliento de él mezclándose con el suyo.
La noche caía sobre ellos, las primeras estrellas empezaban a hacer su aparición y, si no fuera por la escasa luz de la lámpara de la calle, se encontrarían en total oscuridad. La luna no estaba por ningún lado.
–Caleb... –Nina se sintió débil. Se apoyó en él, intentando que sus piernas la reafirmaran en el suelo, nuevamente.
–Nina... –respondió él y cerró la distancia que separaba sus labios, por un instante. Solo rozó los labios de ella, antes de escuchar el susurro.
–Cameron...
Nina había estado pensando en todo lo sucedido durante el día. En un segundo, miles de imágenes habían pasado por su cabeza, mostrándole lo diferente que todo había salido de lo planeado. Debía ser Cameron, no Caleb.
Pero antes que pudiera reaccionar apropiadamente por ese descubrimiento, Caleb la separó de un solo tirón, dejándole a una considerable distancia de él. La miró con aquella mueca de desdén, tan característica y dijo:
–Cameron. Siempre se trata de él contigo, ¿verdad? –sus ojos azules mostraron decepción solo por un segundo, antes de arquear una ceja y que ni un solo rastro de dolor tiñera su voz, cuando añadió–. ¿Llegará el día que te note a ti? –acercó su rostro al de ella– porque, lamento decirte, que...
Se encogió de hombros, dejando la frase en el aire. Su carcajada burlona resonó en Nina, que se sintió estúpida. ¿Qué había estado a punto de hacer?
No, ese de ninguna manera había sido un beso y no contaba como tal. Ella jamás dejaría que Caleb la besara. Y era obvio por qué.
Uno, era el hermano de Cameron. Dos, era insoportable. Tres, ella lo odiaba.
***
Caleb apoyó la cabeza entre las manos con cansancio. Trató de escuchar, una vez más, la exposición del proyecto que llevaba a cabo uno de sus colegas pero no tenía un interés particular, la verdad. Bien, quizá debería estar prestando atención pero no lo lograba. Era frustrante.
Y, claro, sabía la razón. Lo que era peor, de antemano conocía como iba a terminar todo, así que ¿por qué demonios había accedido a ver a Nina? Porque era un idiota, esa era la respuesta. Tal como había imaginado, no podía dejar de pensar en su rostro lleno de esperanza y preocupación, como si él fuera una posible solución a la situación de Cameron. Como si pudiera hacer algo. Como si lo quisiera.
Por supuesto que, ahora tendría que hacer algo. Lo más pronto posible para poder sacar de su mente la mirada suplicante de Nina que lo acosaba desde que se había ido. Prácticamente una hora y aún podía escucharla en su mente.
¿Y de qué valía arrepentirse ahora? Solo le quedaba una cosa por hacer. Tendría que ir a casa. Irónico que lo pensara así, aquella ciudad jamás se sentiría así. Él solo había tenido un hogar en su vida y lo había perdido, solo uno.
Caleb había tenido la vida perfecta. Un hogar estable, un lugar privilegiado en la escuela, amigos populares y la novia ideal. Era total y absolutamente perfecta. La vida que todo adolescente soñaba. Hasta que, eso se destruyó. Frente a sus ojos, todo empezó a desmoronarse desde el momento en que su padre murió. Lo demás, solo continuó cayendo, como si se tratara de piezas de dominó. Una tras otra...
Terminó en una maldita y pequeña ciudad, que odiaba.
Lo había perdido todo. Había pasado de ser el chico que lo tenía todo, a ser el chico nuevo, que no tenía lugar alguno dentro de la nueva secundaria. Y su odio creció. Especialmente hacia su madre, que lo había obligado a irse del lugar que tanto amaba. ¿Cómo había podido hacerlo?
Y, cuando su hermano empezó a olvidar de dónde venían y a disfrutar la nueva ciudad, se sintió aún más miserable porque resentía eso. Se odiaba a sí mismo, no había muchas más vueltas que darle.
Nadie parecía entenderlo. Él no buscaba que nadie lo entendiera. Estaba solo. Totalmente.
ESTÁS LEYENDO
Si supieras
RomanceNina recibe una noticia inesperada. Su mejor amigo Cameron, del que ha estado enamorada en silencio durante años, está a punto de casarse. Desesperada, recluta la ayuda de Caleb, el frío hermano mayor de Cameron, quien podría ser la clave para aleja...