Capítulo 20

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–Caleb, una copa –insistió Marisa con una risita–. ¿Qué tan malo puede ser?

–No bebo, gracias –contestó cortante. Marisa torció el gesto.

–¿Nada? Eso no es cierto, Caleb.

–Perfecto –él esbozó una sonrisa despectiva–. No contigo.

–¿Es por la chica con la que sales? –cruzó sus brazos.

–Efectivamente –Caleb tomó su abrigo–. Este fin de semana iré a visitarla.

Marisa frunció el ceño y lo besó en la mejilla para despedirse. Caleb sonrió divertido y se alejó decidiendo que, después de todo, quizá si era una gran idea ir a visitar a Nina. No encontraba ni una razón para no hacerlo.

Llegó hasta su departamento relativamente temprano. Las últimas luces del día aún se vislumbraban en el horizonte, lo que lo llevó a pensar en Nina. Aquella tarde junto a ella había sido mágica y, a partir de ese día, su departamento parecía haberse visto invadido por la presencia de Nina. La veía recostada en el sofá, apoyada en el gran ventanal... creía escucharla. Solo... sentirla.

En la mañana, condujo su auto hacia la pequeña ciudad que había visitado más veces en estas últimas semanas que en los once años que había estado lejos de ahí. Era increíble que fuera tanto tiempo ya. Nina había sido apenas una niña cuando la conoció... ahora era todo tan diferente. Durante cuatro años, había sido diferente.

Caleb estacionó y miró hacia la casa de Nina, dudoso. ¿Debía ir directamente allí o fingir que visitaba a su madre? Era obvio que no. Sería más evidente si disimulaba... sobre todo si era algo que nunca hacía. Todos lo sabían.

Al tocar la puerta, la señora Danes lo saludó y lo invitó a pasar.

–Qué gusto verte, Caleb –sonrió dulcemente. Él sintió que veía un atisbo de la dulzura que Nina poseía–. ¿Te gustaría tomar algo?

–Estoy bien, señora Danes, gracias –asintió él, un tanto incómodo.

–¿Cómo te va? ¡No te vemos mucho por aquí! –negó con censura.

–Bueno, yo venía... –Caleb intentó hablar.

–Vienes por tu hermano, ¿cierto? –la señora Danes lo interrumpió y señaló al jardín–. Han estado ahí por días –sonrió divertida–. Cuando Cameron anunció su boda, pensé que Nina iba a sufrir tanto, siempre han sido tan unidos y llegamos a pensar que se casarían y... –suspiró con decepción– pero han vuelto a estar juntos. ¿No es maravilloso?

–Demasiado –murmuró Caleb sombrío, sin saber qué decir.

La señora Danes lo miró largamente, con curiosidad. Entornó los ojos y finalmente añadió:

–Ven, te acompañaré a verlos en el jardín –se levantaron y el teléfono sonó–. Bueno, debo atender. ¿Podrías seguir por el pasillo y salir al jardín? Los alcanzaré en un momento.

Caleb asintió y caminó con pesadez hacia la puerta de salida. La abrió con lentitud para que no hiciera ruido alguno. Se quedó parado en el umbral de la puerta, apoyado en el marco.

Nina sofocó un grito entre risas mientras Cameron rodeaba aún su cintura con el brazo y pedía disculpas, riendo. Ella puso los ojos en blanco y lo volvió a amenazar: o mejoraba o se terminaba. Cameron suplicó que lo pensara bien.

–Es que tú... ¡auch! –volvió a quejarse Nina y Cameron la estrechó contra él–. Creo que...

–Nina... –susurró en su oído, mirando fijamente hacia el otro lado. Nina giró y escuchó:

–Lo haces completamente mal, hermanito –Caleb soltó burlón. Nina no podía creer lo que estaba mirando. ¿Qué hacía él ahí? ¿Cuándo había llegado?– Hola, Nina.

–Caleb... –articuló con dificultad y sintió como se sonrojaba. La había visto bailar, casi tropezar y estaba abrazada a Cameron. Dejó caer sus brazos.

–¿Completamente mal? –Cameron frunció el ceño.

–Absolutamente. ¿No estabas tomando clases de baile?

–¡Es solo el vals! Y, si tan fácil es, ¿por qué no lo intentas tú? –giró y cruzó sus brazos, desafiándolo.

Caleb esbozó una media sonrisa, mientras empezaba a caminar hacia el centro del jardín con los brazos cruzados. Se paró a tres pasos de Nina y estiró su mano hacia ella.

Nina elevó sus ojos castaños hacia Caleb e instintivamente tomó la mano que le ofrecía. Él sonrió brevemente y Cameron se alejó a reiniciar la canción.

Una vez que las notas iniciaron, Caleb tomó firmemente a Nina por la cintura y empezó a guiarla, sosteniendo la mano de ella sobre la suya. Al inicio, los movimientos de Nina fueron algo torpes, pero Caleb acarició levemente su espalda y ella se relajó, sorprendida. Lo miró una vez más, buscando algo en los ojos azules de él. No sabía qué, pero necesitaba entender lo que sentía... ¿él también lo sentía así?

–Caleb, ¿qué estás haciendo aquí? –susurró Nina, un instante antes de que la hiciera girar.

–También me da gusto verte, Nina –exclamó burlón.

–No es que no me guste verte aquí. Es que... me sorprende.

–¿Por qué? –arqueó una ceja–. Lo haces bien, Nina.

–¿Ah? –pronunció perdida. Caleb miró brevemente hacia abajo–. Yo no soy la que no puede bailar, eso es culpa de tu hermano.

–¿Y por qué está bailando contigo, Nina?

–¿Por qué? Caleb... –Nina movió la cabeza–. Tú no respondes mi pregunta.

–¿Cuál era? –simuló pensar. Nina bufó por lo bajo–. Vine a verte.

–¿Ah sí? ¿Por qué? –preguntó pero él se mantuvo en silencio, con mirada enigmática. Estrechó a Nina entre sus brazos, en cuanto la melodía empezaba a disminuir en intensidad. Sus rostros se encontraban tan cerca y sentían como la tensión entre ellos crecía, aquel sentimiento extraño los invadía y el mundo alrededor desapareció.

Nina lo sintió. Esto era diferente. Estaba bien. No existía nada más allá y... deseó tanto que él la besara. Sin importar quién estuviera ahí. Sin importar que fuera Cameron quien estaba ahí. Ese momento, ese único instante, era de ellos.

–Bien, quedó claro que sabes bailar un vals –pronunció Cameron con fastidio y caminó hacia ellos–. ¿Me devuelves a mi pareja?

–¿No sería más conveniente practicar con Kristen? –preguntó con ironía Caleb, dejando a Nina a un costado.

–Lo sería, pero dejaría de ser sorpresa. Y esa es la idea, Caleb –explicó molesto.

–Entiendo... –Caleb iba a resistirse a decirlo, pero no lo consiguió–. Nina no es tu pareja, Cameron. Creo que te serviría recordarlo.

–Quizá no. Pero es mi mejor amiga –pronunció con énfasis.

–Chicos, ya –Nina puso los ojos en blanco, incrédula–. ¿Podemos calmarnos todos?

–Creo que debemos terminar de practicar hoy, Nina –Cameron la tomó de la cintura, con aire posesivo. Caleb arqueó una ceja con curiosidad.

–Está bien, Cameron –suspiró con cansancio Nina– tienes cinco minutos más.

Caleb retomó su lugar en la puerta, cruzando los brazos mientras intentaba ignorar el impulso de arrancar a Nina de los brazos de Cameron, tomarla entre los suyos y besarla. Llevarla lejos de todo, tenerla para él solo. La amaba tanto. Dolía saber que ella no.

Bastaron cinco minutos para saberlo con certeza cristalina. Aún mayor, como si fuera posible. La risa de Nina, sus ojos castaños brillaban con emoción, apoyaba su cabeza en el hombro de Cameron e incluso tomó el rostro de él entre sus manos.

Cerró los ojos. No, no importaba lo que había pensado. Él no podría soportarlo. Debía irse.

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