Capítulo 16

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Caleb había ordenado comida china, después de preguntarle a Nina lo que quería durante su viaje en auto. Cuando llegó la orden, Caleb dispuso lo necesario en la mesa y comieron en calma, charlando sobre las perspectivas de futuro de Nina y los lugares a los que le gustaría viajar en cuanto pudiera hacerlo. La sorprendió saber que Caleb también quería visitar muchos de esos lugares. Nina jamás lo habría imaginado, pero a medida que las horas pasaban, se daba cuenta que tenían mucho en común.

–Te dije que tendrías hambre –observó Nina cuando Caleb terminó con la última porción–. ¿Por qué no querías comer?

–No es eso –Caleb murmuró. Lo cierto era que no le apetecía separarse de ella y sugerir que fueran a su departamento podía ser tomado de una manera equivocada.

–¡Caleb! –Nina sonrió divertida–. ¿Qué piensas cuando te quedas tan callado?

–En ti –contestó. Nina entrecerró sus ojos–. En que estás aquí, nunca lo habría imaginado.

–Yo tampoco –se encogió de hombros–. ¡Vamos, quiero terminar de ver la puesta de sol!

Caleb se levantó detrás de Nina y la siguió, dejándose llevar de la mano por ella, como si fueran unos niños. Movió el sofá para colocarlo en el ángulo correcto y que Nina pudiera observar la dichosa puesta de sol sentada, cómodamente. La notaba cansada.

–Nina, ¿quieres ir a casa? –preguntó Caleb con preocupación–. ¿Ahora?

–No, aún no –negó–. ¿Por qué? ¿Tan pronto quieres librarte de mí?

–Nina... –Caleb puso los ojos en blanco–. Si quieres puedes terminar de verla, yo recogeré los platos y regreso.

Nina asintió y continuó absorta en el cielo, que empezaba a teñirse de púrpura. Suspiró con satisfacción, no había tenido un día tan diferente e inesperado en años. Le gustaba la sensación que tenía.

Cerró sus ojos por un momento y, sin notarlo, se quedó dormida en el sofá.

Caleb regresó y encontró que Nina estaba recostada en el sofá, profundamente dormida. No quería despertarla, se veía tan tranquila y confiada. Tan feliz.

Esta era su oportunidad, podía observar a Nina todo el tiempo que quisiera sin levantar ninguna sospecha. Se acercó, acomodó un mechón rojizo que le caía en la frente y ella suspiró. Tomó asiento en una silla frente a Nina y deseó saber qué estaba soñando. Sonreía, estaba seguro de que esa era una sonrisa. Su corazón dio un brinco cuando ella susurró su nombre entre sueños. Definitivamente, este había sido un día inesperado y feliz.

La amaba. Y si pudiera desear una cosa, indudablemente sería estar a su lado para siempre.

Nina bostezó y estiró sus brazos, chocando con el respaldo del sofá. Abrió los ojos de golpe, desubicada y estuvo a punto de caerse. Notó que la sostenían de los hombros y miró que Caleb le sonreía. Caleb...

–¿Caleb? –pronunció con sorpresa. Había estado soñando con él–. ¡Me quedé dormida! Lo siento tanto... –se sonrojó.

–Está bien, espero que hayas descansado. No quería despertarte o te habría ofrecido mi habitación –pronunció él, intentando alejar esa imagen de su mente. Era demasiado.

–No es necesario, estoy tan apenada –Nina sabía que sus mejillas estaban teñidas de un tono intensamente rojizo–. Es solo que...

–No ha habido ningún problema, Nina –la tranquilizó una vez más.

–Gracias, Caleb –Nina elevó su rostro y lo besó en la mejilla–. Gracias.

–No tienes nada que agradecer –se incorporó para que Nina pudiera levantarse.

–¡Oh no, perdí el autobús! –se dio un par de golpes en la frente–. Soy tan descuidada.

–No hay problema –Caleb negó, deteniendo la mano de Nina con la suya–. Yo te llevaré.

–No podría pedirte algo semejante. Es muy tarde y estarías de regreso aún más tarde en la noche y...

–Pues me quedo allá –le restó importancia–. Pero no dejaré que vayas sola. Además, que has tardado por mi causa –Nina empezó a protestar–. Y no importa lo que digas, de igual manera te llevaré y te dejaré a salvo en tu casa –dijo tajante.

–Si insistes... –Nina puso en blanco los ojos con exasperación. Sin embargo, sintió una ligera satisfacción por la preocupación de Caleb. No podía entender porque le gustaba que él quisiera su seguridad, pero no iba a negar que era agradable que cuidara de ella.

–Insisto –confirmó con tono seco, pero una sonrisa se dibujó en sus labios. Nina abrió los ojos con sorpresa, ese día había visto a Caleb sonreír más que en todos los años que lo conocía. Y no pudo evitarlo, sonrió en respuesta.

Durante el viaje de vuelta a casa, iniciaron una discusión sobre sus gustos musicales y escucharon a sus artistas favoritos, sus canciones preferidas y criticaron lo que el otro elegía. Nina reía cada vez que Caleb miraba de reojo hacia ella y fruncía el ceño, molesto por alguna objeción ingeniosa sobre su gusto musical.

Transcurrió tan rápido que Nina no podía creer que estuvieran frente a su casa. Cuando Caleb iba a bajarse a abrir la puerta, Nina le detuvo la mano.

–Espera... –Nina señaló hacia el radio–. Esta canción me gusta. ¿A ti?

–También –confirmó Caleb, escuchando la romántica melodía.

–Caleb, yo... –Nina se mordió el labio y lo miró con indecisión.

–Hemos llegado a casa, Nina –él le tomó su rostro entre las manos, sonrió y la separó–. Te acompañaré hasta la puerta –pronunció y se alejó de un tirón. Bajó del auto y abrió, para que Nina bajara–. ¿Nina?

–Sí, ahí voy –contestó en tono irritado. ¿Qué había estado pensando? Y ¿por qué sentía tan abrumadora decepción porque él no la hubiera besado? ¡Quería que la besara! Eso era... en verdad... in–cre–í–ble.

–¿Estás molesta, Nina? –preguntó Caleb con extrañeza. Ella negó, pero cruzó los brazos con terquedad–. Estás frunciendo el ceño.

–Eso no significa que esté molesta –continuó caminando y él la detuvo, despacio.

–Nina, ¿qué ha sucedido? ¿Te molestó algo que dije o hice?

–No, Caleb. Algo que no hiciste –murmuró y apartó su rostro. Él la tomó de la barbilla.

–Nina, mírame –pidió. Ella cerró los ojos con fuerza–. Si no me miras, voy a hacer algo que definitivamente te disgustará.

–Lo dudo –murmuró Nina y sintió el cálido aliento de Caleb en su rostro. Contuvo la respiración y sintió como él depositaba un suave beso en la punta de su nariz.

–Nina... –susurró él y rozó sus labios con su aliento, levemente–. Si supieras que yo...

–¡Nina, llegaste! –escuchó una voz mientras se abría la puerta de la casa de Nina. Caleb se incorporó de inmediato y la soltó. Nina abrió los ojos de golpe–. ¿Cómo fue qué...?

–Hola, Cameron –Nina giró sobre sus pies para enfrentar a su mejor amigo–. Sí, llegué.

–Evidentemente –murmuró, pasando su mirada de Caleb a Nina–. Escuchamos un auto y... ¿Caleb? ¿Qué haces tú aquí?

–También estoy encantado de verte, hermano –gruñó con fastidio–. Y ahora me voy.

–No, Caleb, espera... –Nina lo tomó del brazo–. ¿Quieres tomar algo?

–No, gracias. Debo buscar una habitación en un hotel y...

–Podrías quedarte en la casa –sugirió Cameron y Caleb arqueó una ceja–. Tu habitación sigue tal como la última vez.

Caleb empezó a negar pero, la verdad, no le apetecía buscar un hotel ni manejar de regreso a su departamento o, en fin, alejarse de Nina. Estaba cansado y, para su sorpresa también, se encontró asintiendo.

–Entremos, hace frío –pidió Nina y los dos la escoltaron hasta la sala de la casa.

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