7. Atracción al líder de la cabaña once

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Resultó que lo que ocurrió en el baño todo el mundo se enteró. Todos no señalaban, sobre lo de Percy y la paliza que le di a Clarisse.
Annabeth y yo seguíamos empapadas.

Nos mostró más lugares, como el taller de metal, el taller de artes y oficios, (por alguna razón me llamó la atención), el recódromo, que consistía en dos muros que se sacudían  violentamente, arrojaba piedras y despedía lava.

Regresamos al lago de las canoas, donde había un sendero que conducía a las cabañas.

—Tengo que entrar —dijo Annabeth—. La cena es a las siete y media. Sólo tienen que seguir desde su cabaña hasta el comedor.

—Annabeth, Julie. Siento lo ocurrido en el lavabo.

—No importa.

—Odio mojarme de ésa manera. Pero da igual —me encogí de hombros.

—No ha sido culpa mía.

Lo miró como si fuera su culpa. Y en realidad yo también creía éso aunque sonara tonto.

—Tienes que hablar con el Oráculo— dijo Annabeth.

—¿Con quién?

—No con quién, sino con qué. El Oráculo. Se lo pediré a Quirón.

Percy miró el lago. Comencé a exprimir mi cabello y ropa. Suspiré. De seguro me daría vergüenza pedirle ropa seca a Luke. Percy saludó a alguien en el lago. Miré el fondo y habían dos chicas cruzadas de piernas en la base del embarcadero. Tenían vaqueros y camisetas verde y su melena castaña les flotaba.

—No las animes —le avisó Annabeth—. Las náyades son terribles novias.

—¿Náyade? —repitió Percy. Sonreí como idiota con la imágen de Percy tomado de la mano con una náyade—. Hasta aquí hemos llegado. Quiero volver a casa ahora.

Annabeth frunció el ceño.

—¿Es que no lo pillas, Percy? Ya estás en casa. Éste es el único lugar seguro en la tierra para los chicos como nosotros.

—¿Te refieres a chicos con problemas mentales?

—Me refiero a no humanos. O por lo menos no del todo humanos. Medio humanos.

—¿Medio humanos y medio qué?

—Creo que ya lo saben.

Creo que lo sabía. Pero no quería decirlo, no quiero formar parte de esto, estoy demasiado confundida, con la pérdida de memoria y todos éstos problemas, creo que es suficiente para mí.

—No lo digas —reté a Percy. Apretó los ojos.

—Dios —dijo—. Medio dios.

Annabeth asintió.

—Tu padre no está muerto, Percy. Es uno de los Olímpicos, al igual que Juliette.

—Eso es... un disparate.

—¿Lo es? ¿Qué es lo más habitual en las antiguas historias de los dioses? Iban por ahí enamorándose de humanos y teniendo hijos con ellos, ¿recuerdan? ¿Creen que han cambiado de costumbres en los últimos milenios?

—Pero eso no son más que... —Percy se detuvo un segundo—. Pero si todos los chicos que hay aquí son medio dioses...

—Semidioses —corrigió Annabeth—. Ése es el término oficial. O mestizos, en lenguaje coloquial.

—Entonces ¿quién es tu padre?

Apretó la barandilla.

—Mi padre es profesor en West Point— dijo—. No lo veo desde que era muy pequeña. Da clases de Historia de Norteamérica.

Julie y el ladrón del rayo  [libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora