19. Toman el control de mi cuerpo

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Los campos de Asfodelos son tan difíciles de... describir.
Era un campo, si, muy gigantesco con hierba negra y miles y miles de espíritus deambulando, sus expresiones no demostraban nada, ya que su rostro brillaba o algo parecido.
Seguimos caminando y a lo lejos veíamos todo tipo de torturas. Todas tan horribles que no quiero describir. Por su bien.
No puedo creer que mi padre es quién haga estos castigos.

La fila en la que estábamos llegaba a lado derecho del pabellón de los juicios. Esta conduciría pendiente abajo hacia un pequeño Valle rodeado de murallas, la zona que se veía más feliz que las demás, había vecindarios de casas de todas las épocas, flores de plata y oro lucían en los jardines.
Ese sin duda era el Elíseo.

—De eso se trata —nos dijo Annabeth—. Ese es el lugar para los héroes.

Abandonamos el pabellón y nos adentramos a los Campos de Asfódelos,  los colores de nuestra ropa desaparecieron, la oscuridad aumentó, lo cual a mí me iba bien.

Después de unos kilómetros caminando, en el horizonte se cernía un palacio de obsidiana negra. Por encima de las murallas merodeaban las Furias.

—Supongo que es un poco tarde para dar media vuelta —comentó Grover.

—No va a pasarnos nada —dijo Percy.

—A lo mejor tendríamos que buscar en otros sitios primero —sugirió Grover—. Como el Elíseo, por ejemplo...

—No. Tenemos que ir allí —apunté el palacio de mi padre.

—Venga, pedazo de cabra —Annabeth lo agarró del brazo.

Grover emitió un grito. Las alas de sus zapatos de desplegaron y lo lanzaron lejos de Annabeth. Aterrizó dándose un buen golpe.

—Grover —lo regañó Annabeth—. Basta de hacer el tonto.

—Pero si yo no...

Otro grito. Sus zapatos comenzaron a revolotear como locos. Le viraron unos centímetros del suelo y lo hicieron arrastrarlo.

Maya! —gritó, pero no parecía tener efecto—. Maya! ¡Por favor! ¡Llamen a emergencias! ¡Socorro!

Grover comenzó a descender por la colina demasiado rápido. Corrimos detrás de él.

—¡Desátate los zapatos! —vociferó Annabeth.

Grover intentó alabanzas los zapatos, pero no podía.
La desesperación me carcomía. Apreté la perla de mi anillo y surgió mi arco.

Tomé una flecha y apunté a un ala de los zapatos de Grover. Lancé la flecha y el ala se rasgó, Grover perdió el equilibrio.

—¡Grover! —gritó Percy, y su eco resonó—. ¡Agárrate a algo!

—¿Qué? —gritó Grover.

Grover intentó sostenerse de la gravilla, pero era inútil. Seguí tirando flechas, pero estaba demasiado lejos que le pasaban por mucho.

Reparé en que habíamos entrado a un túnel, que estaba mucho más oscuro y frío.
Alcancé a  ver lo que teníamos enfrente, un abismo del tamaño de un cráter.

Grover patinaba hacia el borde.

—¡Venga, Percy! —chilló Annabeth.

Seguí corriendo y encendí mi cabello, después aparecí dos metros más adelante de dónde estaba, y así sucesivamente hasta alcanzar a Grover. Intenté jalarlo hacía mi. Pero las estupidas zapatillas seguían llevándolo al foso. Al Tártaro.

Grover le dio una patada a una roca y la zapatilla izquierda salió disparada hacia el abismo. Seguí tirando de Grover.

—¡Chicos! —grité pidiendo ayuda.

Julie y el ladrón del rayo  [libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora