16. Un poco de póquer no está nada mal

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Ares nos esperaba en el aparcamiento del restaurante.

—Bueno, bueno —dijo el dios—. No os han matado.

—Sabías que era una trampa —le espetó Percy.

Ares sonrió.

—Seguro que ese herrero lisiado se sorprendió al ver en la red a un par de críos estúpidos. Das el pego en la tele, chaval.

Percy le arrojó su escudo.

—Eres un cretino.

Sostuve el antebrazo de Percy, antes de que se le arrojara a Ares y cometiera una estupidez.

El dios agarró el escudo y lo hizo girar en el aire. Cambió de forma y se transformó en un chaleco antibalas, se lo puso.

—¿Ven ese camión de ahí? —señaló un tráiler aparcado en la calle—. Es vuestro vehículo. Os conducirá directamente a Los Ángeles con una parada en las Vegas.

El tráiler tenía un cartel, que por suerte estaba al revés y pude leerlo. «AMABILIDAD INTERNACIONAL: TRANSPORTE DE ZOOS HUMANOS. PELIGRO: ANIMALES SALVAJES VIVOS»

—Estás de broma.

Ares chasqueó los dedos. La puerta trasera del camión se abrió.

—Billete gratis, pringado. Deja de quejarte. Y aquí tienes estas cosillas por hacer el trabajo.

Sacó una mochila de nailon azul y se la lanzó a Percy. Eché un vistazo y tenía ropa limpia para todos, veinte pavos en metálico, una bolsa llena de dracmas de oro y una bolsa de galletas Oreo con relleno doble.

—No quiero tus cutres... —empezó Percy y le pellizqué el brazo.

—Gracias, señor Ares  —saltó Grover—. Muchísimas gracias.

—Me debes algo más —le dijo Percy—. Me prometiste información sobre mi madre.

—¿Estás seguro de que la soportarás? La chiquilla lo sabe —me apuntó y Percy me miró—. No está muerta.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que la apartaron de delante del Minotauro antes de que muriese. La convirtieron en un resplandor dorado, ¿no? Pues eso se llama metamórfosis. No muerte. Niña, ¿acaso te dio un dolor o algo parecido cuando tu madre se esfumó?

Negué con la cabeza.

—Tu puedes sentir las almas de las personas cuando mueren. Tú no la sentiste cuando desapareció.

Lo miré incrédula, ahora todo tenía sentido.

—Pe-pero...

—Alguien la tiene.

—¿La tiene? ¿Qué quieres decir? —le preguntó Percy.

—Necesitas estudiar los métodos de la guerra, pringado. Rehenes... Secuestras a alguien para controlar a algún otro.

—Nadie me controla.

Se rió.

—¿En serio? Mira alrededor, chaval.

—Sois bastante presuntuoso, señor Ares, para ser un tipo que huye de estatuas de Cupido.

Tras las gafas de sol, el fuego de sus ojos ardió.

—Volveremos a vernos, Percy Jackson. La próxima vez que pelees, no descuides tu espalda.

Aceleró la moto y salió con un fuerte rugido por la calle.

Julie y el ladrón del rayo  [libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora