18. Cerbero, mi cachorrito de tres cabezas

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Al despertar me di cuenta que estaba en el suelo, Percy a mi lado, aún estaba cansada.

—¿Qué pasa? ¿Dónde estamos?

Percy señaló las letras doradas sobre mármol negro «ESTUDIOS DE GRABACIÓN EL OTRO BARRIO»
Abrí los ojos como platos y me puse de pie.
El recibidor estaba iluminado y lleno de gente. Tras el mostrador de seguridad había un guardia con gafas de sol.

—Muy bien —nos dijo Percy—. ¿Recordáis el plan?

—¿Qué plan? —pregunté

—¿El plan? —Grover tragó saliva—. Si. Me encanta el plan.

—¿Qué plan? —volví a preguntar.

—¿Qué pasa si el plan no funciona? —preguntó Annabeth y yo sin recibir respuesta.

—No pienses negativo.

—Vale —dijo Annabeth—. Valida meternos en la tierra de los muertos y no tengo que pensar en negativo.

Seguí sin recibir mi respuesta. Percy sacó las perlas de su bolsillo.

—Lo siento, Percy, los nervios me traicionan. Pero tienes razón, lo conseguiremos. Todo saldrá bien —dijo  Annabeth.

—¡Oh, claro que si! —dijo Grover—. Hemos llegado hasta aquí. Encontraremos el rayo maestro, salvaremos a tu madre y no dejaremos que Julie...

Percy le cubrió la boca. Me crucé de brazos y lo miré fijamente.

—Algo me estáis ocultando, Percy. Dímelo.

—Juro que no es nada. Grover se le salió el hecho de que no te dejaremos atrás.

Asintió con la cabeza y Grover y Annabeth de igual manera. Entrecerré los ojos.

—Bien.

—Vamos a repartir un poco de leña subterránea.

Entramos a la recepción de EOB.

Había música de ascensor. Todos los asientos estaban ocupados, había gente sentada en los sofás, de pie, mirando por las ventanas o esperando el ascensor, nadie se movía, sus cuerpos eran transparentes.
El mostrador del guarda de seguridad era alto, era un negro alto y elegante, de pelo teñido de rubio y cortado estilo militar. Llevaba un traje de seda italiana.

—¿Se llama Quirón? —dijo Percy leyendo su nombre en la placa.

—Mira que preciosidad de muchacho tenemos aquí. Dime, ¿te parezco un centauro?

—N-no.

—Señor —añadió con suavidad.

—Señor —repitió Percy.

Agarró su placa de identificación con dos dedos y pasó otro bajo las letras.

—¿Sabes leer esto, chaval? Pone C-a-r-o-n-t-e. Repite conmigo: Ca-ron-te.

—Caronte.

—¡Impresionante! Ahora di: señor Caronte.

—Señor Caronte.

—Muy bien. Detesto que me confundan con ese viejo jamelgo de Quirón. Y bien, ¿en qué puedo ayudaros, pequeños muertecitos?

—Queremos ir al inframundo —intervino Annabeth.

Caronte emitió un silbido.

—Vaya, niña, eres toda una novedad.

—¿Si? —repuso ella.

Julie y el ladrón del rayo  [libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora