capitulo 3

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n la siguiente habitación, las ventanas están oscurecidas con pintura y suciedad, pero un poco de luz diurna pasa a través de ellas, de modo que puedo ver espátulas esparcidas por todo el piso y viejas latas con pedazos de comida seca en ellas. En el centro de la habitación hay una parrilla de carbón. La mayoría de los carbones ya están blancos, pero uno aún se mantiene encendido. Y juzgando por el olor y la abundancia de viejas latas y mantas, hubo bastantes de ellos. Siempre me enseñaron que los Sin Facción vivían sin comunidad, asolados unos de otros. Ahora, viendo este lugar, me pregunto por qué lo creí. ¿Qué los detiene de formar grupos, justo como nosotros lo hemos hecho? Está en nuestra naturaleza. ―¿Qué estás haciendo aquí? ―demanda una voz y me recorre como una descarga eléctrica. Me giro y veo a un hombre con el rostro ceniciento, limpiando sus manos con una toalla. ―Yo sólo estaba... ―mirlo la parrilla―. Vi fuego. Eso es todo. ―Oh, ―el hombre mete la esquina de la toalla en su bolsillo trasero. Está usando pantalones negros de Sinceridad con parches de tela de Sabiduría y una camisa de Abnegación, la misma que yo estoy usando. Es tan delgado como un riel, pero se ve fuerte. Lo suficientemente fuerte para herirme, pero no creo que lo haga. ―Gracias, supongo ―dice―. Aunque, nada está incendiado aquí. ―Puedo verlo ―digo―. ¿Qué es este lugar? ―Es mi casa ―dice con una fría sonrisa. Le falta uno de sus dientes. ―No sabía que tendría invitados, así que no me molesté en limpiar. Muevo la mirada de él a las latas. ―Debes moverte mucho, para necesitar todas esas mantas. ―Nunca había conocido a un Estirado que le interesaran tanto los asuntos ajenos ―dice. Se mueve más cerca y me frunce el ceño. ―Me pareces algo familiar.
Sé que no puedo haberlo conocido antes, no dónde vivo, rodeado de casas idénticas en el más monótono vecindario en toda la ciudad, rodeado por personas en las mismas ropas grises con el mismo cabello corto. Entonces se me ocurre: Aún escondido como mi padre trata de mantenerme, él sigue siendo el líder del consejo, una de las personas más importantes de nuestra ciudad y yo sigo pareciéndome a él. ―Siento haberte molestado ―le digo con mi mejor voz de Abnegación. ―Me iré ahora. ―Sí te conozco ―el hombre me dice. ―Eres el hijo de Evelyn Eaton, ¿no es así? Me congelo con su nombre. Han pasado años desde que lo escuché, porque mi padre no hablaría sobre eso, ni siquiera lo reconocerá si lo escucha. Ser relacionado con ella otra vez, aunque sea por el parecido facial, se siente extraño, como ponerse ropa vieja que ya no te queda. ―¿Cómo la conoces? ―él debe de conocerla bien, para verla en mi cara, que es más pálida que la de ella, los ojos azules en lugar de cafés oscuros. La mayoría de las personas no se daban cuenta de las cosas que teníamos en común: nuestros dedos largos, nuestras narices aguileñas, nuestras cejas lisas y pobladas. Él duda un poco. ―A veces era voluntaria con los de Abnegación. Dándonos mantas, comida y ropa. Tiene un rostro memorable. Además, estaba casada con el líder del consejo. ¿No la conocía todo el mundo? A veces sé que las personas están mintiendo sólo por la forma en que las palabras se sienten cuando llegan a mí, incómodas y erradas, la manera en que un Sabiduría se siente cuando lee una oración con un error gramatical. No obstante él conoció a mi madre, no porque le diera una lata de sopa una vez. Pero estoy tan sediento de escuchar sobre ella que no presiono en el asunto. ―Ella murió, ¿lo sabías? ―digo―. Hace años.

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