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La ceremonia se desarrollando demasiado rápido. ―Rogers, Helena. Ella elige Sinceridad. Sé lo que sucede en la iniciación de Sinceridad. He escuchado susurros sobre ello en la escuela. Ahí tendría que exponer cada secreto, sacarlo con mis propias uñas. Tendría que exponerme para unirme a Concordia. No. No puedo hacer eso. ―Lovelace, Frederick. Vestido todo de azul, Frederick Lovelace corta su mano y deja su sangre caer en el agua de Sabiduría, volviéndola rojiza. Aprendo lo suficientemente rápido para ser Sabiduría, pero me conozco lo suficiente para entender que soy demasiado volátil, demasiado emocional para un lugar como ese. Me sofocaría y lo que quiero es ser libre, no irme a otra prisión. No le toma nada de tiempo a la chica de Abnegación frente a mí tomar su decisión. ―Erasmus, Anne. Anne, otras de las personas que nunca encontró más que un par de palabras para hablar conmigo, avanza hacia al pódium, hacia Max, corta su mano y la sostiene sobre el tazón de Abnegación. Es fácil para ella. No tiene nada de qué huir, sólo una bienvenida cálida. Y además, nadie de Abnegación se ha transferido en años. Es la facción más leal, en términos de la Ceremonia de Elección. ―Eaton, Tobias. No me siento nervioso mientras avanzo a los tazones, aunque aún no he escogido mi lugar. Max me pasa el cuchillo. Está liso y frío, la hoja está limpia. Un cuchillo nuevo para cada persona y cada decisión. Mientras camino al centro de la sala, al centro de los tazones, paso a Tori, la mujer que aplicó mi test de aptitud. Tú eres el que tiene que vivir con esa decisión, había dicho. Su cabello está recogido hacia atrás, puedo ver un tatuaje saliendo sobre su clavícula, hacia la garganta. Sus ojos se encuentran con los míos con una fuerza peculiar, tomo mi lugar entre los tazones. ¿Con qué decisión podré vivir? No con Sabiduría o Sinceridad. No con Abnegación, el lugar del que trato de escapar. No con Concordia donde estoy demasiado envilecido para pertenecer. La verdad es que quiero que mi elección conduzca un cuchillo directo a través del corazón de mi padre, y lo traspase con tanto dolor, vergüenza y decepción como sea posible. Sólo hay una elección que puede hacer eso. Lo miro, él asiente con la cabeza, y hago un corte profundo en mi palma, tan profundo que el dolor llena mis ojos de lágrimas. Parpadeo para quitarlas y cierro mi mano en un puño para que la sangre se acumule allí. Sus ojos son como los míos, de un azul tan oscuro que en luces como estas siempre se ven negros, sólo hoyos en su cráneo. Mi espalda palpita y da punzadas, mi camisa de cuello, rasguñando la piel en carne viva, la piel que se llevaba con ese cinturón. Abro mi palmas sobre las carbones. Siento como si estuvieran ardiendo en mi estómago, llenándome hasta el tope de fuego y humo. Soy libre.

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