Antes de que el sol se oculte, tomo comida de la alacena y del refrigerador: dos panecillos y zanahorias crudas que todavía tienen las hojas, un poco de queso y una manzana, sobras de pollo sin ningún tipo de sazón en él. Toda la comida sabe igual, como polvo y engrudo. Mantengo mis ojos en la puerta para no chocar contra los compañeros de trabajo de mi padre. A él no le gustaría que todavía estuviera aquí cuando ellos vinieran. Estoy terminando un vaso de agua cuando el primer miembro del consejo aparece en el porche, y me apresuro a través la sala de estar antes de que mi padre llegue a la puerta. Él espera con su mano en el pomo, con sus cejas levantadas hacia mí mientras rodeo la barandilla. Apunta hacia las escaleras y subo por ellas, rápido, mientras abre la puerta. —Hola, Marcus. —Reconozco la voz de Andrew Prior. Es uno de los amigos más cercanos de mi padre en el trabajo, lo cual no significa nada, ya que nadie conoce realmente a mi padre. Ni siquiera yo. Desde la parte superior de las escaleras miro hacia Andrew. Se está limpiando sus zapatos en el tapete. Lo veo a él y a su familia a veces, una unidad perfecta de Abnegación, Natalie y Andrew, y el hijo y la hija (no son gemelos, pero los dos son dos años menores que yo en la escuela) todos caminando sosegados por la banqueta e inclinando las cabezas a los transeúntes. Natalie organiza todos los intentos de voluntariado para los Sin Facción en Abnegación. Mi madre debió de haberla conocido, aunque raramente atendía los eventos sociales de Abnegación, prefiriendo mantener sus secretos como yo mantengo los míos, escondidos en esta casa. Andrew se encuentra con mi mirada, y me apresuro por el pasillo hacia mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí. Mi habitación está tan vacía y limpia como cualquier otra habitación de Abnegación. Mis sábanas y mantas grises están envueltas apretadamente en el colchón delgado, y mis libros de la escuela están colocados en una perfecta torre encima en mi escritorio de madera contrachapada. Una pequeña cómoda que contiene varias mudas de ropa idénticas está junto a una ventana pequeña que deja entrar apenas un poco de luz de sol en las tardes. Puedo ver la casa de al lado; es igual a la casa en la que estoy, excepto que cinco pies al este. Sé cómo la inercia llevó a mi madre a Abnegación, si ese hombre realemente estaba diciendo la verdad sobre lo que ella le dijo. Puedo verlo pasándome a mí, también, mañana cuando me pare entre los recipientes de los elementos de la facción con un cuchillo en mi mano. Hay cuatro facciones que no conozco o ni confío, con prácticas que no entiendo, y una sola que es familiar, predecible, comprensible. Si escoger Abnegación no me llevará a una vida de felicidad de éxtasis, al menos me llevará a un lugar cómodo. Me siento al borde de la cama. No, no es cierto, pienso, y entonces entierro el pensamiento, porque sé de donde viene: la parte infantil de mí que tiene miedo del hombre que mantiene la corte en la sala. El hombre cuyos puños conozco mejor que su abrazo. Me aseguro de que la puerta esté cerrada y pongo la silla del escritorio debajo del pomo sólo por si acaso. Entonces me agacho junto a la cama para sacar el cofre que mantengo allí. Mi madre me lo dio cuando era más joven, y le dijo a mi padre que era para guardar mantas, que lo había encontrado en un callejón de algún lugar. Ella cerró mi puerta y llevó sus dedos a sus labios y lo puso en mi cama para abrirlo. Adentro del cofre abierto había una escultura azul. Parecía como agua cayendo, pero en realidad era cristal, perfectamente claro, liso y sin imperfecciones. —¿Qué es lo que hace? —le pregunté esa vez. —No hace nada obvio —dijo ella, y sonrió, pero la sonrisa era tensa, como si tuviera miedo de algo—. Pero podría hacer algo aquí. —Golpeó su pecho, justo en el esternón—. Las cosas hermosas algunas veces lo hacen. Desde entonces he llenado el cofre con objetos que otros considerarían inservibles: anteojos sin cristales, fragmentos de placas madres desechadas, enchufes, cables pelados, el pedazo roto del cuello de una botella verde, una cuchilla corroída. No sé si mi madre los hubiera consideraría hermosos, o siquiera si yo lo haría, pero cada uno de ellos me llegaba de la misma manera que la escultura, como cosas secretas, valiosas, quizá sólo por lo mucho que las pasaban por alto. En vez de pensar acerca del resultado de mi examen de aptitud, tomo cada objeto y lo giro en mis manos, así he memorizado cada parte de cada uno.
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The Transfer
ActionUNA HISTORIA DE DIVERGENTE es una de las cuatro historias escritas desde la perspectiva de cuatro. -Eres el único que tiene que vivir con tu decisión -dice-. Todos los demás lo superarán, avanzarán, no importa lo que decidas. Pero tú no lo harás. Ah...