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―No eres un mal corredor ―dice Tori mientras se acerca furtivamente a mi lado en la plataforma. ―Al menos para ser un niño Abnegación.  —Gracias —digo. —Sabes lo que va a pasar a continuación, ¿no? Ella se da vuelta y señala a una luz en la distancia, fija en la parte delantera de un tren que se acerca. —No va a frenar. Sólo va a desacelerar un poco. Y si no logras subir, allí acaba todo. Sin facción. Así de fácil es quedar afuera. Asiento. No estoy sorprendido de que la prueba de iniciación ya haya comenzado, que comenzó el segundo después de que dejamos la Ceremonia de Elección. Y tampoco estoy sorprendido de que los de Intrepidez esperan que me pruebe a mí mismo. Miro cómo se acerca el tren, puedo escucharlo ahora, silbando sobre los rieles. Ella me sonríe. —Vas a estar bien aquí, ¿no? —¿Qué te hace decir eso? Se encoge de hombros. —Pareces ser alguien que está listo para pelear, eso es todo. El tren se acerca a toda velocidad, y los Intrepidez comienzan a amontonarse. Tori corre hacia el borde, y yo la sigo, imitando su postura y sus movimientos mientras se prepara para saltar. Se aferra a una manija en el borde de la puerta y se balancea hacia adentro, así que hago lo mismo, buscando torpemente mi agarre y luego tirándome adentro. Pero no estoy listo para cuando el tren dobla, y me tropiezo, golpeándome el rostro contra la pared de metal. Toco mi nariz dolorida. —Suave —dice uno de los Intrepidez que está dentro. Es más joven que Tori, con piel oscura y una sonrisa relajada. —La delicadeza es para los presumidos de Sabiduría —dice Tori—. Logró subirse al tren, Amar, eso es lo que cuenta. —Pero se supone que debería estar en el otro vagón. Con los otros Iniciados, —dice Amar. Me mira, pero no de la misma manera que hizo el transferido de Sabiduría unos minutos atrás. Parece más curioso que otra cosa, como si yo fuera una rareza que debe examinar cuidadosamente para poder entenderla. —Si es amigo tuyo supongo que está bien. ¿Cuál es tu nombre, Estirado? El nombre está en mi boca el segundo que me hace esa pregunta, y estoy a punto de contestar como siempre lo hago, que soy Tobias Eaton. Debería ser algo natural, pero en ese momento no puedo soportar decir mi nombre en voz alta, no allí, en medio de todas esas personas que espero que sean mis nuevos amigos, mi nueva familia. No puedo ser, no voy a ser, el hijo de Marcus Eaton nunca más. —Para lo que me importa, puedes llamarme Estirado —digo, probando la broma ofensiva de Intrepidez que hasta ahora sólo he oído por los pasillos y en los salones de clases. El viento se mete en el vagón cuando el tren aumenta de velocidad, y es ruidoso, está rugiendo en mis oídos. Tori me mira de una forma extraña, y por un momento tengo miedo de que le diga mi nombre a Amar, estoy seguro de que lo recuerda de la prueba de aptitud. Pero sólo asiente un poco, y relajado me doy vuelta hacia la puerta abierta, con mi mano aún en la manija. Nunca antes se me ocurrió que podría negarme a decir mi nombre, o que podría dar uno falso, construir una nueva identidad para mí mismo. Soy libre aquí, libre de estallar ante la gente y libre de rechazarlos, e incluso libre para mentir. Veo la calle entre las planchas de madera que sostienen los rieles, tan sólo un piso bajo nosotros. Pero hacia adelante,  los viejos rieles dan paso a unos nuevos, y las plataformas se elevan más alto, envolviéndose entre los techos de los edificios. La subida ocurre gradualmente, así que no la hubiera notado si no fuera porque estoy mirando hacia el suelo mientras nos alejamos cada vez más de él, acercándonos cada vez más al cielo. El miedo hace que mis piernas se debiliten, así que me alejo de la puerta y me pongo en cuclillas contra una pared mientras espero que lleguemos a donde sea que estemos yendo.

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