Me cubrí con el capuchón de la sudadera negra y aún así me estremecía de frío, el sol había comenzado a ponerse sobre la playa y yo no llevaba más que unos shorts de jeans y tenis All Star. Les pedí a los gorilas que me dieran un poco de espacio y comencé a desandar la acera en dirección al mar. El teléfono suena cuando voy de camino. Lo saco de mi bolsillo y pongo los ojos en blanco al ver que es Reus. No es posible, no voy a entrar en ese juego justo ahora.
—Rechazar—le digo al teléfono. Aprieto con decisión el botón rojo y vuelvo a guardarlo mientras avanzo por la arena— Uy, lo siento mucho —farfullo al darme de bruces contra un tórax.
Es un torso firme, y el aroma a menta que me inunda me resulta muy familiar. Mis piernas se niegan a moverse y no sé qué voy a ver si levanto la mirada. Sus brazos ya están alrededor de mi cintura, sujetándome, y mis ojos quedan a la altura de la parte superior de su pecho.
Veo cómo le late el corazón a través de la playera.
— ¿Rechazar?—dice en voz baja— Eso me ha dolido.
Me aparto de su abrazo e intento recobrar la compostura. Está impresionante, con una playera gris sin mangas y un traje de baño rojo. Mi incapacidad para apartar la vista de su pecho por miedo a quedarme pegada a sus potentes ojos verdes hace que me entre la risa.
— ¿Qué te hace tanta gracia?—me pregunta. Sospecho que frunce el ceño ante mis carcajadas, aunque, como me niego a mirarlo, no puedo confirmarlo.
—Lo siento. No miraba por dónde iba.—Lo esquivo, pero me toma del codo y detiene mi huida.
—Antes de irte, dime una cosa, Roma. —Su voz me agudiza los sentidos y mi mirada se pasea por su cuerpo esbelto hasta que nuestros ojos se encuentran. Está serio, pero sigue siendo impresionante—. ¿Cuánto crees que vas a llorar cuando esa mujer te deje?
«¿QUÉ?»
— ¿Disculpa?—consigo espetarle pese a que mi boca parece llena de arena.
Sonríe triste ante mi sorpresa. Me levanta la barbilla con el índice y la empuja hacia arriba para hacerme callar.
—Piénsalo—Me suelta el codo.
Le lanzo una mirada furibunda antes de seguir mi camino en dirección a Valeria, con el paso más firme que mis temblorosas piernas permiten. No entiendo qué demonios me pasa, el corazón me late en la garganta y tengo las manos heladas.
Cuando miro a Valeria está furiosa. Y eso no es nada bueno.
— ¿Quién mierda es ese?—me espeta.
— ¿Quién? —miro a mi alrededor haciéndome la loca.
—¡El tipo que te estaba manoseando!—el tono de su voz aumenta de manera amenazante.
— ¡No me estaba manoseando! Val, no seas ridícula, solo nos tropezamos ¡ni siquiera lo conozco!
«¡Déjalo ya, por favor!», le suplico mentalmente.
—Termina con ese bla-bla-bla ahora mismo o te meto el móvil por el culo, tan adentro que vas a masticar cristal. ¡Te hice una pregunta y te pones a meditar!—Su tono es fiero.
Se encamina hacia Marco que está a bastante distancia de nosotras. Avanza a grandes zancadas dispuesta a darle alcance. Va a provocar un escándalo, a pesar de que trato de aplacarla de todas las maneras posibles. Se zafa de mí a manotazos y empuja a Reus con todo el cuerpo ni bien lo alcanza. El se frena en seco y se vuelve para enfrentarla.
—¿Quién eres tú para tocar a mi mujer?—los gritos de Valeria atraen la atención de los pocos paseantes que aún quedan en la playa.
— ¿Valeria, cierto? —pregunta Reus con ambas manos en alto, pidiéndole calma.
— ¡Dijiste que no lo conocías!—vocifera junto a mi cara mientras maldigo mentalmente a Marco por ponerme en evidencia—¿Roma me ha mencionado? Me encantaría saber que te ha dicho—le dice con ironía.
—Nada. Poco más—Marco intenta arreglarlo, pero ya es demasiado tarde para retractarse de la última frase. Le lanzo mi peor mirada asesina.
—¿Poco más? ¡¿Poco más?!—repite Valeria temblando de rabia—Bueno, yo te voy a decir poco más, imbécil. Tengo un revolver y una pala en el maletero de mi auto, si te vuelves a acercar a Roma voy a ponerte un tiro en cada pierna y a enterrarte tan profundo que no podrás moverte en tu agujero.
Valeria empuja a Marco y luego tironea de mi brazo para alejarme de ahí, pero no me da la gana moverme. Esta vez se pasó todos los límites. Acababa de amenazar de muerte a un jugador de futbol demasiado conocido ante un puñado de personas que no se quedaran sin comentarlo. Si esto se sabe mi padre me matará. O tal vez lo haga Valeria primero.
— ¡Muévete, Roma! Nos vamos de aquí.
Mis pies se niegan a obedecerme, tengo demasiado miedo. Pietro y Danielle llegan en ese momento y sostienen a Valeria, que está completamente fuera de sí, gritando y pateando.
— ¡Yo lo sabía! Siempre tuve razón, sabía que acabarías traicionándome, Roma. Pero no pensé que sería con un hombre.
Las piernas no me sostienen más y Marco amortigua mi caída, mientras me corren gruesas lágrimas mudas por las mejillas.
— ¡Vattene via da lui, non voglio più vederti puttana!—continua insultandome a gritos mientras los gorilas se la llevan arrastrada hacia su auto.
El me abraza mientras los sollozos salen de mi garganta, haciéndome temblar. Solo me estrecha sin decir nada, que era lo que yo estaba necesitando. No sé cuánto tiempo permanecimos así, tal vez media hora, hasta que se decidió a hablar con voz tímida.
—Roma, lo siento. Lo siento mucho.
— ¿Por qué lo sientes?
—Por todo, lo arruiné. Debería haberme hecho el desentendido.
—Sí, si debiste—contesto mientras me sueno la nariz.
—Pero no me imagine que fuese así, me tomó totalmente de sorpresa, está demente.
— ¡Cállate, no la conoces! No deberías buscarme, eso sí, no entiendo que pretendes. ¡Te dejé bien en claro que no me interesas y vuelves a insistir!—Me pongo de pie sacudiendo la arena de mi ropa—No te me vuelvas a acercar, mantente lejos de mí.
Salgo corriendo y me refugio en mi auto. Aspiro una línea de polvo que me deja la garganta más amarga que la situación que me tuve que aguantar. El corazón se empezó a acelerar y en un momento ya no sentía temor ni duda. Encendí un cigarrillo mientras le marcaba a Patrick.
—Prepárate, perra. Nos vamos de fiesta.
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Arrivederci Roma // Marco Reus
FanficRoma es una chica hermosa y adinerada pero rebelde y desorientada, que cree tener sus ideas muy claras. Pronto descubrirá que cuando se acuestan la razón y el deseo, todo puede ponerse muy difícil.