Sotto pressione

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Nadie sabe verdaderamente por qué terminé en ese internado en Suiza. La mía es una familia no solo muy rica y conocida, sino recelosa de una reputación construida durante décadas. Los problemas se solucionan en casa, silenzio stampa, todos mantengan la boca cerrada.

No había sido yo su primera vez, pero si había sido la primera en ver la terrible desolación que se escondía tras los duros ojos oscuros de Valeria Zaccanti. Ella era la "chica nueva", fumaba marihuana a escondidas en el estacionamiento del liceo, cargaba miles de pildoras recetadas en los bolsillos y siempre hacía cosas para demostrar que era ruda y de cuidado. Me tenía fascinada. La mayoría de las personas le huía, estaba claro que no se iba a hacer de muchos amigos, por eso sentí algo de temor al acercarme a ella la primera vez. Pero ella se aferró a mí y yo a ella como si no hubiese nada más en el mundo. Entonces ocurrió...

Me había golpeado en más de una ocasión, tenía ataques de furia y celos completamente irracionales, de los que salí muy mal parada en más de una oportunidad. Fue cuando me hice el primer tatuaje: a los 16 años llorando de la borrachera y del dolor, mientras un tatuador de la Via Coriolano tapaba con tinta los puntos del rajón que el cuchillo de cocina dejó en mi hombro derecho.

Mi padre me arrastró de los cabellos desde mi casa a Fiumicino y de Fiumicino a Zurich, con los labios muy apretados para no gritar que su hija adolescente se revolcaba con otra mujer, que además era hija de un político de lo más rastrero.

—Quiero saber cuántas veces más sucedió esto—inquirió mi padre, refiriéndose a los golpes.

No respondí porque mi lealtad era más fuerte que mi miedo. Así que me dejó ahí, muda y aterrada, bajo la helada luz que tamizaban los vitrales de la capilla; y seguía sin hablar cuando una religiosa muy joven y bonita pasó junto a mí tendiéndome la mano.

—Vamos, Roma.

Me dejé llevar aunque no me quedé mucho tiempo. Cuatro meses después recibí un mail de una amiga, contándome que Valeria se había cortado las venas luego de que Luca le dijera que ya no volvería a verme nunca, que la familia se aseguraría de mantenerla alejada de mí. Tenía que salir de ese lugar y regresar a Italia, tenía que saber que yo jamás la dejaría sola, que también era incapaz de vivir sin ella. Sentí culpa por lo que le hice a la hermana Hermeline, meter las manos bajo su hábito insinuándome no estuvo bien. Pero conseguí que me dieran una patada fuera del colegio. Esta vez fue Enzo el que se encargó de llevarme de vuelta a Italia, también de los pelos y mascullando amenazas a diestra y siniestra.

—El mejor favor que te podría hacer esa zorra es morirse. No solo a ti, a todos nosotros.

Mientras hablaba Marco deslizaba suavemente los dedos por los tatuajes que se extendían desde mi cuello hasta mis muñecas, delineando los dibujos con delicadeza. Sentí un escalofrío cuando besó la cicatriz irregular del hombro, giró mi brazo para rozar con sus labios el resto de las marcas, que si no tocabas la piel se podrían camuflar perfectamente.

—Y mejor ya no me sigas preguntando, esto no es asunto tuyo—aparté la vista, tratando de dar por finalizada la conversación.

—Son preciosos—dijo, repasando con la mirada todo el resto de mi piel dibujada.

—Igual que tu—contesté, en un solo impulso.

Todo desapareció a nuestro alrededor cuando nos quedamos mirándonos a los ojos. No era necesario hablar, él era capaz de comunicarse conmigo tan solo con una mirada, que era lo que estaba pasando ahora. Nuestros cuerpos se acercaron hasta estar completamente juntos. Sus manos apretaron mi cintura anticipando el beso, mientras en mi mente había un campo minado lleno de pros y contras. La parte que decía que no debía besarlo ganó la batalla y lentamente giré la cabeza para mirar el sol o para tener una excusa para mirar a cualquier parte menos a sus ojos.

Arrivederci Roma // Marco ReusWhere stories live. Discover now