Lei mi ama ancora

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Supe que algo andaba mal ni bien traspuse el umbral de la puerta, luego de que Marco me dejara en mi barco. El vello de la nuca se me erizó instantáneamente mientras un calambre me retorcía el estómago. Reconocía esa sensación: miedo. La mano se deslizó suave por mi cuello hasta taparme la boca mientras susurraba un "shhh" en mis oídos.

—Podemos hacer esto por las buenas o por las malas, pero tú ya conoces las consecuencias. Así que decídete por las buenas.

Me maldije en silencio por haber despedido a los guardaespaldas, en un intento por conservar a Marco lo más en secreto posible. Pero solo había conseguido llamar más la atención y convertirme en un blanco fácil, ¡qué idiota! Sabía cómo tenía que actuar, ni un movimiento brusco y sobre todo, conservar siempre la calma.

—Ahora voy a soltarte...Y tú no vas a gritar—murmuró. Balanceé la cabeza afirmativamente, sintiendo el atronador latido de mi corazón en mis oídos.

Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra distinguieron a dos personas más dentro del yate, Yaco y Moro; yo los conocía, eran inmigrantes marroquíes y se encargaban de "lavar la ropa sucia" del senador, esto es cobrar deudas, arreglar coimas y favores, pero sobre todo ajustar cuentas. Varias líneas de cocaína pura se alineaban en la mesa de cristal del comedor, listas para ser consumidas. Calculo que habrá unos 10 gramos, unos 500 euros, solo lo mejor. Puso su pajilla de platino en mis manos. Voy a hacerle caso. Voy a darle lo que quiere.

Acerco mi rostro a la mesa. Aguanto la respiración para así no exhalar aire y me tapo el agujero izquierdo de la nariz con el pulgar de mi mano izquierda, mientras con la otra mano sujeto la pajilla. Por fin, el momento ha llegado: por fin desaparecerá el dolor, olvidaré mis culpas, mi confusión, mis temores, olvidaré a Marco; llenaré el vacío que habita mi alma con fino polvo blanco. Aspiro con fuerza por la nariz y siento como la cocaína la atraviesa a toda velocidad: en un segundo puedo sentirla ya en la garganta. Pestañeo, aprieto los ojos, me lloran un poco. Limpio las lágrimas con el dorso de la mano. Quizás no sea por la cocaína. Quizás sólo son lágrimas.

—Así que has estado viéndote con el tipo ese, Reus—enciende un cigarrillo. Las volutas de humo enturbian aún más su mirada, llena de rabia contenida.

Temo responder. Con ella nunca se sabe, puede que lo sepa todo o bien, puede no saber nada. Tenía que responder de manera correcta. Si le decía que sí, enfurecería. Si le decía que no, no me lo creería tampoco.

—No es lo que tú crees—balbuceé, sosteniéndole la mirada.

Ni siquiera vi venir la bofetada que me hizo saltar la sangre y las lágrimas. Y me dolió.

Porca troia, no me vuelvas a mentir en tu vida, nunca más—me dijo enfurecida.

Sus secuaces parecían estar algo aburridos del espectáculo, después de todo no era la primera vez que Valeria me abofeteaba en su presencia. Daba vueltas como un león enjaulado, maldiciendo al aire en napolitano, dirigiéndose a ellos.

—Roma está a punto de dejarme para irse con un hombre. Porque, por mucho que digan, estoy en desventaja; no puedo competir con un pene de verdad y un olor a macho cabrío sin esquilar.

Tenía los ojos anegados de lágrimas, porque siempre acababa sintiéndose culpable. Recostó su rubia cabeza en mi regazo, mientras murmuraba cuánto lo sentía, lo mucho que me amaba, que no estaba dispuesta a perderme después de todo lo que habíamos pasado.

—¿Has estado acostándote con él? Roma, por favor, dime que no has tenido sexo con él.

¿Qué sentido tenía responder? Aunque hubiese querido mentir no habría podido, todo el cuerpo me temblaba nerviosamente y estaba al borde de un ataque de pánico producto del terror y la droga. Solo quería terminar de una vez con todo y echarme a dormir.

Arrivederci Roma // Marco ReusWhere stories live. Discover now