Capitulo 11

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Al volver a ver la costa francesa, sentí de nuevo la ya olvidada sensación de culpable ansiedad, con la que partí hacia ya tantos meses hacía Inglaterra. La brisa marina salpicada delicadamente mi rostro, mientras el viento movía mi peinado por todas partes. Esperaba que Alexander hubiera recibido mi apresurada nota, explicando mi pronta partida hacía Francia.

No tuve otra opción más que embarcar rumbo a mi antiguo hogar, con Mounsier De Polignac. Lo bueno es que pronto acabaría esta tortura y yo volvería a estar en brazos de mi apuesto duque.

Al pasar por el coquelicots Alley, aquel callejón residencial en donde se apreciaban las bellas amapolas en cada jardín delantero de las suntuosas mansiones, volví a recordar esa sensación de nerviosismo y miedo que sentí la primera vez que pasé por ahí, con mi recien esposo Mounsier Du Pronte, hacía ya tanto tiempo. Pronto vi, al final del callejón, las dos hermosas mansiones que coronaban la calle como las joyas de una corona. Una, la de Mounsier De Polignac, la otra, Du Pronte Manoir. La casa de mi fallecido marido, mi casa.

Cuando el carruje se detuvo frente a Polignac Château, Jaques me tomó una mano, con una expresión en el rostro casi dulce.

-quedaros en mi casa.- ne ordenó.

Retiré mi mano y sin decirle nada salí del carruje.

Ya afuera, ordené a los mozos de cuadra, que entregaran mi equipaje a mi residencia. Ni de broma me quedaría con ese imbécil.

-hablaré con Paullette y me retiraré a mi casa, y no me harás cambiar de opinión. - le dije.

Al entrar en Polignac Château sentí esa nostalgia y tristeza que se siente cuando hay un moribundo en casa. Una sirvienta me llevó hasta en segundo piso, a una habitación de lo más alejada en el fondo del pasillo.

Al entrar, la sirvienta me anunció, y vi a mi amiga, o mejor dicho a la que hipócritamente llamé "amiga" mientras no era más que la fulana de su marido.

Ahí, en una enorme cama con sábanas de seda, estaba Paullette, en camisón, flacucha, pálida, ojerosa, y con el castaño cabello pegado a la frente por el sudor. Nada en comparación con la bella mujer que había sido, con la que Jaques se había casado.

Estaba cargando en brazos a el que supuse sería su hijo. El que esperaba, cuando me fui a Inglaterra.

-Ma chéri Cecil! Que gusto verte de nuevo. - me dijo con una sonrisa, y la culpa me golpeo en el estómago como un puñetazo. - te ves absolutamente radiante, el cambio de aire te ha venido bien, vamos sientate a mi lado. Y ustedes, déjenos solas.

Hize lo que me indicó, y me senté en una silla al lado de la cama. Ella le entregó el pequeño cuerpo de su hijo a una nodriza, que se lo llevó presurosa fuera de la habitación, junto con una enfermera.

Su mirada castaña, antes tan cálida, ahora se veía tan apagada y sin vida.

-Le doy gracias a Dios que Jaques haya podido encontrarte... - me dijo. -... Te fuiste tan repentinamente.

No supe que decir, ella se comportaba tan amigable y amorosa conmigo como siempre y yo ya no me sentía capaz de mentirle en la cara como antes con esa falsa amistad que le profesaba.

-Debo pedirte disculpas, ma chéri... - le dije. -... He sido una mala persona contigo, te he mentido y traicionado de la peor forma posible. Y yo...

Ella sonrió.

-Lo sé, Cecil... Lo sé todo. Lo tuyo con Jaques, sus escapadas a deshoras a vuestra casa, incluso vuestro hijo no nato. Él me lo dijo.

Pero ¿Cómo era posible? Jaques siempre había sido un cobarde, primero frente a su padre, al que no pudo sino más que aceptar lo que le impuso, luego durante tantos años, un cobarde desgraciado conmigo y con su esposa.

Paullette pareció leer mis pensamientos.

-Fue un día después de que os fueras, me dijo que debía ir a por ti, que te ha amado siempre y que se comportó como un estúpido. Después me lo dijo todo. Y de la impresión entre en parto prematuro.

Y ahora debía darle las gracias, por poner sobre mis hombros el remordimiento de que ésta buena mujer se muere por mi culpa.

-lo lamento... - le dije.-... Realmente siento mucho remordimiento que te encuentres así por mi.

Ella sonrió.

-siempre lo supe ¿sabés? Me daba cuenta como él te miraba en los bailes, y como sus ojos te seguían con hambre, como un lobo. Me daba cuenta de vuestras sonrisas resplandecientes que le dedicabas solo a él. Siempre supe que nunca fui alguien relevante para Jaques, y en cambio tu eras todo para él.

Miré hacia otro lado, me era imposible sostenerle la mirada, con tanta culpa en mi interior.

-No debéis sentirte así, ma chéri, lo entiendo todo, y ahora mismo recurro a ti para que me hagáis un favor. Necesito que me ayudéis. Que me deis la paz que necesito.

Y ahora no podía creer, que ella quisiera mi ayuda, que me siguiera tratando tan benévola, y que además recurriera a mi.

- Lo que esté en mi mano, Paullette.- prometí.

-Estoy muriendo, ma chéri, y no te culpo de haber sucumbido a esas pasiones, eres una mujer enamorada y. Afortunadamente. correspondida.- esperé a que continuara, una sombra de dolor cruzó su rostro. - ahora lo que más me preocupa es mi hija, Fleurette.

-¡Es niña! - sonreí.

-Sí, es una pequeña hermosa y bastante enfermiza, y me preocupa dejarla. Por eso quiero pediros que cuideis de ella.

-Pero si ella tendrá a su padre, estará bien cuidada y mimada.- contesté recelosa, no quería tener nexos que me unieran a Jaques, nunca.

-Sí, pero necesitará una madre, y yo sé que sois buena a pesar de todo, también sé que Jaques y tu se aman y podréis fungir de buena esposa para él y buena madre para Fleurette.

-No. - susurré. Paullette tomó mi mano.

-por favor os lo ruego, desposa a mi esposo cuando yo muera y se una buena madre para mi hija. Serán un buen matrimonio, y mi hija crecerá sabiendo lo que es el amor, y no un matrimonio frío como al que me unieron con Jaques.

Amor Y Secretos (Saga Amour #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora