29. Declive

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Entro a hurtadillas en mi propia casa rezando porque mi madre aún siga trabajando, la idea no es descabellada, si pudiese ella viviría en el hospital

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Entro a hurtadillas en mi propia casa rezando porque mi madre aún siga trabajando, la idea no es descabellada, si pudiese ella viviría en el hospital.

El perro me recibe mesurado pero alegre y con su nariz me intenta guiar lo más rápido que podamos a mi habitación, su húmeda nariz me golpea la cadera para avanzar pero detengo mis pasos cuando escucho los de alguien más descendiendo por la escalera.

—¿Vienes ebria?—Jackson se vislumbra cuando llega al último escalón.

—No—gruñó.

—Ya...¿entonces porque tanto misticismo? ¿Mi tía sabe que llegarías a estas horas?

—Cotilla de mierda—masculló pasando por su lado.

Enreda sus dedos en mi muñeca llevándome contra él.

—Yo solo quiero ser colegas—su aliento golpea mi oreja.

—Las inscripciones se han cerrado—bufó molesta, halo mi brazo llevándome un morete por la brusquedad de mis actos—, y no vuelvas a tocarme. No me gusta.

Alza las manos a la altura de su rostro en símbolo de rendición.

—Y hablando de ella, ¿dónde está Analice?—enarco una ceja cruzándome de brazos.

—Fue a donde la abuela—descansa su espalda contra la barandilla de la escalera—. ¿No sabías que esta semana mis padres firman el divorcio?, tu madre quería estar con su hermano.

—No me inmiscuyó en esos temas...—miento a medias.

Era verdad que solía evitar los conflictos familiares, más si se trataba sobre los Hakstell. Pero mi madre tampoco hablaba conmigo sobre nada, mucho menos de lo que sucedía con su gente.

Mientras menos socializáramos Analice y yo más paz reinaba en casa.

Sin embargo eso asesinaba mi sentido de pertenencia, porque yo no contaba con una familia a la cual pertenecer...

Rodeo a Jackson dejándolo con la palabra en la boca, estaba demasiado cansada como para devanarme los sesos con ese tipo de cutres pensamientos.

Me esmeré en sentirme bien al saber que mi madre no estaría rondando por el pueblo durante unos días, seguramente se quedaría una buena temporada intentando mantener en pie al padre drogadicto de mi nuevo roomie.

Mi móvil suena a los pocos minutos mientras me encuentro lavándome el rostro, casi me arrojo encima de la mesita de noche cuando se detiene el ruido pero alcanzo a distinguir un nombre en la pantalla, o más bien un mote:

«Gamberro»

Le devuelvo la llamada que tarda nada en atenderme.

—¿Qué hacías?—su voz arrasa con la distancia erizándome los vellos.

Lo más profundo del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora