3. Gamberro

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Para la segunda semana de clase yo tenía diario más de dos escritos por entregar para cada materia que llevaba

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Para la segunda semana de clase yo tenía diario más de dos escritos por entregar para cada materia que llevaba. Como lo predije desde un inicio, las mejillas a estas alturas me duelen de sonreír un minuto sí y el otro también, solo anhelo poder estrellarme la cabeza contra el concreto para detener este suplicio.

Evito bostezar en tanto la vieja bibliotecaria amenaza con el monologo de siempre, si no regreso los libros durante el tiempo estipulado deberá pagar una multa de cinco dólares por cada lectura. Asiento complaciente, me despido y giro sobre mis talones evitando así decirle tres cosas bien dichas a la irritante mujer.

El lugar es ameno para hacer tareas, pero la presencia de esa anciana resulta irritante.

Las tres enciclopedias me doblan el peso, las rodeo bien con los brazos queriendo evitar dejarlas caer al suelo. Los pasillos repletos de estudiantes me sofocan, pero los jardines y espacios comunitarios parecen cocina económica repleta de cucarachas, en este contexto las cucarachas son los estudiantes deambulando sin rumbo fijo estorbando durante el camino.

Pedí a Anka y las chicas algo de espacio, postergue de más un maldito texto de derecho el cual analiza las partes de la demanda y lo necesito para ya.

El mejor trabajo será llevado a las oficinas de Crowell para adjuntarlo como posible curriculum de admisión en dado caso de entrar a alguna universidad y querer hacer practicas en el bufete Creed.

Si bien no lo necesito puesto ni siquiera podría dedicarme a lo mismo que mi tía paterna, las buenas referencias por parte de docentes me sube el puntaje con Columbia.

Alguien a mis espaldas me llama cuando cruzo uno de los jardines:—¡Eh, Ina!

La voz de mi mejor amigo resulta casi sofocada, últimamente juega al baloncesto en recesos sin siquiera pasarse para saludar a nuestras amigas. Las mismas semanas que yo llevo como muñeca que sonríe él las lleva de deportista gracias al nuevo.

Su trotar me toma desprevenida, él antes muerto que siquiera caminar con afán pero el que corra a por mí hace notar que bastaron solo once días rodeado de testosterona para lograr un cambio en él.

—Hola—vuelvo a sonreír por milésima vez en mi vida.

—¿Qué hay?—pasa el dorso de la mano por su frente limpiando el sudor que le desciende y engrasa el rostro—No te he visto más que en sistemas.

—Lo mismo digo—me centro en su nuevo séquito que nos escruta a la lejanía.

Los rezagados, acompañados y acolitados por el gigante de mirada penetrante aguardan a por Henry cerca de las canastas.

—He hecho amigos—avisa, como si fuese ciega incapaz de ver. Luce feliz—Son un grupo muy enrollado.

Muerdo el interior de mi mejilla evitando proferir algún comentario hiriente. No dudo que sean agradables, pero alguna falla tendrán que en ninguna tribu social encajan.

Lo más profundo del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora