Nos vimos seguidos por la ola de Errantes que penetraba la ciudad. Al mirar al cielo, observábamos decenas de helicópteros del ejército disparando mísiles contra las calles y edificios. El cielo oscuro relucía con las luces de las explosiones, mientras las nubes de humo, polvo y escombro se elevaban hacia lo alto.
Después de unos minutos, los Errantes decidieron que era mejor idea seguir aquellos destellos que sobresalían de entre los edificios, dejándonos continuar con nuestro recorrido. La vía para tomar la autopista fuera de la ciudad estaba del otro lado, para llegar allí tendríamos que pasar por hordas gigantescas de esas cosas. Yo sostenía el enorme mapa, observando y considerando alguna ruta que nos llevara lo más lejos posible de allí. Al final encontré un viejo camino que seguía por el bosque, si la cartografía no fallaba, terminaríamos en unas pocas horas en Pensilvania.
El camino de tierra tenía varios agujeros e irregularidades. Y obviamente solo contábamos con la luz que nos brindaba la Caravana y la luna, que al poco rato quedo cubierta por enormes nubes de tormenta. Mientras más nos alejábamos de la ciudad, las sirenas de emergencia se iban apagando con el ruido del viento corriendo entre los árboles. De vez en cuando veíamos alguna vereda que probablemente nos guiaría a algún pequeño fraccionamiento de clase alta o probablemente una granja.
Nadie decía nada a excepción de mis indicaciones que Alex seguía cuidadosamente al volante. Jafet se encontraba sentado en el pequeño comedor, con los codos recargados sobre la mesa y con las manos formando un triángulo sobre el cual su nariz se recargaba. Ya había parado de llorar, ahora solo miraba con los ojos irritados al vacío, sumido en la profundidad de sus vagos pensamientos.
Sam y Halston estaban en el sillón, aún con unas pocas lágrimas escapando por sus mejillas. Austin abrazaba a la última, consolándola, aunque el tampoco parecía muy emocionalmente estable. Vanessa estaba sentada detrás de mí, en el segundo asiento de copiloto. No había llorado, no había dicho nada. Solo observaba por la ventana el fúnebre paisaje.
Alex mantenía ambos brazos aferrados con fuerza al volante, con los rizos un tanto revueltos y ojos irritados y cansados. No había dormido suficiente, pero nadie más se atrevía a tomar el volante. Y más la muerte de Janet...no entendía como era que el chico podía con todo eso.
Luego estaba yo. Mientras escapaban por la ciudad había entrado rápidamente al acogedor baño. Recuerdo haberme limpiado la cara de sudor y haber pateado con fuerza el lavadero. Recuerdo haberme sentado en la tapa del inodoro simplemente para llorar con algo de privacidad. Pero no lo logré. No pude hacerlo. Por más que quería no lograba más que derramar unas pocas lágrimas. Luego Alex había pedido ayuda, así que tuve que salir.
No podía parar de recordar la cara de Janet antes de que la ola de monstruos se la tragara entera. El eco de sus gritos y sollozos permanecía atrapado en mi cabeza, recordándome por ratos todo lo que había pasado. Me sentía débil y cansado, más que físicamente de una forma emocional. No tenía ganas de nada. Decidí que no quería permanecer despierto toda la noche. Necesitaba algo de tiempo. Todos lo necesitábamos.
Después de un par de horas de viaje, con un fuerte trueno una leve lluvia comenzó. Observé a Alex.
-Oye...ya avanzamos mucho, tienes que dormir un poco. ¿Por qué no me das el volante?
Alex arqueó las cejas.
-Mejor la estacionó por aquí.
El chico llevó la Caravana fuera del camino hacia un pequeño claro en el bosque. Todos fueron a tomar sus posiciones para dormir unas cuantas horas antes de que saliera el Sol de nuevo. Todos excepto Jafet, el chico permaneció completamente inmóvil. Después de unos fallidos intentos por hacer que se moviera me rendí y fui a acostarme.
Sin embargo, pasó mucho tiempo antes de que pudiera conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, veía a una de esas cosas sobre mi como en la tienda del centro comercial. Cada vez que pensaba en dormir, no podía evitar pensar que Janet ya no estaría aquí al día siguiente. Aún me costaba creerlo. Ella se había ido. Janet había muerto solo a sus diecisiete años.
Trataba de olvidarlo, y cuando la recordaba, intentaba pensar que la muerte era algo natural. Entonces me di cuenta de que lo difícil de aceptar la muerte de alguien, no es que la persona esté muerta; sino que ya no volverá a estar allí, no la volverás a oír hablar, ver reír o a sentir el más mínimo roce de su piel. Eso era lo difícil. Pensar que cuando despertase al día siguiente todos estarían allí, menos Janet. Que sí en algún momento volvemos a casa, las cosas vuelven a su ritmo normal, no estaría Janet otra vez en los pasillos de la escuela, en el salón de clases. Cuando mirara a Jafet, solo estaría él, sin su fiel acompañante.
La noche se convirtió en una completa tortura basada en observar el tiempo en mi teléfono en intervalos de media hora, intentando conciliar el sueño, calculando el poco rato que dormiría y sin parar de recordar la muerte de la chica. Al final entre alguna de las tres tareas, por fin quedé dormido.
Desperté con los pasos de Alex volviendo del baño, se veía cansado y agotado. Claramente no había dormido lo suficiente. Observé a mi alrededor, Austin continuaba dormido junto a mí, en la orilla del sillón desplegable. Jafet permanecía sentado en el comedor con la mirada fija en el vacío. Parecía que no hubiera dormido nada.
Alex se acercó.
- ¿Cuánto llevas despierto? -pregunté.
- Cerca de un tercio de hora-se susurró-Jafet me preocupa, no ha dicho ni una sola palabra.
Hice una mueca.
-Solo dale tiempo.
-Hay algo que tengo que enseñarte-mencionó aún más preocupado.
Alex me llevó hacia la cabina, ocupó el asiento de conductor y yo el de copiloto. Fuera de la Caravana, el bosque se veía hermoso. Lleno de altos pinos, con el suelo cubierto de hierba, hojas y ramitas caídas. Debido a la iluminación, diría que era aproximadamente las ocho de la mañana. Aunque sería difícil adivinar con exactitud pues el cielo se encontraba lleno de nubes grises.
Alex encendió el radio y comenzó a sintonizar estación por estación. En la mayoría no había más que estática. Pero entonces, mientras avanzaba pude escuchar la voz de una mujer. El chico retrocedió hasta encontrar la frecuencia. Una chica hablaba por el radio, al principio creí que sería una locutora; pero me equivoqué. "Habla la asistente del Secretario Orwell, del Departamento de Defensa Nacional. El país se encuentra atacada por un Brote Mundial. No se alarme. Tomé medidas de higiene necesarias. Sí está en un lugar seguro, no se mueva. La ayuda va en camino." La voz se repetía una y otra vez, mientras una serie de pitidos y una sirena sonaba de fondo.
- ¿Qué significa? -pregunté.
- ¿Qué significa qué? -preguntó Vanessa mientras se acercaba por el pasillo.
Alex subió el volumen para que pudiera escuchar. Vanessa se mostró preocupada.
-Es el Sistema de Alerta de Emergencia-explico Vanessa mientras tomaba asiento.
- ¿Qué es eso? -preguntó Alex.
-Es como un "911" invertido, en vez de que tus llames a Emergencias, ellos te llaman a ti...el gobierno la emite por radio, televisión, internet y quizás por teléfonos. Te advierten en caso de algún peligro potencial...como alertas de tsunami o huracanes. La mayoría de los estados la poseen...
- ¿La ayuda viene en camino? –repitió Alex- ¿Qué quiere decir esta grabación?
Estuve a punto de hablar, pero Jafet me detuvo mientras se ponía de pie y avanzaba hacia la salida.
-Quiere decir...
El chico abrió la puerta de la Caravana, pero se detuvo antes de salir.
-...que la Pandemia ya azotó al país. Que el gobierno está en caos. Que sobrevivas bajo cualquier costo, que corras y te escondas. Que no vendrá ayuda...que ya inició el fin del mundo.
Alex apagó la radio inmediatamente.
-No sé si de verdad este sea el fin, pero ahora, Jafet me preocupad demasiado.
Vanessa observó al suelo pensante.
- ¿Que es lo que sigue?
ESTÁS LEYENDO
Pandemia
Science FictionUn viaje de intercambio: conocer nuevas personas, visitar nuevos lugares, aprender una nueva cultura. Suena genial, ¿no? Pues dejó de serlo para nosotros cuando el mundo se vino abajo. Las grandes ciudades fueron infestadas, la anarquía reinaba las...