15

27 3 14
                                    


Dedicado a Luisnai, con admiración por su trabajo.

Pero ella estaba hecha de otra madera, de una consistencia viscosa y dura que no se encuentra en esta tierra. Me voltee enredado en mi chamarra, intentando aislarme, quería dejar mi asiento y aunque fuera, irme parado junto al baño.

Pero ella, con toda su maldad, me abrazó y puso su blanca boca en mi nuca. Con prepotencia apretó mi cuello con su izquierda murmurando. "¿No quieres de esto? Mira, mira donde tengo la otra mano. ¿Te imaginas?" Sentí cómo desabrochaba el cierre de su pantalón y cómo se atrevió a bajar mi bragueta, luego también la suya. De reojo vi el color de sus pantaletas, blancas, flores azul pastel, de algodón. "No estoy enojada por lo que ibas a hacer, más bien, porque no me lo pediste... Tienes que pedirme las cosas por favor, ¿no te enseñó tu mamá a no ser grosero? Hay tantas cosas que pueden ser tuyas, basta con que me las pidas por favor, entiendes, por favor."

- Por favor, déjame en paz.

"Lo siento, eso no te lo puedo cumplir en este momento." Metió toda su mano adentro del calzón e hizo no sé qué cosas.

Ese día también aprendí las manifestaciones del olor. Ella y su parte olían a dieta del primer mundo, olían a un buen pediatra que pasa la estafeta a la confiable ginecóloga que explica las primeras manifestaciones de la vida cuasi-conyugal. Olía a lechuga, zanahoria, brócoli, la dosis perfecta de agua diaria... Olía a clases de equitación, ballet, voleibol, viajes a Disneylandia y Disney World, a Epcot Center y todos aquellos destinos infantiles de Estados Unidos. A la arena de Cancún y body lotions europeos... Finos, para no lastimar su delicado sistema olfativo de niña princesa... Olía a aerobics, a media hora –obligatoria- de caminata mañanera, trote perfectamente medido por un asesor de "running" o su equivalente en aquellos primitivos días pre-Internet.

Y de pronto, en medio de todo ese sutil refinamiento de la riqueza inacabable de su empresario padre, un duende pisaba charcos chacualeando, chacoloteando con frenética velocidad... No pudo contener un ronco gemido y su cuerpo se deshizo como si la hubieran balaceado. Agua, mucha agua caliente y un penetrante aroma cárnico, inhumano y muy de mujer, aventó la atmósfera y se impuso dominante sobre mí.  

EL MALDITO LIBRO DE COCINA DE MI TÍA ABUELA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora