DOLOR

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Ella observó mis lágrimas y mis vergonzosos lamentos ahogados.

- Perdóname. – Dijo ella.

Me sentí tan humillado. ¿No se suponía que yo era un hombre y que los hombres llevamos las cosas por el río de la vida? ¿No sé supone que una de nuestras gracias es comportarnos seguros a la hora en que representamos la "salvaje" parodia del placer? Es decir, debía mostrarme seguro, propositivo, fuerte, salvaje y todas esas pendejadas.

Nooooo... Tapé mi cara y mis ojos llorosos, sentía el rechazo como si me hubiesen rechazado todas las mujeres y como si ninguna me fuera a hacer caso jamás en mi vida.

Levantó su mano derecha para acariciar mi cabello. ¡Qué vergonzoso! Me estaba consolando como una madre que finge que su pequeño de siete años no se ha orinado frente a sus amiguitos.

Cada caricia suya era tan vergonzosa, tan denigrante.

- ¡Déjame! Te odio. – Le dije con dureza, pero quedito, reprimiendo mi voz. Y sin embargo había algo de fuerza en mi reclamo.

La sexualidad es una especie de león, negro, casi extinto, domesticado. Los últimos trescientos años los seres humanos hemos estado torciendo nuestra sexualidad, haciéndola cada vez más inocua, más socializada, más bella y estúpidamente aburrida. El león negro de la sexualidad en el ser humano está muriendo, los últimos estertores son ahogado bajo el discurso de lo políticamente correcto.

Esa tarde, los rayos del sol agonizaban tibios y sepia en los rubios mechones de la niña riquita. Esa tarde, no volvería a conocer el placer que algún dios –agonizante también- podría tener reservado a los hombres.

EL MALDITO LIBRO DE COCINA DE MI TÍA ABUELA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora