11. A tu puta casa.

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Capítulo once: A tu puta casa.

–¿Perdona? –pregunté, y me sentí igual que si me hubiera dado una bofetada.

Ariel se pasó una mano por el cuello, nervioso. Y empezó a contarme la historia.

–Antes de ayer te besé, ¿recuerdas? –asentí– Pues Anne me quiso llevar a casa pero le insistí que iba a ir a dormir en casa de un amigo. A mitad del camino, un coche casi me atropella cuando paró a mi lado. De él salió Axel Williams, o así me dijo que se llamaba. Y me dio una paliza. Dijo que lo hacía porque nadie se metía con Adriana.

Tragué saliva. Aquello no me lo esperaba. En absoluto me lo esperaba.

–Ese tío está loco –mascullé pasándome una mano por la boca.

–No está loco, simplemente tiene unas ganas de que le des lo que te pide increíbles... –respondió él.

–¿Y tú cómo sabes eso? –pregunté enarcando una ceja.

–Anne me lo contó.

Maldije a mi mejor amiga en silencio. ¿Por qué tenía que enterarse todo el barrio de que un mujeriego estaba empeñado en chingarme?

–Bueno, pues a Axel no le hagas ni caso –dije–. Pronto le daré lo que merece.

–¿Vas a liarte con él?

Solté una carcajada olímpica.

–¿Pero tú por quién me tomas? ¿Piensas que voy a querer algo con un posesivo de mierda? Masoca seré, pero no tanto.

Él se mordió el labio inferior al bajar su mirada a mi boca.

Ariel, no. Otra vez no.

–Ve a tu puta casa que el problema ya lo arreglo yo.

Él suspiró. Sabía que mi forma brusca de hablarle no le molestaba, sino que le gustaba. Lo veía en sus ojos. Y más bien me importaba poco.

Tan pronto como se marchó, dejé la caja de herramientas en casa y tras decirle a mi Gringa que iba a tomar algo por ahí, cogí el coche y me dirigí a un bar.

Tenía que relajarme un poco antes de empezar la guerra con el puto mujeriego. Porque se había pasado de la raya. Tres veces... O más.

En el bar le entré a un tío y nos liamos en su coche. Joder, qué bien me sentó echar uno para liberar tensiones.

Otro más a mi lista.

De vuelta a casa la recordé. ¿Seguiría con ella? Me encogí de hombros y torcí la boca. ¿Por qué no?, pensé. Así podré coronarme reina del instituto y aún seré más vividora folladora de lo que ya soy.

Era un mediodía de sábado como otro cualquiera, en los que mi madre se empeña en hacer carne asada para comer, pero tenía algo raro rondándome la cabeza. El dichoso mujeriego.

–Pásame el vino, Gringa –ordenó mi madre.

–¿Por qué estás obsesionada con echarle alcohol a la comida?

Mi madre era española, no latina. El estúpido de mi padre sí que era latino. Ella me daba a conocer raras tradiciones de las que jamás había escuchado hablar.

–Le da más sabor –respondió.

Torcí la boca. Mi estómago estaba cerrado con fuerza y no iba a entrarme por muy a alcohol que supiese.

–Oye mamá... –le dije.

Ella me miró por encima del hombro y entrecerró los ojos. Dejó la cuchara de palo sobre la cazuela y se giró para verme. Con dos palabras que le había dicho sabía que quería hablarle en serio.

–...¿Papá era un mujeriego?

Ella me miró sorprendida.

–Sí, mucho –respondió–. Yo fui una de sus "víctimas". Fui una estúpida. Al quedarme preñada de ti me dijo que él iba a participar en tu educación, y al día siguiente supe que había vuelto pa' Chile –torció la boca y me dijo con sinceridad:– Nunca te fíes de la palabra de un hombre, cariño.

La miré a los ojos y tomé aire. Qué jodida era la vida, por Dios.

–¿Por qué lo preguntas? –dijo.

–Porque quiero aprender de tus errores –respondí–. A mí también me la está colando un mujeriego... Y quiero pararlo.

–Ya sabes que si quieres freírle el rabo, hay aceite y sartenes de sobra en la despensa.

Sonreí.

–Eres la puta ama.

Pos claro, hija...

Tan sevillana como siempre.

Puedes Llamarme Hombreriega, MujeriegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora