20. Hazlo de nuevo.

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Capítulo veinte: Hazlo de nuevo.

–Sabes que eres la única persona que me está enseñando algo en esta vida, ¿no?

Hostia señor, mátame.

–Dame la puta zapatilla y déjame en paz.

Él se agachó para recogerla e hizo lo que le pedí. Menos la segunda parte.

–Adriana Carolina Gomez, te juro por toda mi mierda que nunca he tenido tantas ganas de estar con una mujer como las tengo ahora.

Tragué saliva disimuladamente para que no se diese cuenta de que empezaba a estar en la cuerda floja. Yo, no él. Yo empezaba a estar en la cuerda floja. Porque yo también quería estar con él.

–No eres como las demás –dijo, y esas palabras me hicieron enarcar una ceja. Él sonrió y se acercó a mí un poco más–. Sé que es un tópico, pero es la verdad. Las otras se rendían a la mínima, me tenían miedo, y a mí no me gustaba eso.

–¿Y por qué las humillabas entonces? –pregunté.

–Porque... Porque no sé, soy un cabrón.

–Por primera vez estoy de acuerdo contigo... –susurré.

–Y también lo estarás en que nosotros deberíamos intentar algo.

Mis ojos se salían de las órbitas. ¿De qué coño estaba hablando?

–Espera... ¿Tú no querías solo echar un polvo? –mascullé esperanzada.

–No, Adriana, yo quiero echarte todos los que me pidas, porque... Creo que estoy enamorado de ti.

La carcajada que solté fue impresionante. ¿Un mujeriego, enamorado? Me daba igual que pareciese que me estaba burlando de él, porque era lo que estaba haciendo, me daba igual lo que había dicho, porque estaba mintiendo.

–¿Es otra de tus tácticas para convencerme de querer tener tu polla entre mis piernas? –pregunté aún con una risita en el fondo de mi garganta.

–Piensa lo que quieras. Lo que te he dicho es la puta verdad.

Entrecerré los ojos para examinar más exhaustivamente los suyos. Quería no creerlo, echarlo a patadas del vestuario, pero si era mentira... Estaba segura de que iba a seguir colándomela hasta que mojara el pan. Y si era verdad, iba a querer mojar el pan de todos modos.

En resumen, que no me iba a dejar en paz por muy o poco enamorado que estuviese de mí.

–Te juro por toda mi mierda –le imité las palabras– que como llegues a burlarte de mí una sola puta vez, te cagarás en tu puta mierda toda tu puta vida.

–Nunca, te lo juro, volveré a burlarme de alguien. Te lo juro.

Sonó tan sincero y débil que cuando lo miré a los ojos, sentí la electricidad que tantas veces había notado al observarlo. Axel era el tío más cachondo que había conocido jamás, pero también el más cabrón. Y, de algún modo, decidí dejarme llevar por lo primero.

Estiré el brazo y metí los dedos en su pantalón para atraerlo hacia mí.

Él pasó sus manos por mi cuello y nuestras bocas se unieron en un salvaje beso que poco tardó en encendernos.

Agarrados, yo sujetándolo por el cinturón y él a mí por el cuello, caminamos sin dejar de besarnos hasta la puerta, que cerramos definitivamente para que nadie nos molestase. Me empotró contra la pared y, queriendo o no, enrollé mis piernas alrededor de su cadera, podiendo sentir su calor aún más fuertemente.

Quizás no estuviese enamorado de mí, quizás solo estuviese mintiéndome, pero sabía de sobras que sentía una atracción muy fuerte por mí. Se lo notaba a kilómetros.

Y yo por él también sentía esa atracción, esa calor que me recorría el vientre con solo pensar en tener su piel desnuda cerca de la mía.

Y con el deseo de cumplir mis fantasías, agarré su camiseta y tiré de ella hacia arriba para sacársela. Él levantó los brazos y separó su boca de la mía solo unos segundos, y, cuando volvió a unir sus labios, el beso aún era más caliente. Joder, pensé, y estaba segura de que lo había mascullado porque Axel sonrió en mis labios.

Mi ropa voló igual que había volado al ponérmela. Primero la camiseta, que me quitó lentamente para hacerme sufrir, y luego los pantalones, que tras poner los pies en el suelo, me quitó agachadito y besando la piel de mis piernas.

Cada vez sentía que tenía más calor, y necesitaba liberarlo de una puta vez antes de que tuviese que ir al hospital por fiebre nuclear.

–¿Por qué no te habré follado antes? –mascullé, y mis palabras se rompieron al soltar un suspiro.

Axel se había incorporado y, aunque la pared estuviera fría, la piel de mi espalda estaba lo suficientemente caliente como para no enterarme. Toda mi piel estaba caliente porque ya me tocaba a mí desvestirlo a él.

Pegué mis labios a los suyos mientras le desabrochaba el cinturón y el pantalón. Y, después de lamerle el labio inferior, se los bajé muy rápidamente. Y con ellos el bóxer incluído. Y esa vez sí, tenía toda su piel a mi disposición.

Mientras acariciaba con un dedo su miembro, que ya estaba erecto, él me quitó el sujetador. Al quitármelo un condón cayó al suelo. Él soltó una pequeña risita al ver dónde guardaba mis reservas, y me agaché para cogerlo. No me incorporé porque aproveché para abrirlo y ponérselo directamente para evitar olvidos. Cuando se lo puse, pasé la lengua por él y oí cómo Axel aguantaba la respiración. Pero no quería sexo oral, precisamente. Quería empezar por el vainilla de toda la vida.

Me quité las bragas y me senté sobre el lavabo con las piernas bien abiertas, tirando de la mano de Axel para que me siguiera. Y, tras marearme un poco demostrándome que sí que sabía hacer cunilingus y que su pene tenía ganas de tocar las vainas porque no paraba de rodear la entrada –adrede– para que me pusiera de los nervios, lo sentí dentro de mí.

Suspiré del placer. Y volví a hacerlo cuando Axel acercó su boca a mi oído y dijo, antes de besarme el cuello:–Te follaré muy fuerte.

–Eso es lo que me gusta...

De repente, me dio dos estocadas fuertes no, lo siguiente.

–Me cago en toda tu puta raza, Williams -mascullé en su oído tras soltar un grito impresionante.

Sentí su risa en mi cuello.

–¿No era que te gustaba? –respondió divertido, con una voz tan ronca y sexy que me hizo casi tocar las estrellas.

Gemí y le susurré:–Hazlo de nuevo.

Puedes Llamarme Hombreriega, MujeriegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora