6. Cómo humillar a un perro.

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Capítulo seis: Cómo humillar a un perro.

El caliente sol de un viernes de septiembre se estrelló en mi rostro con placer. Con tanto placer como del que iba a gozar en poco tiempo.

Había hablado con Anne. Ya se había relajado y me había pedido perdón por haber malinterpretado la situación. Yo, como siempre, la había convencido de que me hiciese un favorcillo para quedar en paz.

Me tendió la ropa de Axel, que colgaba de su índice y pulgar por la puntilla, con clara cara de asco.

–Ya entré en el vestuario y le robé la ropa, ¿algo más? –preguntó.

–No, gracias –respondí cogiéndola con diversión–. ¿Te aseguraste de que estaba en la ducha?

–¡Claro! Entré allí y registré todo, no te jode –dijo sarcástica–. Si tenía toda la ropa en la taquilla sería porque andaba en pelotas por algún lado, ¿no?

Asentí. La chica tenía razón y había que dársela.

–Oye, –dijo– ¿por qué le quieres quitar la ropa?

–Anoche intentó aprovecharse de que me habías dejado KO y gracias al cielo no lo consiguió.

Ella suspiró.

–No lo provoques demasiado. Él puede hacerte cosas peores.

–Lo dudo –respondí con una sonrisa.

Se encogió de hombros y se marchó. Había salido de clase de Biología para hacerme el favor en mi clase de Gimnasia, y estaba realmente muy agradecida. Yo no sería capaz de entrar en el vestuario masculino y robarle la ropa discretamente a Axel. Algún tío acabaría viéndome entre la niebla y no sería capaz de aguantarme las ganas de sexo. Estaba sedienta como una puta vampiresa. Y uf, cómo lo odiaba.

Las chicas de mi clase, que eran siete, ni se inmutaron al verme dejar la ropa de un tío sobre uno de los bancos que había junto a las taquillas. Eran bastante formalitas, o eso parecía.

La puerta del vestuario se abrió estruendosamente. Axel Williams apareció en la entrada con una mini toalla cubriéndole el rabo.

Qué lástima que vaya a caérsele.

Fingí sorpresa al verlo, y me llevé una mano a mi toalla para hacer que me la aguantaba para evitar me destapase.

–¿Ahora quieres aprovecharte de mí en el vestuario, Williams? –pregunté fingiendo indignación– No te creía tan... Cerdo.

Con eso logré captar la atención de mis compañeras, que se habían amontonado para poder ver la situación y comentarla.

–Dame mi ropa –ordenó caminando hacia mí.

Se plantó en frente mío y el calor de su piel se estrelló contra la mía. Acababa de salir de la ducha, y olía a jabón de coco que era una pasada.

–Ash, qué cutre me eres, chico –le contesté.

–Adriana, no estoy para bromitas –dijo gravemente–. Dame la ropa o --

–¿O qué?

–O te hago comerme el rabo aquí mismo.

Solté una risita y miré por encima del hombro a las demás.

–¿Véis qué cabrón tenemos en clase? –les dije. Luego, miré a Axel y no sé qué fue, si sus palabras o sus acciones, que la saliva se me acumuló en la boca y si no lo duché por segunda vez al escupírsela, lo mojé bastante.

Él soltó un bufido. Se estaba empezando a dar cuenta de con quién pretendía liarse a toda costa, y lo notaba en la forma en que apretaba la mandíbula.

–Estabas deseando que te viese desnudo y ahora puedes exhibirte –le dije–. Si quieres la ropa... –susurré en su oído, y sus ojos se abrieron como platos cuando terminé de hablar– tendrás que hacernos un striptease.

Puedes Llamarme Hombreriega, MujeriegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora