14. Meter la pata.

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Capítulo catorce: Meter la pata.

Ariel me sirvió otra copa de whisky, que tragué en un santiamén. Joder, cómo necesitaba sentir la alegría del alcohol.

-¿Para qué me llamaste? -pregunté, rompiendo el silencio que llevábamos manteniendo desde que me había sentado en su porche.

Él apretó los labios y yo aparté la mirada para observar la oscura y fría noche que nos cubría. Sabía que mis ojeras eran palpables a kilómetros pero me la sudaba, y mucho.

Escondí mis manos en las mangas de la chaqueta de terciopelo y volví a posar mis ojos sobre los suyos. Brillaban por la pequeña luz que iluminaba la entrada de su casa y la de mi mejor amiga.

-El otro día me marché de una forma un poco precipitada... -masculló.

-¿Y? -pregunté, y esbocé una sonrisa burlona-. ¿Ahora quieres hacer una despedida formal?

Él puso los ojos en blanco.

-¿Vas a dejar algún día de ser tan sarcástica? -preguntó.

Sus ojos brillaban cada vez más. Y su tono de voz había cambiado. Sonaba ronca, y sexy... Muy sexy.

-¿Vas a dejar algún día de tocarme los ovarios?

Me levanté repentinamente y lo miré sobre el hombro. Me saqué un cigarrillo del bolsillo y lo encendí. Me lo metí entre los labios y le di una calada.

-Tú sola no podrás darle a Williams lo que se merece.

-¿Me estás infravalorando?

Mi expresión no había cambiado. Me importaba más bien poco lo que él opinase sobre mí.

-Te estoy informando.

Esbocé una pequeña sonrisita. Y le di otra calada al cigarrillo.

Entonces lo tiré y lo pisé con tranquilidad. Retorcí el pie sobre él y supe que ya estaba apagado.

-Mañana es lunes. Y acabas de llamarme por teléfono a las tres de la madrugada para decirme algo que ya sé de sobra. ¿Eres idiota o tu virginidad está tan intacta que tienes que recurrir a la mejor amiga de tu hermana?

No me respondió. Simplemente su sonrisa se agrandó y se pasó la lengua por los dientes mientras me miraba fijamente a los ojos.

-Tengo sueño -añadí.

Me metí las manos en los bolsillos y atravesé el porche, luego bajé las escaleras y antes de meterme en el coche crucé el caminito de piedras en las que tantas veces había tropezado.

Abrí la puerta de mi Audi y al instante sentí una calor infernal en mi espalda. Miré por encima del hombro a Ariel y suspiré.

-¿Tú quieres que te desvirgue, verdad? -mascullé, y torcí al boca.

Me agarró por el codo y me obligó a darme la vuelta para encararlo. Pegué mi espalda al coche y él pegó su cuerpo al mío. Y entonces me besó, más ferozmente que la noche de la fiesta. Mucho más salvajemente.

Nuestra saliva, nuestras lenguas, nuestro calor... Todo estaba en equilibrio. Quizás fuese eso lo que nos hizo entrar en el coche. Quizás fuese el whisky que me había bebido. Quizás fuesen las ganas de echar el décimo polvo de la lista. No lo supe. Solo supe que, en la parte trasera, hicimos algo que quizás nos marcase para siempre.

Porque siempre tengo que meter la pata -y otras cosas-, ¿no?

Puedes Llamarme Hombreriega, MujeriegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora