18. Me da igual.

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Capítulo dieciocho: Me da igual.

La mano de Axel, que había estado acariciando mis pechos como si no hubiera un mañana, se apartó al ver que Ariel negaba con la cabeza, decepcionado, a través del cristal.

Salí del trance y después de poner los ojos en blanco, apreté los dientes y salí del coche. Un frío aterrador me atenazó, pero aún así hice lo que se me pasó por la cabeza. Corrí descalza sobre el césped del patio y alcancé a Ariel, que se giró y no pudo evitar posar por unas décimas de segundo su mirada sobre mis pechos.

–¿No querías acabar con él? –me preguntó en un susurro.

Miré a Axel, que seguía sentado en el asiento, aún medio desconcertado, y luego volví a posar la mirada sobre Ariel.

–Obedecí a mi apetito antes que a la lógica.

La teoría de Axel me había servido perfectamente para excusarme.

Creí que Ariel torcería la boca y se marcharía asqueado, pero se inclinó sobre mí y me besó.

Giré un poco el rostro para que no me diese algo en el cuello por la postura rara, y dejé que Ariel jugase con mi lengua en los putos morros de Axel.

Un Axel que apareció ante nosotros en segundos, y que separó al hermano de mi mejor amiga de mí de un empujón. Lo tiró al suelo y se abalanzó sobre él, dispuesto a partirle la cara allí mismo.

–¡¿Quieres llevarte otra paliza?! –le gritó Axel al mismo tiempo que apretaba sus manos sobre el cuello de Ariel.

Iba a darle una patada a Axel pero la respuesta de Ariel me hizo querer marcharme de allí y dejar que se mataran.

–Adriana me quiere a mí –replicó el otro casi sin voz.

No me fui. Simplemente le di la prometida patada a Axel en un brazo y lo tiré al lado de Ariel. Los dos, desde el suelo, me observaron.

–¿Sois gilipollas o qué? –exclamé furibunda–. ¡Yo no quiero a ninguno de los dos! ¡Yo no quiero a nadie! Echo polvos a diestro y siniestro, ¿en serio pensáis que en algún momento he pensado en tener una relación normal con vosotros?... Sois unos ineptos –les escupí.

Me daba igual que sus ojos brillasen por verme –casi– desnuda –casi– sobre ellos. ¡Como si no vieran más tetas por ahí!, pensé.

–Imbéciles...

Me giré enfadada y cogí la ropa de Axel del coche. Se la tiré al césped y tras cerrar la puerta del copiloto –no sin un buen portazo–, me metí para marcharme de allí lo antes posible. Pero ambos se pusieron delante del coche cuando encendí el motor y por poco piso el acelerador.

Me llevé las manos al rostro y me quité el sueño de vez al pasar los dedos por mis ojos. Cómo me cansaban, joder.

Miré la hora que marcaba el coche y supe que ya debería estar metiéndome en la ducha para empezar el día bien fresquita. Así que di marcha atrás muy rápidamente y luego aceleré, pasando por su lado casi sin que pudiesen reaccionar.

–¡Que os follen! –les grité tras bajar la ventanilla del copiloto, y les hice el corte de manga.

Encendí la radio y puse la música a tope. Me daba igual que ya todo Nueva York estuviera levantándose. Me daba igual que me vieran las tetas. Me daba igual que escuchasen mi música. Me daba igual todo.

Pero mi mirada se posó sobre la guantera, que estaba abierta –por Axel seguramente– y vi la lista de mis folladuras. Estaba arrugada.

Y yo no la había dejado así.

¿Por qué a ese anormal le fastidia que mi lista aumente?

Puedes Llamarme Hombreriega, MujeriegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora