9. Lo que uno quiere.

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Capítulo nueve: Lo que uno quiere.

Adriana

–Tía, se me hace muy largo decir tu nombre entero. ¿No tienes ningún apodo o algo? –dijo Axel tan pronto como se aclaró el pelo.

Lo miré por encima del hombro.

Estaba en pelota picada.

Me importaba una mierda que me enseñase el rabito.

Lo que no me cuadraba era que primero se tapase y ahora se destapase. ¿Es que tenía asumido que se la iba a acabar viendo o algo? Porque si se lo veía solo sería para cortárselo, no para hacer otra cosa.

Recordé que me había preguntado algo y empecé a buscar en mi cabeza la respuesta. De verdad, no entendía su lógica.

–Mi madre me llama Ana, Adri, Riana, Caro... Y cuando le da venada, Gringa... No preguntes porqué.

–¿Y tu padre?

Me aclaré la garganta y volví a centrarme en la cañería.

–Mi padre no merece ser nombrado.

Un sonido gutural de su parte me hizo entender que no iba a meter más caña en el tema.

–¿Cuál escoges? –pregunté enarcando una ceja, y volví a observarlo por enésima vez por encima del hombro.

Se encogió de hombros.

–Ninguno me gusta.

Sonreí. A mí tampoco.

–¿Me pasas el peine, mamita?

–No me sale del coño, papito.

Volví a agarrar la llave inglesa y terminé de arreglar la maldita tubería. Cuando levanté la mirada, Axel había salido de la ducha y se había parado junto al lavabo para peinarse mirándose al espejo.

–Me estás metiendo el plátano en la boca, ¿lo sabes? –mascullé mientras recogía las herramientas y las metía en la caja.

–¿No te gusta?

–No es que no me guste, es que no viene al caso.

–¿Por qué no viene al caso?

–¿Por qué no paras de hacerme preguntas? –repliqué levantándome.

Sentí un pequeño dolor en las rodillas pero nada que no pudiera soportarse. Y más cuando tenía otras cosas de las que... Preocuparme.

Axel bajó el peine y lo dejó sobre un estante.

–¿Quieres ya que pasemos a la acción?

–Eso es otra pregunta.

Apoyó las manos sobre el lavabo y me miró fijamente.

–Pasemos a la acción.

–Suenas como Dora la Exploradora.

Soltó una risita que pronto se esfumó.

–¿Tienes ganas de pasar a la acción?

–Eso es otra pregunta.

Él puso los ojos en blanco y yo sonreí porque sabía que lo estaba toreando. Me encantaba torear a la gente. Les gastabas una broma, les decías que la siguiente iba en serio y se lo creían. Volvías a gastar una broma, volvías a decir que la próxima en serio y volvían a creérselo. Qué estúpidos e ingenuos somos a veces...

Sí, para ingenua yo, que me perdí pensando –más bien filosofando– en vez de atender a lo que estaba. Creí que Axel probaría de nuevo con otro enunciado, pero me equivoqué.

Decidió optar por levantar las manos del lavabo, y las colocó rápidamente en mi cintura. Me demostró que tenía la fuerza de Hulk cuando me elevó en el aire y me estampó con suavidad en la pared. Me vi obligada a rodearlo con mis piernas, y eso no hizo más que hacerme sentir su rabo más cerca.

Pero no fue en eso en lo que me centré, sino en que había pegado sus carnosos labios sobre los míos y no dejaba de ofrecerme un manjar difícil de resistir. Pasé una mano por su pelo, totalmente mojado, pero aún así lo apreté bien para que él no pudiera separarse de mí. Aquel momento me recordaba a tantos otros con mis chicos...

Cuando quise darme cuenta, Axel había metido sus manos por debajo de mi jersey y estaba dispuesto a quitármelo en cuanto se separase de mí para tomar aire. Pero yo se lo impedí.

–No quiero tener nada contigo, Williams –dije bruscamente.

Lo separé un poco y volví a tocar el suelo. Una Converse se me había desatado y me agaché para evitar caerme por las escaleras como una estúpida.

Entonces sentí que me tiraban del pelo.

Gruñí. ¿A qué coño venía eso?

–Suéltame –ordené, preparada para incorporarme y que de la hostia que iba a llevarse chocase muy fuerte contra el lavabo y se rompiese más de una vértebra.

–Vas a darme lo que quiero. Y vas a dármelo ahora.

Puedes Llamarme Hombreriega, MujeriegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora