23. Números, nombres y fechas.

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Capítulo veintitrés: Números, nombres y fechas.

Había caído rápido de la nube en la que estaba. Peligrosamente rápido.

Para empezar, ya había pasado una semana desde que habíamos caído presos por culpa del padre de Axel, que acabó retirando la denuncia porque no quería pagarle a un abogado que encarcelara a su propio hijo. Recapacitó y le pidió perdón por no creerle.

Salimos de los calabozos esa misma noche, y para celebrar que todo había salido bien, Axel me invitó a quedarme en su casa. Si no echamos diez polvos en toda la noche yo soy virgen.

Nos comimos, literalmente. Yo se lo comí todo y él me lo comió todo. Y qué felices éramos, joder.

No dormimos ni cinco minutos. Incluso tuvimos nuestro último orgasmo a las siete de la mañana, en la ducha, y luego nos vestimos como si nada. Fuimos al instituto y en todas las clases estuve en Babia. En Babia porque joder, su lengua era maravillosa.

Se lo había dicho a mi madre. Le había dicho que estaba liada con un tío y que si no iba a dormir era porque estaba con él. Mi madre, tan liberal como siempre, me dijo que mientras no volviera con un nieto encima, que le daba igual. Ella me lo decía porque sabía que un hijo a mi edad me iba a arruinar la puta vida, y yo estaba de acuerdo con ella. A veces incluso era ella quien paraba en la farmacia para comprarme condones.

Vuelvo a lo que estaba. Todas las putas noches me las pasé en la cama de Axel Williams, con él encima, al lado o debajo mío, pero siempre con él.

Y aquella noche no iba a ser diferente. Me tiré sobre el colchón con las piernas abiertas y dejé que la mano de Axel hiciera su trabajo mientras me encorvaba del placer.

Me folló por enésima vez sobre sus sábanas, apoyando sus manos sobre los muslos de mis piernas, con mis rodillas sobre mis pechos. Lo sentí bien al fondo, lo sentí llegar al Olimpo y sentí que yo llegaba con él.

Pero, como ya dije, bajé de la nube rápido. Muy rápido. Estrepitosamente rápido.

Axel se había quedado dormido, desnudo, sobre sus sábanas, y yo me había levantado porque algo en el suelo había llamado mi atención.

Un papel.

Un papel que, al abrirlo y leerlo, arrugué con mucha fuerza.

Era la lista de folladuras. Al día siguiente nuestro reto caducaba, y esperaba que él ya se olvidara, pero al leer la lista vi que estaba equivocada.

Tenía números, nombres y fechas.

El último número era el 36. El último nombre Florence Winter. La última fecha: 10 de octubre.

Treinta y seis chicas se había tirado el cabrón. La última ese mismo día.

Lo miré por encima del hombro, tan dormidito, tan débil, tan sincero creí que había sido conmigo.

Cada vez que su pene entraba en mi vagina y los dos suspirábamos, me decía que yo era la única.

Cuando el árbol ardió, me dijo que solo había otra antes de mí. En la lista aparecían veinticuatro nombres antes del mío.

Llevábamos una semana saliendo juntos, porque era eso lo que me había dicho cada puto día, y en una semana se había tirado a once chicas.

En una semana en la que yo era su novia.

En una semana en la que me follaba cada noche y me decía que me quería.

El papel, arrugado, resbaló de mi mano.

Los ojos se me llenaron de lágrimas pero ni una sola mojó mis mejillas. Ni una.

Quería llorar porque él me había mentido para ganar el puto reto. Me había mentido para seguir siendo el rey. Me había mentido de modo que follaba a decenas de chicas y al mismo tiempo me tenía a mí, a quien le podía jurar cientos de cosas, a quien se tiraba cada puto momento en el que se encendía.

Había ganado por partida doble.

Había ganado el reto y me había follado todo cuanto quiso.

Desnuda, junto a los pies de la cama, le juré que iba a pagármelas. Le juré que si hacía falta le hacía una mamada con los dientes afilados.

–Hijo de la gran mierda...

Mi susurro apenas se oyó.

Pero ya habría tiempo para que me oyese.

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Puedes Llamarme Hombreriega, MujeriegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora