19. Hostia señor, mátame.

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Capítulo diecinueve: Hostia señor, mátame.

El agua me relajaba de una forma impresionante. Me relajaba aún sabiendo el castigo que el Llama me iba a poner por estar retrasándome a clase. Pero la ducha es la ducha, nadie iba a privarme de disfrutarla. Ni siquiera ese estúpido profesor.

Escuché que la puerta del vestuario se abría y supuse que era la profesora de Gimnasia. Me jodía que tuviera que sermonearme ella también, porque la tía era majísima. Pero lo mío era retar al profesor de Historia y no iba a rendirme.

Supe que me había equivocado cuando sentí que esa persona pasaba sus manos por mi cintura.

Definitivamente no era la profesora de Gimnasia.

Su piel estaba desnuda, solo sus Países Bajos estaban cubiertos por una toalla que empezaba a sentir mojada en mi trasero. Suspiré cuando él acercó su boca a mi oído y dijo algo que me confirmó quién era.

–Tienes un culazo impresionante.

–¿Qué demonios no has entendido de déjame en paz, coño? –mascullé cabreada.

No cerré el agua porque era la única cosa que me bajaba un poco la ira.

Él no me contestó verbalmente. Sentí sus labios recorriendo mi cuello, y luego cómo suspiraba sobre mi clavícula. Cada vez me lo dejaba más claro: el tío no pararía hasta que le diese lo que quería.

–Axel... –mascullé.

Él subió sus manos y paró cuando tocó mis pechos. Resoplé. No iba a parar. Así que tendría que pararlo yo.

–Axel... –repetí un poco más alto.

Una de sus manos bajó velozmente, acariciando mi piel, y me apretó una nalga. Joder, pensé.

–Axel, suéltame o te juro que te escaldo.

Él hizo el amago de soltarme, me dio la vuelta y me miró a los ojos. Los suyos estaban encendidos. Parecía que tenían una llama dentro. E inspiré profundamente para no coger la alcachofa de la ducha y estampársela en todo el rabo.

–Axel... –repetí en tono amenazador.

–Vas a gastarme el nombre, joder –contestó.

–Déjame en paz –insistí, ya casi suplicando. Me agobiaba mucho tenerlo siempre encima. Me agobiaba tener ganas de tirármelo y no hacerlo porque sabía de sobra las asquerosas consecuencias.

Él pareció leerme la mirada, porque dijo instantáneamente:–No voy a humillarte después de follarte.

–¿Cómo sé que no mientes, cabrón? –pregunté enarcando una ceja.

–No puedes saberlo –respondió–. Solo puedes confiar en mí.

–Pues no cuentes con ello. Búscate a otra que yo también lo haré.

–Adriana –dijo. Mi nombre sonaba muy sexy en su boca–, si quieres trincar y yo quiero trincar, ¿por qué no lo hacemos y ya está?

Me enfadé. Me enfadé, y mucho. Mi enfado era tridimensional. Por una parte, estaba enfadada porque él estaba insistiendo demasiado. Por otra, porque yo tenía tantas –o más– ganas como él y me negaba por razones evidentes. Y por última, porque tenía miedo de acabar cayendo.

–¡Que me dejes puto en paz, hostia! –grité.

Lo aparté de un empujón y agarré mi toalla del colgador con furia. Salí de las duchas y junto a la taquilla, me sequé rápidamente y me vestí como si una leona estuviera a punto de pillarme y tuviera que salir corriendo.

–Pues vete a la puta mierda –escupió él tras aparecer a mi lado, dispuesto a marcharse–, que eres una puta estrecha.

Agarré una Nike y se la tiré a la cabeza. Di en el blanco y él me fulminó por encima del hombro.

–¿Por qué los hombres siempre tenéis que buscar una forma de humillar a las mujeres?

Él frunció el ceño.

–Si nos acostamos con muchos, somos unas zorras, unas putas. Si no queremos liarnos con nadie, somos unas estrechas. ¿Puedes explicarme vuestra lógica?

–Lo siento –susurró.

–¡Que me vale una mierda que lo sientas, cansino! –exclamé–. Si vas a seguir diciéndolo y creyéndolo, de poco me vale que me pidas perdón.

Su respuesta no hizo más que hacerme suspirar.

–Sabes que eres la única persona que me está enseñando algo en esta vida, ¿no?

Hostia señor, mátame.

Puedes Llamarme Hombreriega, MujeriegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora