Puedes Llamarme Hombreriega, Mujeriego

Epílogo.

Epílogo: ¿Para siempre?

–Ya sabes que lo hice por salvar mi reinado –insistió.

Nos habíamos sentado en su cama porque quería aclarar unas cosas antes de que nos comiéramos. No quería estar follándome a un tío al que le guardaba mucho rencor por dentro. No me había enamorado de él, pero poco me faltaba. Gracias al cielo que no lo hice.

–Que sí... –mascullé.

–Es que llevaba muchos años siendo el rey, y no podía perder el puesto justo en el último año.

–Hostia, que dejes de excusarte, joder –repliqué cansada.

–Es que no puedo contigo, chica.

–Ya nos hemos insultado, yo te escupí lo que pensaba de ti y tú lo que pensabas de mí. Cállate de una puta vez que me haces doler la cabeza.

Metí la mano en la bolsa de patatas y me llevé otra a la boca.

–Pues ve a dormir y déjame en paz.

Sonreí y él también lo hizo. Su respuesta no tenía sentido con lo que habíamos acordado que iba a pasar. Para dormir ya tendríamos el día siguiente, que para eso era sábado. Solo íbamos a echar un polvo, pero tenía la sensación de que la noche se iba a prolongar.

Y así, de la nada, pasé una mano por su hombro y lo atraje para tener sus labios bien cerca de los míos. Nos miramos a los ojos y fue como si nos diésemos la respuesta. Sí, queríamos probarnos. Queríamos disfrutarnos. Y así lo hicimos al acortar la distancia que nos separaba.

–No me gustan las patatas de jamón –susurró en mis labios.

–Pues te jodes.

Y volví a reengancharlo.

Cuando noté que ya empezaba la fase de volar la ropa, limpié mi mano sobre su camiseta.

–Tan fina como siempre... –masculló.

–Fino filipino te voy a poner yo ahora.

Me levanté y apoyando las manos sobre sus hombros, me senté a horcajadas sobre él. Y seguimos besándonos unos minutos en los que la temperatura no paraba de subir. Axel metió la mano dentro de mi pantalón y yo la mía dentro del suyo. Y, con solo un dedo, nos encendimos lo suficiente como para desvestirnos.

Él me quitó la camiseta y yo se la quité a él. Mi sujetador cayó en pocos segundos, y Axel fue a la caza de mis senos. Su lengua hacía maravillas y él lo sabía de sobra.

Me separé de él y los dos nos levantamos, nos quitamos los pantalones y nos tiramos en la cama. Axel debajo de mí no paraba de suspirar cada vez que subía y bajaba sobre él. Cómo me gustaba llevar las riendas, joder.

Y, mientras llegaba al éxtasis, recordé que me quedaban muchos chicos a los que volver locos. Los quince a los que se lo había prometido y los otros que aún no sabían que había una Diosa suelta por ahí.

¿En la universidad podré follar tanto?

Axel se quitó el condón y mientras esperábamos a que estuviese operativo, me acosté en la cama y bien abierta de piernas sucumbí al placer de comprobar que las Oreo le eran un buen entrenamiento.

De algún modo, mientras Axel no paraba de pasar su lengua por mi piel, me dí cuenta de que haber tenido algo con él me había servido de algo: a no fiarme nunca de un mujeriego.

Y definitivamente, quería olvidarme de su engaño y seguir disfrutando así de la vida. Sin compromisos, con orgasmos por todas partes, sin lágrimas que desperdiciar.

¿Pero... Será así para siempre?

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Como habéis comprobado, quedan muchos cabos sueltos por atar... Y como os prometí en la sinopsis, la novela no se acabará hasta que estén todos bien amarrados. Así que sí, habrá segundo libro. Y se llamará: Abusadora

Aquí va la sinopsis:

Después de cononarse reina del instituto, follarse a decenas de tíos y vivir el verano más caliente, Adriana continúa su vida sexual en la universidad.

Su vida sexual... ¿Con muchos o con uno solo?

Porque mujeriegos los hay por todas partes, y si creía que Axel era un cabrón, acaba de conocer a alguien que lo supera con creces.

¿El sexo del instituto era sucio?

Entonces el sexo de la universidad es un cochino marrano, un puerco bien americano.