Capítulo 3

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Salieron a toda prisa y no tardaron en llegar con cubetas llenas de humeante agua, llenaron la tina que había en el baño y le dejaron allí para asearse, James metió a la tina toda clase de jabones y se sacó toda la suciedad del cuerpo hasta que el agua quedó del mismo color de la tierra recién fertilizada, se secó y cuando volvió a la habitación vio que le habían dejado ropas limpias en la cama, se puso unas calzas negras que le quedaban un poco grandes, una camisa blanca que igualmente le colgaba como un saco de patatas y unas botas de piel de ciervo que le quedaron tan cómodas que sintió ganas de llorar, las chicas del servicio aparecieron unos minutos después, le hicieron sentarse en la única silla de la habitación y vio como desplegaban un montón de cosas en la mesa, se sobresaltó un poco cuando vio a Amelia levantar una cuchilla bien afilada y se acercó a él con una taza llena de espuma.

-¿Qué piensa hacer con eso?

-Voy a afeitarlo señor –él alzó una ceja- James, lo siento.

-Preferiría hacerlo yo, si no te importa.

-¿A usado una de estas antes? –dijo alzando la cuchilla, destellaba con la luz.

-No, pero...

-Ya lo hago yo, lo he hecho muchas veces.

James dejó que le embadurnara la cara con la espuma fresca mientras Leila se encargaba de curarle las muñecas, le ardía un poco pero nada que no pudiera soportar, vio a Amelia muy concentrada en afeitarle, lo hacía metódicamente y con tanto cuidado que no pudo evitar sonreírle mientras veía su cara de concentración, cuando acabó le sorprendió mirarse al espejo y ver su aspecto, volvía a parecer un muchacho joven y no un vagabundo, Leila le vendó las manos y lo acompañaron de vuelta al piso de abajo hasta una amplia sala donde se estaba celebrando una fiesta, el lugar estaba lleno y vio un cuarteto de cuerdas en una esquina que tocaban con animosidad.

-Jamie, por aquí querido –lo llamó Elena, estaba en una esquina de la sala acompañada de un hombre que sonreía de oreja a oreja y tenía un olor a cerveza por todos lados- Te han dejado muy apuesto.

-Tiene unas señoritas de servicio maravillosas, señora.

-¿El muchacho te dice señora? –Dijo el acompañante y soltó una carcajada- Que formal.

-Es nuevo, no lo molestes –Elena le dio un tirón en el cabello con más fuerza de la que James creyó apropiada- Este de aquí es Franco, la fiesta es en honor a él, hoy mismo se va de casa Lincoln.

-Yo sé que me vas a echar de menos, junto con un centenar de mujeres más –Franco era robusto pero se notaba que estaba en buena forma, James supuso que, a pesar de su buen aspecto, debía tener cerca de cincuenta años, pues su cabello se tornaba plateado en las sienes- Bienvenido chico, ese puede ser el lugar de tus sueños si así lo manejas.

¿El lugar de sus sueños? A James le parecía que una condena de diez años allí era todo menos un sueño cumplido, se limitó a escuchar la charla un rato pero se sentía cansado y solo le apetecía dormir, así que se excusó y decidió ir de vuelta a su habitación, los hombres de la sala lo saludaban al pasar aunque no conocían ni su nombre, volvió a su habitación y se sentó en la cama mirando su alrededor, le parecía excesivo todo ese lugar para él y un lugar de lo más raro para pagar una condena por diez años, pero debía comenzar a acostumbrarse a su nuevo hogar. Le costó un poco volver a dar con su habitación, las dos chicas del servicio se habían ido de allí y la habitación estaba limpia como una tacita de porcelana, se sacó las botas y se recostó en la cama, nomás cerrar los ojos se quedó dormido.

Quizá fuera porque tenía una semana casi sin dormir pero cuando abrió los ojos de nuevo entraba luz por la única ventana de la habitación, James se incorporó despacio en la cama y estiró los músculo de los brazos, sus muñecas estaban hinchadas pero el dolor había cedido, eso lo animó un poco al menos hasta que recordó dónde estaba, quería saber cuál sería su primer tarea así que decidió salir a buscar a la señora Elena, pero lo primero que vio en el pasillo fue a una mujer bajita, robusta y con una melena oscura, llevaba un vestido azul marino con un corsé tan apretado que parecía que sus pechos fueran a salir botando en cualquier momento.

Esclavo | Jamie y DakotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora