9. El rescate.

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La lobreguez me ciega al instante. No puedo sentir mi cuerpo por un prolongado tiempo, y me concentro en la única voz con la que mis cinco sentidos pueden reaccionar: la mía. Sin embargo, ésta misma me está poniendo más nerviosa. No tengo idea de dónde estoy, ni en qué circunstancias me encuentro. Puedo estar muerta... pero me oponía por completo a que esa fuese la verdad.

Mi cabeza empieza a doler entonces, y es cuando empiezo a levemente a moverme. Puedo sentir mi cuerpo tendido sobre una superficie dura y fría. El dolor se va.

Un destello arriba de mí empieza a emerger, y una voz a mi lado se incrementa de manera abrupta haciéndose más clara e irritante... alguien está llamándome, sólo que aún no logro saber quién. Quiero que se calle de una maldita vez.

Mueven mi cuerpo con suavidad y mis ojos logran abrirse, pero se ciegan por completo hasta que se acostumbran a la destellante luz encima de mí.

—¡Creí que estabas muerta!—y oigo un suspiro exagerado—. ¡Dios Santo, niña, el corazón estaba por dejarme de funcionar!

Entonces, mi ceño se frunce, y cuando logro voltear mi cabeza, me encuentro con mi tía Eirene, quien tiene los ojos tan rojos como si se acabase de drogar y con todo el maquillaje movido. Sigo viéndola, aún me cuesta reconocer qué es lo que está pasando y noto que empieza a decirme algo, veo sus labios moverse con claridad, más no oigo lo que dice. Se empina de pronto y la veo salir por la puerta de mi habitación. Suspiro. No tenía ni la menor idea de por que se había ido y mucho menos había entendido lo que me dijo.

Mis brazos son como un soporte que ayudan a mi cuerpo a incorporarse mejor. Mi espalda duele y estirándome, logro tronar algunos huesos. Me levanto del suelo y me mareo por unos segundos cuando todo los recuerdos me golpean como una dura bofetada: El limbo, Luke, Florencia, el miedo, las alas, los gritos y el dolor.

Quiero saber la hora pero mi tía vuelve a aparecer, y ahora, con un vaso lleno con agua. Me lo extiende y lo termino tan rápido como si hubiera terminado un maratón. No había notado lo sedienta que me encontraba.

—Artemis, ¿te sientes bien?—pregunta, y sigue mirándome como si fuera a desmayar en cualquier momento—. No tenías pulso.

Me extrañé. ¿Cómo sería eso posible?, además, ¿cómo ella podría haberlo sabido si yo no estaba aquí?

—¿Hace cuánto que yo... bueno, desde que me encontraste tirada en el suelto, tía?—pregunto, mirando el suelo sin ninguna razón.

—Hace dos horas. Y después de una hora y media no tuviste pulso. Llamé a emergencias pero jamás llegaron—se molestó de un momento a otro y chequeó su teléfono cuando lo sacó de su bolsillo—. Cierto, estos inútiles jamás llegaron. Idiotas, llamaré de nuevo para ponerlos en su lugar...—me mira, pero había algo en ella que sentía extraño—, ¿segura te sientes bien? ¿Quieres que te lleve al hospital o te duele algo?

Claro que no. No podía perder más tiempo. Miro de reojo la pantalla en el teléfono de mi tía y veo la hora. No era tan tarde, me daba tiempo de ir al bar para encontrar al chico que Florencia me pidió que buscara desesperadamente.

—Estoy bien, tía. No te preocupes—le digo, y espero por mi bien, que me crea—. Iré a tomar una ducha fría para poder descansar—miento. Ella asiente, y enseguida marca el número de emergencias en su teléfono para luego dejar mi habitación. Muerdo mi labio inferior y me quedo estática de pronto. No camino, no parpadeo siquiera, pues mis ojos miran directamente aquello que está cayendo al frente de mí: una pluma. Mis manos se extienden para sostenerla y cae tan lentamente que contengo el aliento ahí mismo. Es blanca, tan blanca como la nieve en Diciembre..., y aunque me dé curiosidad: no la toco.

EXILEDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora