4. El regreso.

416 46 13
                                    




Lo único que hay en el lugar es silencio. Un áspero silencio que resulta ser bastante incómodo para los tres. El chico frente de nosotras parece cambiar su expresión en el rostro por una llena de apatía. Menea con sus largas piernas entre irse o quedarse, pero finalmente se queda ahí, con los labios levemente distanciados entre ellos dejando un hilo de aire pasar. Me tomo un momento para fijarme bien en su aspecto.

De alta estatura, le daba a casi más de un metro noventa, con ropa de estilo punk-rock. Vaqueros pitillos con cortaduras en las rodillas y una camiseta negra sin ningún logotipo llamativo, más una camisa grisácea que derivaba para negro. Tenía, además, unas botas negras que parecían haber sido arrastradas por lodo. No tenía una buena fachada. Pero aún así le encontraba guapo; de cabello color dorado, arreglado en un copete hacia arriba y con ojos azules. Por un momento logré ver algo familiar en él, pero desapareció por completo, porque un recuerdo apareció.

—Eres tú.

—¿Yo?—pregunta, señalándose con un aire nervioso, mientras negaba con la cabeza apartando mis posibilidades que aún no salían siquiera de mi boca—. No, imposible.

—¿Él?—la voz de Brisa a mi costado me hace reaccionar, y me separo de ella para caminar hacia el chico—, ¿Artemis?

—Eres tú, el chico con alas que apareció en mi cocina—acuso, quedándome a pocos metros al frente de él—. Confiesa. Quién demonios eres, o más bien, qué es lo que eres.

—Artemis—sus ojos reflejan una luz de emoción, se queda callado por unos segundos y lo sigo mirando—, ¿puedes verme? Oh, mierda. Dime que puedes verme.

Entonces mi posición cambia drásticamente y retrocedo hasta llegar donde Brisa. Quien miraba al chico con la misma falta de concierto que yo. ¿Estará drogado?

—Artemis, deberíamos irnos...—sugiere mi mejor amiga, tomándome del brazo. Se agacha para recoger nuestras cosas y me extiende mi mochila. La tomo algo dubitativa, sin saber en realidad qué hacer.

—¿Qué? ¡No, no, no!—exclama eufórico, haciendo camino hacia nosotras. Trata de llegar hacia mí pero Brisa se interpone entre los dos. Él se queda inmóvil unos segundos, pero luego su mirada penetra la mía—, Artemis, tienes que escucharme, por favor.

Brisa es un poco más baja que yo, y por eso tiene que mirar hacia arriba para hablar con el chico. Trata de empujarlo, pero parece ni hacerle cosquillas. Toma a mi mejor amiga de brazos y sin ningún problema, la levanta del suelo y la baja a un costado, dejando el espacio libre entre él y yo. Se notaba desesperado, sus manos se movían por todo el lugar, incapaces de permanecer quitas. Recorrían desde su nuca, hasta su cabello, restregaba su rostro con frustración y su respiración estaba tomando una velocidad agitada. No sabía qué hacer, y sólo me quedaba mirándolo. Con mi mochila colgando de mis manos y recibiendo miradas de Brisa, me quedé ahí, hasta que el chico inquieto, se acercó.

—¿En serio puedes verme?—sigue preguntando, arqueo una ceja incrédulamente—, responde, por favor no me ignores.

—Que sí, pesado—hablo y él muestra una hilera de dientes con bastante felicidad—, ¿quién eres?

—Soy yo, Artemis... Soy Luke—sus ojos lagrimearon—, he regresado.

La ira empezó a inundarme por completo, al igual que las ganas de llorar. A la vez que por mis mejillas eran empapadas por lágrimas, mi labio era mordido con intensidad para evitar que los insultos saliesen. No podía entender cómo este chico, que jamás había conocido en mi vida, hacerme una broma de tan mal gusto. Todos en la escuela sabían de la pérdida de Luke, no era por hacerme la importante, pero sabían que hablar sobre ello me hacía mal. Con la única con quien lo hablaba era con Brisa, porque le tenía la misma confianza que le tenía a Luke. Y que alguien venga diciéndome era que mi amigo difunto, era una broma totalmente horrible y repugnante.

Mi mano suelta mi mochila y sin que lo pudiera controlar, se estrella como un puñetazo contra la nariz del rubio. Este queda atónito con mi acción y cubre su nariz con sus manos. Veo que cierra sus ojos con fuerza y grita de dolor.

—¡Buen golpe!—me alienta Brisa, con una sonrisa en su rostro.

—Es un hecho, jamás debí enseñarte a dar puñetazos—el chico siguió hablando como si fuera Luke, y me daba ganas de golpearlo otra vez. Cuando abre los ojos, ya había limpiado todo rastro de tristeza y ahora lo único que había en mi rostro era enojo. Levanto mi puño para propagarle otro golpe, pero él retrocede y pone sus manos como escudo—, ¡espera, espera!

—¿Qué?

—Pregúntame algo—dice y sonríe—, sí, sí, pregúntame algo que sólo Luke supiera y te lo probaré. Te probaré que volví.

No sabía si era una buena o mala idea. Me quedo callada sin mirarlo. Estaba con un nudo en el estómago y todo esto empezaba a doler. Unas manos apartaron el cabello de mi rostro, tomando mis mejillas con mucho cuidado. Se encontraba temblando tal cual papel en el viento, mientras que yo no podía respirar. Sentía pesadez al inhalar el aire a mi alrededor. Me encontré con sus ojos azules y sin que yo lo previese, bajé la mirada hacia sus labios, los cuales eran carnosos y llevaban una perforación en el inferior.

—Créeme—susurra tan cerca de mí que su aliento choca con mis fosas nasales y un sabor a menta aparece.

Pongo mis manos sobre las suyas y las separo de mí. Mi corazón se achica cuando veo una expresión de dolor por parte de él.

—Cuando tenía nueve y Luke doce, estábamos en el patio trasero de su casa jugando a la pelota, entonces él se distrajo al correr y cayó al suelo así, haciéndose una fractura, ¿en qué parte del cuerpo?—pregunto, sabiendo que fallaría. Que todo era sólo una estúpida broma. Miro a Brisa un momento y ella viene hacia mí sin que se lo pidiera, entrelaza sus dedos con los míos.

El chico al frente nuestro frunce el entrecejo y luego de segundos sonríe, mostrando hoyuelos a cada lado de sus mejillas.

—En ninguna parte—responde y Brisa se ríe pensando que había fallado, pero yo trago en seco—, porque yo no tenía patio trasero, vivía en un departamento más adentro de la ciudad. Por eso siempre estábamos en tu casa porque me gustaba el tamaño amplio...—mi mandíbula se tensa—, pregunta capciosa, inteligente, pero no olvides que soy mejor que tú en eso.

—No puede ser—suelto de pronto, sintiendo que el lugar empezaba a sofocarme. El chico, corre hacia mí y me abraza.

—He regresado Artemis. Juro que soy yo.

EXILEDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora