Veinte

8 1 0
                                    

El mundo pareció acabarse cuando la vida de Kaj lo hizo; pero fue solo por un momento. Pronto, los soldados comenzaron a gritar en su dirección, con las pistolas bien arriba dispuestos a dispararle a quien se interpusiera entre ellos y su, ya muerto, tesoro nuclear.

Richie se alejó del cuerpo decapitado.

Observó sus ropas, ahora manchadas de un líquido oscuro y espeso que él supuso sería la sangre de Kaj... Kaj. No podía creerlo. Había querido asesinarla desde que la vio por primera vez, incluso cuando regresó con el cuerpo de Ty había querido asesinarla; y ahora que había cumplido su cometido no lo creía, no parecía real. Mató a aquella chica de piel verdosa y cabellos enmarañados, a aquella que salvó su vida y luchó por salvar la de su hermano. El monstruo no era ella, nunca lo fue.

Un puñado de soldados guiados por otro de mayor rango trotaron hasta el cuerpo. El militar cabecilla comenzó a revisarla: sus brazos, sus piernas, su pecho, su estómago, su cuello... Richie y Frankie apartaron la mirada.

—¿Cómo es posible que esa cosa se vea tan normal? —preguntó la señora Evans a nadie en concreto. Señalaba la cara de Kaj como si fuera algo tóxico.

—No hay razón, supongo. Simplemente no mutó. —Le respondió su esposo.

El señor Evans posó una mano en el hombro de su hijo. El único.

—Gracias por haber cuidado de tu hermano...

—Yo no lo hice; ella nos cuidó a todos.

Frankie y él se habían comportado de una manera tan grosera con Kaj antes de despedirse; Richie estaba iracundo por la muerte de su hermano que simplemente no midió sus palabras ni su fuerza, cuando la chica había intentado calmarlo, él sólo atinó a golpearle en el pómulo con el puño cerrado. Frankie no hizo nada, ni siquiera se interpuso entre ella y su compañero de aventuras. Cuando volvió los encontró tirados en el suelo, girando sobre sí mismos; el chico simplemente lanzaba insultos al aire. Kaj nunca le había caído bien.

Ambos estaban enojados con ella y deseaban hacerle el mismo daño que ésta les había causado; pero, claro, por ayudarlos ahora ella era quien estaba sola.

Cuando Kaj y Richie estaban en el suelo, luchando por conseguir su objetivo, el chico se dio cuenta de la mirada que ella lanzó al bosque. Entonces recordó que al verla llegar a la entrada de la ciudad no estaba sola; la mayoría de los monstruos la acompañaban. Pero solo Kaj se había lanzado hacia él, los otros ya no estaban... Esa mirada, hacia el bosque. Su último aliento perdido para salvar a sus compañeros. A su familia. Aquella que le había dado la espalda cuando los rescató.

Richie tragó saliva, si iban ahora todavía podrían alcanzarlos, pero entonces ella habría muerto para nada; y aunque quisiera dañarla de esa manera, no era justo.

Kaj confió en él. Y en Ty.

—¿Estás bien, colega? —preguntó la brigada de paramédicos, volviendo a la vida luego de quedarse en shock por culpa de la pelea.

Hasta que no se lo preguntaron se dio cuenta de los rasguños que tenía: finas líneas le cruzaban los brazos, algunas aún sangrantes, otras sin cicatrizar del todo. Sentía el cuerpo pesado y la boca le sabía a metal; al caer de espaldas su cabeza se había golpeado de manera fuerte contra el asfalto, pero solo dolía; no sangraba, lo que era un alivio.

Respondió con una monosílaba y los paramédicos procedieron a atenderlo: lo llevaron a la pequeña ambulancia, donde le aplicaron ungüentos y de más para que sus rasguños dejaran de arder. Desinfectaron sus heridas y vendaron las más profundas. Richie seguía sin creer lo cerca que había estado de todo. Lo extraño y surreal que el viaje había sido; simplemente no podría olvidarlo nunca, incluso podría tener pesadillas a partir de aquella noche. A partir de...

Radiactivo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora