Tres.

66 2 2
                                    

Kaj mira a su alrededor con ojos de fastidio; odia todo lo que pasa a su alrededor. Anhela estar con su familia, ver entrar a su padre cuando éste llegaba del trabajo, a su hermano correr a sus brazos y a su madre caminar con lentitud mientras se frotaba la barriga (estaba embarazada).

Su padre estaba trabajando el día del accidente, no pudo verlo llegar con su radiante sonrisa a las seis de la tarde, con una bolsa de pan bajó el brazo y una revista para sus hijos.

Kaj comenzó a llorar con el ceño fruncido por el enojo. No se había dado cuenta hasta que notó la mirada intensa de Jefe. Bueno, no es precisamente una mirada.

—¿Qué? —Dice de mala gana. Ella sabe que si sigue así se ganará una reprimenda.

—Es tu turno, Kaj.

Pero eso no le importa, de igual manera no siente nada. La radiación que hay en su cuerpo le impide sentir incluso los rayos de solque inundan el paisaje. Su oído se ha agudizado y puedo escuchar las llantas de una camioneta pasar por el viejo camino cubierto de nieve que aún no se derrite del todo.

Ojalá estuviera en 1986 otra vez.

¿Qué año era éste? No lo sabía, apenas y recordaba sus años pasados, el número de días que contenía un mes, y los meses que contenía un año. Si bien, la radiación había afectado para bien su condición física, también le había quemado algunas neuronas. Pero no era tonta del todo.

Sabía que lo que hacía estaba mal, pero su especie necesitaba sobrevivir.

—¿Qué está pasando acá? La camioneta ya ha aparcado y no hay ninguna carnada a la vista. ¡Contamos  contigo, K...! —Togha se ha acercado lentamente. Su esposa siguiéndolo.

—Ya voy.

Sin más que decir la chica (si se le podía llamar chica) se alisó su vestido veraniego blanco y corrió por las escaleras destartaladas del viejo edificio en el que vivía ahora. El concreto parecía temblar bajo sus pies, pero eso no me importaba, ahora ya nada le hacia daño.

O al menos eso pensaba.

-

Se escondió en los arbustos viendo como loa turistas se dispersaban en grupos más pequeños.

Pero qué idiotas, se dijo, ¿qué persona en su sano juicio se separa en un lugar de mala muerte como éste?

Aclaró su cabeza cuando vio a tres chicas caminar hacia los carritos que se encontraban abandonados desde hacia... mucho tiempo.

Demonios, odiaba no tener sentido del tiempo que había pasado desde en gran accidente nuclear en Chernónbil.

—Vengan, no hay nada que temer.

lo hay.

—Vamos, Cloe, creí que serías mas valiente. —Reprocha una chica rubia.

No, vayanse.

—Vamonos, Linsdey, esto me da mala espina, no quiero estar aquí. —Otra chica, pero ésta de cabellos castillos y piel más tostada se retuerce en su lugar con un nerviosismo notable.

—Venga Cloe. —Insite la rubia.

Idiotas, ¡largo!

—Creo que algo se movió. —Es una chiquilla mucho más joven que las otras dos.

Mira directamente hacia donde Kaj se esconde y ésta última no puede dejar de temblar porque las tres chicas humanas se están acercando.

—¡Linsdey, Cloe, Lola! Acá. —Una mujer mucho más mayor se acerca por detrás de las mencionadas mortales. Éstas se giran enseguida.

Hay algo que sigue inquitando a Kaj; esa mujer es igualita a su madre.

—¿Mamá?

Ésa es la señal. Ha dado la alarma sin querer, y, al percatarse del desastre que ha hecho se lleva una mano a la boca para luego observar a Jefe y los demás acercarse lentamente al grupo de mujeres.

Al pasar puede sentir a Togha acariciando su espalda.

—Quedate con los niños. —Menciona antes de irse sobre las mujeres.

Kaj no puede evitar colocar sus manos sobre sus oídos al escuchar los alaridos de terror que pronto inundan el ambiente. ¿Por qué los turistas se alejaban siempre?

-

Tomó su último pedazo y se encaminó al piso superior del viejo edificio hotelero con el fin de alejarse de los vítores de victoria que sueltan sus compañeros.

Toma el ojo que hay en su plato (que está vacío del brillo que tenían antes, cuando la jovencita había mirado con asombro el lugar donde ella se escondía), lo colocó en su boca y se lo comió.

—Iugh, azul. —Dijo refiriéndose al color del ojo que acababa de devorar.

—Yo también lo odio. —Una vosecita la hizo dar un giro de 180° para poder observar a los mellizos, Mikaela y Tabith, seguirla con sus manjares en las manos.

La sangre les empapaba los ropajes, tiñéndolos de un sabroso color carmesí. Ése que ya no brotaba cuando Kaj se cortaba al andar descalza sobre el suelo del bosque y cosa que sinceramente agradecía.

La mayoría de las veces había tenido que darle sus zapatos a la esposa de Togha, Lin, por el simple hecho de que ella los quería. A veces parecía parecía una niña de ocho años peleando por un juguete.

Centró su atención en los niños otra vez.

—¿Estás bien? No hemos querido espantarte. —Susurró Tabith; él siempre susurraba.

Mikaela hizo una mueca de fastidio por los susurros de su hermano; dejó las extremidades humanas en el suelo y se tiro sobre su estómago mientras chupaba un hueso. Ella siempre había sido la más audaz de los dos y la de veces que Jefe la tomaba de carnada eran incontables.

Hubo tiempos en los que la niña era mejor que Kaj en cuanto a cacería, ésta última nunca quiso participar en la caza de humanos, porque, para ella, eran hermosos.

Tabith, siempre te disculpas por todo. ¿Realmente piensas que asustamos a Kaj? ¡Por el amor de Dios! Ni siquiera Jefe la espanta.

—La verdad es que su visita me ha causado un sobresalto. —Reconoció la mencionada. Mikaela y Kaj eran grandes amigas, al igual que Tabith y la ya anteriormente mencionada adolescente.

¿Sigo siendo una adolescente?, se preguntó, Ojalá pudiera volver en el tiempo.

Esos mellizos eran lo único que le quedaba de su antigua vida.

La niña soltó una risita mientras que la mayor abrazaba a Tabith por los hombros, pegándolo a su cuerpo, haciendo así que su lindo vestido veraniego blanco se llenara de sangre.

Radiactivo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora