5. IMPRUDENTE, OSADO Y ESTÚPIDO

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AQUELLO QUE NO DEBO HACER
BORRADOR CAPITULO 5
IMPRUDENTE, OSADO Y ESTÚPIDO

Observé el extraño techo de concreto sin estucar por enésima vez, mis ojos ya se habían adaptado a la escasa luz, el frío y la humedad amenazaban con apoderarse completamente de mis miembros entumecidos, el apoyo único de la pared de ladrillo más el suelo frio de cemento pulido me era insuficiente para acomodarme, las cuerdas atando mis manos tras la espalda se habían enterrado dolorosamente en la carne, a lo menos calculaba que llevaba cinco horas en la misma posición sentado con las rodillas semi-dobladas.

Suspiré apesadumbrado -¿Qué estás buscando con todo esto? -pregunté monocorde, cansado ya de intentar comprender la situación por mis propios medios.

Se acercó con paso fuerte hasta mi posición y se puso en cuclillas de manera que su rostro estuviese al alcance de mi vista. Aproximó sus labios hacia mi oído derecho y comenzó a susurrarme bajo con su ronca voz: -Quiero que sepas toda la verdad, quiero que comprendas que esa persona por la cual estás arriesgando tu vida no es quien dice, quiero que te arrepientas de haberte expuesto como lo hiciste, y que salgas de una vez de ese ensueño en el que te tiene tu supuesto ídolo -me regaló una sonrisa burlona cargada de ironía. Se incorporó con elasticidad y gracia; a simples cálculos de física mecánica entendía perfectamente que nunca podría con él.

>>¡Anda, observa todo esto, dime qué vez! -prorrumpió sin interrumpir la sonrisa en sus labios señalando el panorama enfrente donde cerca a la pared opuesta, recostado en el suelo de medio lado se hallaba tirado el cuerpo levemente magullado de mi padre.

-Veo que tienes un pésimo gusto para la decoración de interiores -respondí con cinismo-. ¡Ah! -Me quejé cuando haló con rudeza de mi cabello y altanero levanté el rostro entornándole los ojos-. Siento decepcionarte -proseguí suspirando hondo-, pero no creo que nada de lo que me digas pueda cambiar las ideas que ya tengo concebidas -impelí con firmeza.

Las palabras siempre habían sido mis aliadas, amedrentarme a punta de las mismas resultaba casi imposible pues siempre me empeñaba en arremeter argumentos con mayor violencia. Fuera de eso, y en vista de las circunstancias (pues era la única herramienta que poseía), y dado al exceso de euforia que sentía, estaba plenamente convencido que el ataque sería mi mejor defensa.

-Entonces que te lo cuente él mismo -comenzó ignorando la acidez de mi respuesta-. Sasha: por qué no le dices las razones que tuvo Lorena para abandonar a su hijo, o por qué no le comentas cómo le hiciste para armar reverendo negocio en la comunidad de la cirugía plástica de la nada, o cómo eras antes de convertirte en el <<perfecto esposo y padre>>, ¡Anda, díselo! El chico está en su derecho de saber -mi padre sólo entornó más los ojos y apretó los labios.

-¡Él tiene voluntad para decidir si quiere callarse lo que se le venga en gana! -le defendí. Me dolía mucho la forma en la que aquel engendro le estaba maltratando, después de todo, yo lo quería más que a nadie en el mundo, si a la guerra tendría que ir a por él, pues ya me tenía a mí mismo en <<el frente>>.

-Buena observación. Si tomamos por cierta esa aseveración eso quiere decir que tú y yo tenemos de la misma forma derecho a decir o callar lo que deseemos ¿Me equivoco? -aproximó una silla en la cual anteriormente había estado sentado el guardián de turno y la situó frente a mí; yo exhalé sonoramente con hastío, ahí venía de nuevo-: Como tu queridísimo padre se reservó el derecho de guardar silencio, yo me ponderaré el del habla contándote una historia ni lo más de simpática.

-Y supongo que dada las condiciones actuales no podré negarme a escuchar. Que conveniente para ti. Al menos intenta armar un relato interesante ¿Quieres? -mascullé haciendo evidente mi fastidio.

AQUELLO QUE NO DEBO HACERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora