13. EL SABOR DE LA DERROTA

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AQUELLO QUE NO DEBO HACER
BORRADOR CAPITULO 13
EL SABOR DE LA DERROTA

Evitar sentir una soledad insoportable e incluso apabullante puede resultar una tarea extremadanamente complicada con resultados pocos satisfactorios. Llenarme de actividades que compensaran el tiempo que antes me esforzaba en guardarle a Iván resulto mucho más desgastador. Yo: que tenía (como buen animal) mis costumbres bien arraigadas, de hacer ciertas actividades de forma rápida y efectiva para tener más minutos, evitar intervenir en otras para tener más minutos, confabular en pro de tener más y más minutos; todos los minutos que pudiera regalarle, los muchos que a él no le hacían falta pero que a mí a su lado me proporcionaban sosiego (porque ni siquiera felicidad, con tanta inseguridad y tantas sorpresas amargas). Ahora libre de ese peso, y de otro más molesto (como lo era el sentirme vigilado e incluso perseguido) me sentía sinceramente insatisfecho.

Buena parte de lo libre que me quedaba se lo aboqué a mi desgastada relación con Clarita, la sacaba mucho a pasear y me limitaba a acompañarla fingiendo que era yo quien le prestaba el servicio cuando en realidad era ella la que literalmente me estaba salvando de mí mismo. Ocasionalmente me encontraba en un lugar público mirando por sobre mi hombro (cual paranoico) esperando que cualquiera de los empleados del hombre, quizá el hombre en cuestión, estuviera observando atentamente mis movimientos... Ese era el principal motivo para detener el contacto con Andrés durante el tiempo suficiente en que pudiese concluir sin temor a equivocarme que no le causaría perjuicio (con lo insensato y peligroso que había probado ser Iván) en caso de buscarlo para un íntimo consuelo.

También dormía con Andrés todo lo que podía, más que todo de día, una sección apasionada y placentera de sexo, seguida de una siesta corta envueltos en nuestros brazos cada dos o incluso tres veces por semana, simulando luego lo mejor que podíamos un indiferencia inexistente ante mis compañeros de tesis para no dejar libres tantas pistas, y representando una apropiada distancia en el grupo de investigación al que me introdujo tiempo después, y en el que por fortuna <<me dieron palo venteado>> como para aburrir a cualquier ser humano que aspirase a una vida digna mientras me hacía la prueba de hasta dónde podía, con la <<estrenada>> de rigor, que según me dijeron algunos compañeros de trabajo no tenía precedentes, y pues claro que era entendible, si yo era por muchos años el menor y entrado con tremenda <<rosca>> (que nadie allí por más esfuerzo y dedicación hubo conseguido de esa persona en específico), me tenían mucha cizaña. Lo irónico del asunto es que me sentía alegre de tener una ocupación extra de ocho horas diarias (sabiendo que sólo debía apoyar por reglamento seis máximo) sin tener que rebuscarme actividades superfluas extras.

Con todo, enero resultó tediosamente largo mientras que febrero pasó volando, y estaba por la última semana del mes cuando una bomba inesperada me estalló en plena cara.

Nunca imaginé que algo tan estable, indeleble, confiable y omnipresente, como lo era mi mala suerte, me clavase la estaca y me obligase a la humillación de ser yo mismo quién buscara a esa bestia. La mañana de veinticuatro de febrero (a dos meses exactos) a mi madre electiva se le ocurrió la maravillosa idea de comunicarme el nombre del salón de banquetes que había elegido para la reunión posterior a su matrimonio (dicho de paso: civil, porque ambos eran menos cínicos que los colombianos promedio). El evento tendría lugar en un precioso salón ubicado en el octavo piso de cierto, de muy buen gusto, bastante impresionante, nuevo hotel (lamentablemente bastante conocido para mí). Al parecer Sasha por practicidad le había dado carta blanca a su futura mujer en la organización del dichoso evento, y ella por pura ignorancia había hecho una elección que hubiese sido la más acertada siempre y cuando ese pasado de mi padre fuese inexistente. Pudiera haberla hecho cambiar de parecer con facilidad, pero aquella estaba empecinada por dos razones bastante válidas: la primera (que para una persona de su trasfondo era la de más peso) era una excelente promoción encontrada por pura coincidencia, y la segunda muy ligada a la primera era lo hermoso del lugar y por el precio pedido en comparación al doble que saldría en un sitio diferente con las mismas excelentes características.

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