15. ENCANDILADO

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AQUELLO QUE NO DEBO HACER
BORRADOR CAPITULO 15
ENCANDILADO

¿Han tenido uno de esos días en que todo sale completa y concienzudamente mal? Ósea, ha quedado más que claro durante todo este cuasi inerte y francamente deprimente recorrido que las cosas, o para ser específicos, las situaciones de mi vida diaria resultan increíblemente dramáticas, hilarantes y desastrosas, junto con el lamentable hecho de lo facilista que soy para las lágrimas enmarcando todo el patético cuadro que me compone. Pues bien, volviendo a redactar uno de mis tediosos monólogos hablaré hoy de este día como uno terrible, verdaderamente terrible (y eso que he tenido unos muchos por ahí), no me atrevería a apostar que es el peor de mi vida porque estoy seguro que unas cuantas deidades griegas me mantienen vigilado y apuestan formas nuevas y sorprendentes de amargarme justo como lo hicieron con los pobres héroes de su época (y qué por qué están apañados conmigo en estos tiempos pues agradecería que alguien me lo explique para realizar las correspondientes libaciones esperando una existencia tan monótona como apetecible). No pretendo ser claro ¡soy un maldito adolescente!, adolezco de sentido de supervivencia y de sentido común y de algunos componentes que les permitieron a los humanos primitivos desarrollar sociedades civilizadas, por tanto esta vez no empezaré por el principio, ni por el final, ni por el nudo del melodrama sino por el evento que confirma que sigo siendo un adolescente o en lenguaje más directo: un tarado energúmeno.

Y después de la innecesaria introducción...

-Crees que me da miedo maricón de mierda -Mascullé, moviendo de tal manera los labios que de tanta saliva estaba literalmente escupiendo las palabras-, ¡que no tengo las pelotas!, ¡mírame la cara! O esperabas que estuviera llorando meándome los pantalones-, agregué una risa seca y cínica-. No me digas: ¿te decepcioné? -completé con mal fingida afectación mientras el cañón de un revolver automático de calibre desconocido apuntaba mi sien, y yo por gajes repetitivos del destino estaba atado (aunque de pie contra una columna metálica de algo más de cinco centímetros de radio a la que estaba pegado por tres esposas, manos juntas y tobillos por separado), y el pendenciero de turno intentaba traumarme a punta de amenazas a las que en mi interior esperaba que fuesen sólo nada más que eso; y será que al gestor de mi existencia se le acaban las ideas pero los eventos empiezan a ser repetitivos y de nuevo ando secuestrado en paradero desconocido y lo peor por él mismo motivo: celos.

Además del instinto autodestructivo que me obliga a decir <<webonadas peligrosas>> cuando un arma de fuego cargada y sin seguro está apuntándome a quema ropa en un lugar mortal a un solo tiro.

El treintañero de cabello y ojos negros brillantes, labios gruesos y rojos, con barba prolija, altura media, piel bronceada, cuerpo musculoso, y atuendo de <<rebelde sin causa>> (y Dios sabe que en otras circunstancias me lo estaría repasando desde abajo muy lentamente hasta arriba y volviendo hacía abajo porque esa entrepierna y ese olor corporal a colono de medio oeste a punto de auto-combustión...) alejó el arma y con voz juvenil reclamó de nuevo mi atención con insistencia.

-Eres como un maldito potrillo salvaje, necesitas unos buenos correazos para domarte -tomó con su mano derecha mi pene por encima de la ropa-, mano fuerte -masculló zarandeándolo tan secamente que resultaba doloroso y con la misma me tomó el mentón, me limite a poner mi cara más grácil e imperturbable.

-¿Eso fue lo que te dijo Iván que te faltaba a ti? -Musité altanero y disfrutando de sus ojos como platos dejé libre una carcajada-, ¿entonces te faltó umbría? ¡Marica!, eso sí que es triste.

Bajó hasta mi cuello apretándolo y ahorcándome, yo ahogué un gritico de pánico pensando: <<¡aquí fue, nos mercaron, nos llevó el que nos trajo!>> -Y a ti: ¿Te la mete para que dejes de hablar y empieces a aullar como perra moribunda? -afianzó el agarre con fuerza durante largos minutos clavándome dolorosamente los dedos gruesos, machacándome con las uñas la manzana de adán y la nuca, y cuando llevaba algo de tiempo forcejeando con las esposas desesperado por aire me soltó sonriendo, cínico-, ¡Tenía razón! como perra moribunda -Suspiré llorando doblado sobre mí mismo, no pude contenerme y fui consiente por fin de los gritos desesperados que Carlos Mario realizaba, súplicas aterrorizadas a mi lado izquierdo, él sí que estaba cagado de miedo, mi compañero no debía estar allí, por andar en mi desafortunada compañía (yo me estaba resignando a la idea de acostumbrarme a esas situaciones). Sorbí las lágrimas con fuerza como niño mocoso y levanté de nuevo la cabeza.

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