17. CONSECUENCIAS

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AQUELLO QUE NO DEBO HACER

BORRADOR CAPÍTULO 17

CONSECUENCIAS


Habíamos estado hablando, recapitulando lo ocurrido. Seguramente: yo era el que repetía la aberración de los hechos una y otra vez con fijación, como intentando encontrar un ancla de la cual agarrarme para que el vórtice de locura no me engullera, igual se me estaba despedazando el corazón. Y me disculpaba con la misma fijación, y lloraba con fruición, era consolado, calmado, ¡pero solo por pequeños instantes! Retomaba porque lo sucedido era demasiado importante, volvía a ser un chiquillo lloroso.

Un círculo vicioso.

Felipe y yo, llevábamos varias horas quizá (no era capaz de medir el tiempo con precisión), hablando de lo ocurrido.

Mientras el agua salada y espumosa avanzaba irregularmente por la arena, tocando nuestros pies y retrayéndose con fuerza, el sol moría lentamente en una explosión de naranjas, rosas, lilas, y violetas; empecé a relajarme un poco con el sonido del oleaje rompiente.

Estábamos contiguos, sentados, descalzos, y con los pies estirados hacia el agua, cercanos a unos espolones a la izquierda, más allá, a nuestra derecha, sobre la línea costera, se podían notar varias barcazas volcadas, encalladas, hojas de palmas revolcadas, chozas destrozadas, infinidad de objetos arrastrados y devueltos por la corriente, restos en la playa, como si una tormenta, un huracán, un mar embravecido, se lo hubiese tragado y masticado todo para luego escupirlo con mucha rabia...

En este momento el mar estaba tranquilo.

-Debí advertirte -continuó Felipe con cariño, en forma lenta, para seguir ahondando la calma que por fin me estaba envolviendo. Yo ya estaba cansado de tanta tristeza, ahí estaba, no desaparecería, pero estaba agotado de expresarla-: Una vez arranca, lo destruye todo sin previo aviso; un tsunami que acaba con lo que se interponga en el objetivo. Y ambos sabemos muy bien cuál es su objetivo.

-Por eso te digo que es mi culpa -suspiré con pesadez, y boqueé un poco intentando controlarme para no salir de nuevo a llorar en la estupidez de lo que no se puede solucionar-; pensé, ¡como el maldito idiota que soy!, que esta vez sería diferente, pero se me volvió a salir de las manos -Halé de mis cabellos con rabia, tratando de aplacar el dolor interno con algo del físico-. Uno lo ve así de calmo, casi amable, haciéndose el desentendido, a largos ratos apático. ¡No es justo! -pausé soltando un bufido de dolor.

»Es engañoso, terrible y peligrosamente engañoso -barbullé quejumbroso.

»¡Y yo!: ignoré tantas señales de advertencia, me hice el loco a la realidad tantas veces, ¡incontables! Ya no veo cómo salirme.

-No sientas tristeza Jonathan, él es así, el amor también es así. Te encegueciste.

-¡No siento tristeza por él! No la merece, no cuando tú, cuando tú... ¿Cuándo tú qué?, ¿qué pasó?, olvidé lo que quería decir.

»Felipe, tú y yo, ¿aún somos amigos?

-Obvio, ¡por supuesto! Pero, la verdad, yo quiero más, o, mejor dicho, quería más. Ya no fue.

-¿Qué pasó? ¿Qué estamos haciendo aquí? Sólo sé que me siento triste, muy triste, por algo muy importante, Pipe, pero no recuerdo qué es, sólo sé que es muy importante, trato y trato, pero no recuerdo.

»¿Somos amigos?

-Ya te había dicho que sí.

-¿Cuándo? Este lugar es bonito, pero ¿dónde estamos?

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