2. ESTO ES GROTESCO

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AQUELLO QUE NO DEBO HACER
BORRADOR CAPITULO 2
ESTO ES GROTESCO

Siempre lo supe: debido a esta personalidad petulante y testaruda que poseo, intentar convidarme paciencia resultaba inútil. Ya que nunca supe como debía comportarme acorde a mi edad (mis compañeros y sus nimiedades siempre sacaban a relucir lo peor de mi genio), me vi imposibilitado para relacionarme con personas contemporáneas, y sintiéndome constantemente alienado resolví (para hallarme en una situación confortable), adelantar todo lo que pudiese del sistema escolar con el resultado graduarme mucho antes de tiempo y el plan de seguir con el mismo proceso en mis estudios superiores. El nivel de exigencia nunca representó una barrera para mí pues afortunadamente he poseído un buen coeficiente intelectual (el único aspecto positivo de mi persona).

Lamentable situación para mi inexistente paciencia era el hallarme en un escenario en el cual la requería mucho: la universidad. Yo, que podía estudiar en cualquier instituto que deseara o aspirase, quedé varado en la ciudad de Medellín para poder persistir al lado de mi padre. El problema no era la ubicación, más bien el hecho de ser una universidad pública.

Mientras cruzaba el pequeño puente al lado de la fuente que en ese momento no estaba funcionando, dediqué un par de minutos para observar El Hombre Creador de Energía, y seguí caminando al museo universitario... disfrutando aquella soleada mañana de sábado de la tan adecuadamente nombrada <<tensa calma>> que pululaba en la ciudadela de la Universidad de Antioquia. Yo estaba agradecido de haber podido terminar con el último examen de mi primer semestre, a pesar de las múltiples interrupciones, entre asambleas públicas, marchas, tomas del bloque administrativo, e incluso actos vandálicos que dispararon una y otra vez las alarmas de evacuación del lugar... en que lio me había metido por el deseo de permanecer al lado de la persona que más amaba, al menos, estaba estudiando algo que me agradaba.

Ahora, mi mal ponderado orgullo se posicionó como uno de los múltiples obstáculos en el transcurso de mi vida estudiantil: no quería renunciar, no quería ceder a la idea de trasladarme de universidad hacia un instituto privado para ser sometido a una enseñanza de grado muchísimo menor (y es increíble reconocer que a pesar de los disturbios continuaba siendo la mejor); mi escuela acababa de defender el primer puesto ante los programas homólogos a nivel nacional; y gracias a mi estúpido orgullo no iba a abandonar ahora aunque aquello representara asistir a clases exponiendo mi integridad personal y acostumbrarme a semestres de hasta diez meses (en vez de los típicos seis), e incluso la cancelación de vacaciones para reorganizar el calendario académico.

La frustración comenzó a recorrerme el cuerpo mientras delineaba mentalmente mi futuro en aquel lugar.

De forma consciente tomé la ruta más demorada para llegar a casa. No quería hacerlo pronto pues aquel territorio había mutado transformándose en la más atemorizante de las prisiones, donde mis más sórdidas pasiones jugaban continuamente a torturarme burlándose de mi estúpida condición de nacimiento: un niño aún, un hijo, un paria vetado de cumplir su verdadero precepto de vida; al mismo tiempo, no soportaba alejarme de mi cárcel personalizada (equipada con todos los aditamentos para provocar mi sufrimiento), yo volvía siempre, desesperado, en búsqueda y espera de mi amado carcelero... anhelante, siempre anhelante; era, definitivamente, un masoquista enfermizo (y nunca dejé de serlo).

Tras descargar mis pertenencias y refrescarme ignorando el llamado a ingerir la comida del medio día, salí en busca de lo necesario para la celebración de la noche: caminé con paso cansino hasta el Colegio Calasanz Femenino donde pacientemente esperé a que saliera la pequeña Clara tras terminar unos trabajos en grupo y las actividades de clubes extracurriculares, y juntos nos abastecimos de crema de helado de vainilla, la torta de cumpleaños (de exagerado tamaño a mi parecer y de la cual ella también, como siempre, eligió el sabor), dulces, serpentinas, y demás que pudiésemos llegar a necesitar.

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