Capitulo 8

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Tras aquella escapada cuando estaba de quince semanas, al final de cada semana, durante las cuatro que habían pasado, hicieron el mismo recorrido en coche una y otra vez, olvidándose de todo y todos, centrándose únicamente en ellos y su relación. Consiguiendo así que esa sensación que tenía respecto al paso de los días, se fuese extinguiendo poco a poco.

Ya no saltaba tanto cuando escuchaba el teléfono móvil de Alexander sonar. Lo que era un logro. Aunque su corazón se aceleraba, y se ponía un poco nerviosa, no era lo mismo que antes. Y eso era gracias a su maravilloso soldado.

Por regla general, durante los años que llevaban juntos, se había acostumbrado a sus marchas, aunque todavía seguía odiándolas a muerte. Aun así, no se ponía tan histérica como ahora, y creía que la culpa de eso, era el embarazo. Con todas las subidas y bajas de emociones, convirtiéndola en una montaña rusa de sentimientos, iba de un extremo a otro sin aviso alguno. Pasaba de la risa al llanto en un nanosegundo. Y era inevitable. Pero así eran las cosas. Estaba esperando un bebe y las hormonas hacían auténticos estragos en la mama. Y ella no era diferente.

Sobando su barriga, metida en el interior del mustang, con un Alexander ausente tras repostar en una de las gasolineras que les pillaba de camino a casa, cerró sus ojos por un momento. Estaba cansada. El peso de la barriga afectaba a sus tobillos y espalda. Tenía sueño cada dos por tres, y sentía que podía comerse una vaca entera, si solo le daban una oportunidad.

Creía al cien por cien, que era porque su pequeño estaba creciendo. Lo que era normal, ya que tenía un periodo de tiempo limitado, para ganar todo el peso y madurar lo suficiente para estar preparado para cuando llegase el momento del parto.

Mirando por la ventanilla del mustang, observo como su soldado se comía la distancia que había entre ellos, con aquel par de potentes piernas. Llevaba una bolsa en la mano y suponía que eran refuerzos para aplacar el hambre de los dos. Su chico seguía siendo un hombre espectacular en todos los sentidos, y ahora que había alcanzado los veintiocho años de edad, se había vuelto un poco más maduro de lo que ya era. Aunque seguía teniendo esa vena infantil que tanto le gustaba, su picardía y travesura, eran partes importantes de él, que no quería que desaparecieran con el paso del tiempo.

Alex rodeo el morro del coche, abrió la puerta del conductor y se sentó en su asiento. Pasándole la bolsa para poder abrocharse el cinturón de seguridad.

Ella husmeo el interior y gimió de gratitud al ver la bolsa amarilla de m&m en el interior. Una botella de agua con sabor a manzana. Una ensalada de frutas y cuatro paquetes de sándwiches.

--¿He dicho ya que eres un autentico sol?

Alex se rio suavemente mientras giraba la llave y encendía el motor, que ronroneo para ellos con gusto, avisándoles de que estaba dispuesto a correr como si los perros del infierno los persiguieran, porque estaba en su naturaleza, ser rápido sobre la carretera. Su chico no le daba el debido trato al pobre auto, porque no pisaba mucho el acelerador, pero aun así, era una maravilla ir montada en aquel precioso coche.

--No, pero se agradece, diablillo.

--Pues lo eres. Eres un solete. Mi solete.

--Otro mote no, por dios.

Riéndose, desecho sus palabras con un movimiento de la mano.

--Tranquilo, siempre vas a ser Mi Soldado y eso nunca va a cambiar.

--Eso espero.

Su chico estaba un poco arto de los motes cariñosos y lo entendía. Cada pocos días se le ocurría uno nuevo, aes que el pobre hombre ya no sabía por cual contestar, aunque había uno que nunca fallaba, y era Soldado. Ese era el primero y principal y nunca lo dejaría de lado, porque le recordaba que esa maravillosa persona que compartía su vida con ella, era un hombre extraordinario. Un soldado de pies a cabeza, del que estaba malditamente orgullosa.

Mi Soldado; Esperando a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora