Capitulo 20

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Cuarenta semanas de embarazo eran un hecho, de que había llegado al punto álgido del embarazo y era consciente de ello. Con las manos apoyadas en la pared del pasillo, se balanceaba rítmicamente de un lado a otro sobre los pies, esperando pacientemente a que la contracción que sufría en esos momentos, pasase. No eran cada tres o cinco minutos, pero ya eran bastante más intensas y regulares que las sufridas durante la noche, y el dolor, ahora sí, conseguía doblarla un poco cuando la pillaba con la guardia baja como le acababa de pasar.

Usando el método de respiración que le enseñaron en las clases de preparación al parto y usando el balanceo para disminuir el dolor, paso por aquella contracción con bastante facilidad. La hora de conocer a Liv había llegado y no había vuelta atrás. La pequeña estaba lista para salir al mundo justo el día que salía de cuentas.

Nadie podía decirle que su hija no era puntual.

Tenía listo las mochilas de ambas, así que no se preocupaba. El teléfono estaba listo para llamar a Héctor, pero por el momento y hasta que no fuesen más seguidas no le gustaría hacerlo, pero dado que vivía un poco lejos, sería lo más adecuado.

Incorporándose despacio a una posición erguida, llevo una mano a la parte baja de su abultado vientre y otra a sus lumbares y suspiro.

Cada contracción era un paso más cerca del alumbramiento, así que procuraba no pensar en cuanto le quedaba por delante o en lo doloroso que pudiera llegar a ser. Su mente estaba centrada en conocer a su hija y en nada más. Intentaba mantener una buena respiración, se balanceaba para pasar por el dolor y esperaba a por otra. Esa iba a ser su rutina, al menos hasta que los doctores le impidieran el movimiento por cualquier cosa.

Agarrando el teléfono móvil, pulso la tecla de marcación rápida que la llevaba directamente a Héctor y se coloco el pequeño aparato en la oreja.

--¡Buenos días!

El enérgico saludo le alegro. Durante los últimos meses, Héctor se había calmado lo suficiente como para empezar a disfrutar del embarazo de Anne. Su energía y el ánimo desplegados en ese saludo, le agrado.

--Hola. Héctor, necesito que vengas a por mí.

--¿Eh?

--Ya llega.

--¿Quién llega?

Rodando sus ojos, se sentó cuidadosamente sobre el brazo del sofá.

--¡Tu sobrina! Estoy de parto.

Arqueando las cejas ante el fuerte ruido al otro lado de la línea, alejo el teléfono de su oído.

--¿Héctor?

La maldición del hombre sonó a lo lejos.

--¿Qué pasa?

--¡Perdón! He soltado el móvil sin querer.

Sin poder evitarlo y dado que se imagina su cara de impacto y el modo en el que su teléfono habría resbalado de su mano, se echo a reír. Si no amara a Alexander como lo hacía, estaba segura que hubiese caído por aquel enorme y tontorrón hombre. Sin embargo, su corazón era propiedad de un enérgico soldado al que amaba con locura.

--¡Estoy en camino! No hagas nada estúpido. Sienta tu culo en el sofá y espera por mí. Tengo la llave de la casa, así que no te muevas. ¿Me oyes? ¡No te muevas!

--Si, si. Conduce con cuidado. Aun queda tiempo para el parto, pero me gustaría que estuvieses aquí para poder ir al hospital cuando sea necesario.

Mi Soldado; Esperando a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora