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El tamborileo, ansioso, de los largos dedos sobre el lujoso escritorio de caoba ya rojiza por lo antiquísimo del mueble, retumbaba con fuerza a través de las cuatro paredes de la pulcra habitación. Aún se sentía ajeno a éste lugar que, con tanto esmero había adaptado Tony, únicamente para sus sesiones.

Dicho esto, no era de extrañar que estuviese a la espera de él, algo normal, estaba ya acostumbrado a lo impuntual del castaño. Sin embargo, hoy no estaba en su humor habitual. Los celos se mezclaban briosos con su sangre, recorriendo cada pulgada de su anatomía, inundándolo de una ira incontenible.

—¿Quiere que encienda el televisor? Bien puede divisar al señor Stark en las noticias, dudo mucho que lo encuentre arañando la madera. —Gruñó ante la voz artificial que le recriminaba, asintiendo aún con los dientes rechinando del coraje. Acomodándose mejor en el asiento, no le quedaba claro todavía el porqué del estilo tan suntuoso, parecía un trono.

El sonido de la estática le dio paso a la suave voz de una reportera, ella narraba con sumo escepticismo el ataque ocurrido la semana pasada en Industrias Stark, el cómo una secretaria terminó brutalmente masacrada y la posible amenaza de muerte a la actual CEO, Virginia Potts.

Steve dibujó una sonrisa altanera en su rostro, cuando un muy enfadado Anthony, declaraba la guerra a quien fuera el infeliz, autor de semejante agresión. Se jactaba de tener los medios necesarios para encontrarle y destruirle. El mercenario rió abiertamente, a menos de que le ordenase ejecutarse con el aclamado harakiri, no veía posible el asesinarse por cuenta propia. Al final de cuentas se mantuvo al pie de la letra, Pepper nunca fue herida...Solamente le dejó una pequeña advertencia.

El clic proveniente del pestillo de la puerta al abrirse lo sacó de sus pensamientos, el holograma frente a él se desvaneció, con todos sus sentidos en alerta enfocó los objetos que yacían en el escritorio. Tony odiaba que los manchara o inclusive moviera un mísero milímetro de su posición original. Un bolígrafo de plata, varios folders con el logo de la empresa, unos cuantos con el escudo de H.Y.D.R.A. y bajo estos se asomaba un documento membretado de S.H.I.E.L.D., por último, en la esquina inferior de la superficie reposaba una vieja libreta, con la pasta de cuero, bastante desgastada y vieja cómo para ser suya. Ignorando las voces en su cabeza que le ordenaban no tocar las pertenencias ajenas, sobre todo las que eran propias de su amo. Pasó las páginas una a una, atento a cada línea, los trazos hechos con fluidez, ilustrando en conjunto la vida de la época. Las personas que una vez representaron su mundo, aquella caligrafía tan fina y cuidada. Y en la contra portada, su nombre.

—La encontré entre las cosas viejas de Howard, creí que te gustaría tenerla, ya sabes...Cómo un incentivo, un premio para mi preciosa mascota. —Se sobresaltó, dejando caer el cuaderno de sus manos, provocando un ruido seco contra la extensión de madera. —¿Qué te he dicho sobre tocar mis cosas? —El choque mentolado de su aliento, le tensó al instante, no notó el momento en el que había entrado y mucho menos cuando se sentó sobre el escritorio, tomándole de la barbilla, encontrando sus miradas.

Superior Iron Man no cabía de la dicha, las irises del soldado eran adornadas por motitas carmesí, el pulso retumbaba acelerado en su muñeca, le tenía atrapado, a su merced. Inhaló el aroma de su esencia una vez pegó su cara en su cuello. El sudor, la colonia y la sangre seca cómo componentes básicos, subiendo luego hasta su oído para suspirar, sintiendo un escalofrío envolver al intimidado. Posteriormente regresó a la posición inicial y continuó.

—Tienes tres segundos para quitar tu trasero de mi silla antes de que te asesine.—La armadura endosimbiótica se hacía presente, escalando en un hilillo por su antebrazo libre de tela, manía suya el portar las camisas arremangadas, enfundando su mano en una especie de guante, las puntas de sus dedos se revistieron de cuchillas con las que acarició su mentón, del índice brotó un gancho que por la presión ejercida, abrió una herida de la que generosas gotas de sangre emergieron; la lengua del millonario paseó sobre ésta, deleitándose con el sabor ferroso. Steve tragó en seco, creando distancia en un periquete. Poniéndose de pie, evitando el contacto visual, rodeando el despacho por la izquierda antes de tomar asiento en el diván del otro lado de la habitación.

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