Capítulo 2.

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Casi dos putos días de vuelo. Dos días encerrada en un avión sin poder fumar ni un puto cigarrillo. Me estreso mucho. No volveré a Australia por el simple hecho de que la idea de estar casi dos días en un avión, no me atrae para nada. No.

Bajé con unas ganas de fumar impresionantes, pero esperé a tener las cosas y mi Riki. Cuando lo tuve todo, le pagué a un taxista para que me llevara las maletas hasta mi nueva dirección, ya que con la moto no puedo llevarlo todo. Me fumé un piti y puse rumbo a lo que sería mi nueva casa.

Al llegar, aparqué la moto y ví que ya estaban mis maletas en el vestíbulo. Subí con el ascensor hasta el ático. Esperaba que ahí no viviese una vieja chocha de 80 años con 46 gatos, o una família con dos niños pequeños que solo saben chillar y corretear por todos lados. Los odio, ellos me odian a mí y así todos en paz..

Toqué la puerta y cuando esta se abrió, un chico de metro ochenta y cinco, moreno, con los ojos como avellanas y con un cigarrillo en la boca salió. "La madre que lo parió", pensé yo. Se me quedó mirando de la misma manera que yo a él y, como no reaccionaba, le tuve que quitar el cigarro de la boca.

- ¿Me dejarás pasar o no, imbécil? - Dije yo con tono frío y dándole una calada al cigarro.

- ¿Para qué tendría que dejar pasar a MÍ casa una tía como tú? - Me dijo mientras enarcaba una ceja.

- Pues... mmm... ¿Porque soy tu nueva compañera de piso? 

- Ah... en ese caso, pasa. - Dijo el imbécil este mientras me dejaba pasar a su... casa, o mejor dicho, cuadro gigante.

Era la casa que siempre me habría gustado tener. Paredes de ladrillos con graffitis, sofás enormes, tele de plasma, cocina americana, una pared ventanal con vistas de todo Bradford, un piano... cuestión, un sinfín de cosas que hacían que esta casa fuese perfecta para vivir en ella.

- ¿Quieres que te ayude? - Dijo el chico moreno.

- No necesito ayuda de un tío como tú. - Dije poniendo mi mejor sonrisa falsa.

- Ok. Intentaba ser un poco simpático, pero veo que eres como yo. Tu habitación es la del fondo a la derecha. Tiene baño propio y una terraza con escaleras que te llevan a la azotea. Si necesitas algo, te buscas la vida. Estaré en el salón. - dijo contestándome con la misma sonrisa falsa que yo le había propinado.

- Imbécil... - dije susurrando.

- Mocosa... - dijo susurrando lo suficiente alto como para que yo lo escuchara.

Me dirijí a mi habitación y era... perfecta. Paredes blancas, suelo de parquet, una cama doble sin cabezal con las colchas blancas, una mesilla de noche con una lámpara, un perchero de metal con perchas, una mesa con otra lámpara, un espejo de cuerpo entero justo enfrente de la cama y una puerta corredera que daba a una terracita con un banco, plantas y, efectivamente, una escalera que llevaba hasta la azotea. Abrí la puerta que estaba a la derecha del perchero y me encontré con un baño de color azul turquesa, una bañera antigua con ducha y las paredes llenas de cuadros. Perfecto.

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