CAPITULO 1: ¿QUIÉN ERES?

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"Tranquilo ya pasaste por esto"

Diana apretó el móvil entre sus manos. Agitada. Pero no lo daba a notar. Soltó un suspiro. Sus cuatro mejores amigas habían desaparecido en lo que iba la noche y si el instinto no le fallaba...ella podría ser la siguiente en desaparecer.

- ¿Quién eres? – preguntó al teléfono. Nadie le respondió. - ¡Joder, me has estado llamando toda la puta noche! – gritó desesperada. Tenía dieciséis llamadas de ese número y ni siquiera sabía de quien se trataba – tú...tú las has llevado contigo...- farfulló Diana, refiriéndose a sus amigas, el miedo cada vez se apoderaba de su cuerpo, ni siquiera estaba segura de querer escuchar aquella respuesta que tontamente ya sabia.

- Se dónde estás ahora – le respondió él. Tan mecánico y relajado. – te estoy viendo. - Diana solo logró ponerse más nerviosa al oír esas palabras. Miró a ambos lados de la habitación, estando completamente sola pero aun así podía jurar que veía siluetas entre las sombras, solo una mal jugada de mi mente, llego a pensar. – así que...escucha, necesito que salgas de la habitación en donde estás.

- No lo haré. – respondió ella. Nerviosa. De alguna forma se sentía a salvo en aquella habitación, al menos las sombras no podían hacerle daño.

- Nena, tienes dos minutos para salir de tu preciosa habitación ¿vale? O si no me tocará a mí tener que sacarte de ahí... si es que no nos quedamos un rato a probar la cama... 

- ¿Vas a matarme? – susurró  Diana. Apunto de derramar las primeras lágrimas de la noche.

- Sal de la habitación. – le dijo serio. Sin escrúpulos, como siempre. – o esta vez te juro que mato a una de las putas que me he traído. – y rió por el teléfono. – no, no...quiero decir "tus amigas"

  Diana salió fugaz de su habitación. Casi corriendo, jadeante y con el pánico en la garganta.
- Eso es...- susurró él, por el teléfono. – ahora ve a la cocina. -ordeno seriamente.

Y entonces, una ligera idea se instaló en la mente de Diana. Colgó el teléfono y corrió con todas sus fuerzas hasta la puerta principal de la enorme mansión de sus padres en Las Vegas, pero cuando intentó abrir la puerta...ya era demasiado tarde.

- Ah, ah. – negó él. – te dije que vayas a la cocina. - Diana sintió las manos de aquel hombre apretarle la cintura, sintiendo el contacto de su piel con la suya, tibia, temblorosa, suave, un desliz jodida mente provocador y sensual, pero que a la misma vez la sumía con salvajismo entre los brazos de él. Obed le tapó los labios a la misma vez que obstaculizaba su respiración. Y antes de que ella pudiera caer desmayada, susurró algo en su oído. – resultaste más guapa que las demás, eso... -delicadamente se hundió entre el cabello de Diana, entre su apetecible olor, la estaba dejando sin conciencia, y poco a poco se sentía dueño de ese cuerpo que ella manejaba. Ese, que empezaba a ponerle. – me gusta.  

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