CAPITULO XI - El Desayuno

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Al otro día ya me encontraba despierto y aseado, estaba parado frente al paredon de la cocina intentando picar una cebolla con un cuchillo que no tenía filo. Había aprendido a concinar muy pocas cosas, no era muy bueno en ese arte, pero la obligación de tener algo para alimentarme me había vuelto profesional hirviendo agua y fritando huevos.

Temprano en la mañana había ido al supermercado a comprar algunas cosas que hacían falta, entre esas, eran unas tostadas de mantequilla que me gustaban mucho, un poco de café, leche, huevos, mantequilla, y en las afueras del super, compré un ramo de flores que una viejita estaba vendiendo.

Tomé el café, el plato con las tostadas y el huevo y me senté en la mesa a disfrutar de ese pequeño banquete. De repente saltó a la mesa Limbo, el gato sarnoso. Le había puesto ese nombre ya que alguna vez se había debatido entre la vida y la muerte, fuimos nosotros quienes lo salvamos ese día bajo la lluvia. Sigilosamente me agaché a tomar el zapato que había quitado de mi pie, lo tomé y me dispuse a tirarselo, golpearlo y knockearlo, pero sorpresivamente al subir mi cabeza por debajo de la mesa, ya estaba sobre mi plato con mi tostada entre sus dientes, se quedó estático, podía escuchar su corazón reventar de sus palpitaciones tan aceleradas, nos mirabamos fijamente esperando a que el otro actuara, pero tomé la iniciativa. Lancé el zapato y él lo esquivó, salió corriendo y se escabulló con mi desayuno por la ventana más cercana. Quise quebrarle algunas costillas pero una vez más se escapó.

Me levanté muy enfadado de la mesa, fuí a buscar el zapato que había caído lejos de la cocina, al volver me acerqué a la nevera a buscar una nueva tostada, la saqué, fuí a la mesa y me senté de nuevo frente a mi desayuno.

Mientras lo tomaba, recordé que no había recibido respuesta alguna de la carta que le había enviado a Jolie. Notaba que ella era algo extraña, no sabía las cosas que escondía ni las cosas que expresaba normalmente. Sólo habíamos tenido dos encuentros, de los cuales uno me había encantado.

Cuando me disponía a tomar el último sorbo de café, entró por la ventana un pedazo de papel blanco, con unas letras en color rojo.

Usualmente las cartas que contenían color rojo, eran las que llegaban del juzgado dirigidas a mi abuelo, y aquellas facturas de los servicios de la casa.

Al tomarla, percibí que no era nincuna de las antes mencionadas, era una carta hecha por alguien. Quizás el cartero se habría equivocado de casa, nunca antes había recibido una carta de alguien, y mi abuelo tampoco.

Al abrirla decía : "Hola Robert, es un gusto saludarte, me temo que

tendremos que hablar de muchas cosas y luego de eso

muchas cosas cambiarán, te espero esta noche en la

banca del parque, 8pm. "

Jolie.

Por un momento Robert se sintió halagado de que una mujer le hubiese enviado una carta, esta no era precisamente una carta de amor, pero lo hacía sentir bien. Sin embargo, un sentimiento de angustia lo invadía, era algo lógico que se sintiera así, cualquiera lo haría si su enamorada u enamorado le dijese, "tenemos que hablar" y peor aún si le dicen "muchas cosas cambiarán".

ENTRE LUNA Y YO -Primera TemporadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora