Capitulo 4. Trabajo

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Cuando salimos de la gran mansión de Gherard, montamos en un vehículo de lujo. No era la típica limusina en la que nos llevaría el chofer, como la última vez que compartimos vehículo, ya que eso implicaba que él pudiera manosearme a su gusto. Supuse que Gherard quería asegurarse de que cumpliera con el cometido y lo medía todo al milímetro.

Por el camino, quise saber en qué consistía mi misión y Gherard me explicó que tenía que seducir a un político ruso muy importante que estaba metido hasta el cuello en su mundo de drogas, sexo y alcohol, pero que tenía unos documentos que podrían acabar con la mafia Vlad. Gherard me dijo que hiciera todo lo necesario, pero me pidió que el sexo fuera la última baza que usara. No lo entendí demasiado bien, aunque después supuse que sería porque él querría probarme primero. Fuera como fuera, no me apetecía nada estrenarme con un desconocido, por lo que por una vez, le haría caso.

Estaba frente a las puertas de un gran hotel, pensando cómo hacer que ese hombre se fijara en mí. Con este vestido con el que yo me sentía muy incómoda seguro que se fijaba, además de las joyas y el abrigo lujoso que Gherard me había pedido que llevara. Y si esto no salía bien, ni Charlie ni yo viviríamos mucho para contarlo.

Mi misión comenzaba en la subasta que tenía lugar en el hotel. Gherard me había dado muchas instrucciones y objetos para que saliera bien, entre ellos, un cheque, una pistola que iba escondida en mi bolso, un carnet de identidad falsificado y un walkie para avisarle de que entrara a por su objetivo. Y lo peor era que tenía que llevar una peluca rubia  para que las cámaras del hotel no me registraran y por tanto, no pudieran detenerme. Odiaba las pelucas, pero no iba a desobedecer a Gherard.

La subasta se celebraba en un gran salón del hotel, apartado de todo. Con mi falsa identidad de una ricachona recién llegada a Rusia, me dejaron entrar y me sentaron al lado de mi objetivo.

No tardó mucho tiempo en reparar en la belleza que tenía a su lado, o sea, en mí.

-Hola, preciosa. Soy Dan Maxwell.

-Gina Simon. Acabo de llegar a Rusia y decidí participar en la subasta, aunque es la primera vez que lo hago.

-Es muy fácil, Gina. Todos los días se celebra una subasta en este hotel. Si quieres, podríamos tomar una copa y te lo explico y así mañana, vendrás a la subasta con las ideas claras.

-Eso sería fantástico. Además, como acabo de llegar, me encantaría hacer amigos.

Dan se levantó y yo le seguí sonriente. Pensé que iríamos directos al bar del hotel, pero me llevo a su habitación. Allí, se acercó al mueble bar y se dispuso a preparar dos copas, una para él y otra para mí. Y pensé que sería buena idea emborracharlo, aunque los rusos estaban muy acostumbrados a beber, ¿no?

-Aquí tienes, hermosa.

-Gracias, Dan. 

-Es un auténtico placer.

Los dos brindamos y bebimos de un trago. Observé que Dan me miraba con lujuria y me acerqué al mueble bar a coger más bebidas. Después, me senté sobre él con una botella de vodka en la mano y le dejé besarme y tocarme tal y como él quería, eso sí, haciéndole beber todo el tiempo, hasta que finalmente, cayó dormido sobre mi pecho. Encendí el walkie y Gherard no tardó en entrar con sus hombres que apartaron a Dan de mi cuerpo. Me puse el abrigo y me abracé a mí misma. Jamás había hecho algo así y había pasado mucha vergüenza.

-Lo has hecho muy bien, Melisa.

-Gracias, Gherard.

-Vamos, chicos, regresemos a casa.

Los hombres que venían con Gherard se fueron por la puerta de atrás, al igual que nosotros. Los hombres montaron a Dan en la limusina y siguieron un camino diferente al que seguimos nosotros, que fuimos directos a casa. Me preguntaba si todos los trabajos que Gherard tenía para mí eran así, seducir a hombres para que después él se ensuciará las manos.

Cuando llegamos a su mansión, me quité esa peluca y quise cambiarme también de ropa, pero Gherard me inmovilizo al cogerme de la cintura.

-Estás preciosa y has hecho muy bien tu trabajo.

-Gherard… Me gustaría saber algo…

-Claro… Dime.

-Los trabajos que haré para ti… ¿Se parecen a éste?

-Creo que no estaría bien que una hermosa mujer como tú se ensuciase las manos. A fin de cuentas, cuando salde la deuda con Charlie, seréis libres y no quiero que estés metida en esta mierda de forma permanente.

-¿Y cuándo ocurrirá eso?

-Aún no lo sé con certeza. Hay muchas más cosas por hacer. 

-¿Qué?

-Como por ejemplo, recompensarte por tu trabajo.

Gherard me cogió en brazos y me llevo hasta la cama. Me miró por unos instantes y se tumbó sobre mí, comenzando a besar mi cuello. Sabía que este momento llegaría, pero no quería hacerlo. Debería resignarme, aunque estaba segura de que todo acabaría igual: Él no cumpliría su promesa.

Quise pensar en otra cosa, cuando sentí mordiscos en mi cuello. No eran dolorosos, sino todo lo contrario. El placer empezaba a recorrer mi cuerpo como una droga al igual que los suspiros que salían de mis labios.

-Dime una cosa, Melisa –me sentó a horcajadas sobre él-. ¿Cómo has dejado KO a Dan?

-Le emborraché.

-Buena táctica que espero que no uses conmigo porque no te funcionaría y me cabrearía mucho.

-Yo jamás te haría algo así… Yo también cumplo mis promesas y te dije que haría cualquier cosa.

Sentí algo duro bajo mi cuerpo, así que me levante para quitarme el vestido, dejando entre ver mi lencería de color negro, lencería que también habían comprado para mí. Gherard me miró con una sonrisa de suficiencia y se dispuso a quitarse la ropa, excepto los bóxers. Y ahora, estaba en un aprieto. Tenía que llegar hasta el final, aunque me doliera y quisiera escapar, pero jamás le diría que era virgen. Eso le cabrearía o quién sabe… En verdad, no conocía nada a Gherard ni quería hacerlo. Para mí, era una mala persona y solo cuando estuviera lejos de él, me sentiría mejor.

Gherard volvió a tumbarme en la cama y él sobre mí, acariciando con lentitud cada parte de mi cuerpo que quedaba expuesta a sus manos y su lengua. No podía evitar reaccionar ante eso, la verdad es que me gustaba lo que hacía como mujer, pero…

No pude moverme ni evitar jadear cuando metió su mano bajo mis braguitas, acariciando ese lugar de deseo que ya empezaba a humedecer en mí. En mis relaciones casi siempre llegaba hasta ese punto, pero después pasaba algo que nos hacía detenernos. Quería que él parara, deseaba que ocurriera lo mismo de siempre, pero estaba segura de que no pasaría. Gherard siguió acariciándome ahí con experiencia y finalmente se atrevió a meter dos de sus dedos en mi interior. Grité de gusto ante esa nueva y desconocida caricia para mí. Gherard me sonrió y entonces bajó su cabeza a mis piernas. No sabía qué iba a hacer hasta que sentí como me retiraba las braguitas y acercaba su lengua a esa parte tan sensible de mi cuerpo. Jadeé al sentirlo mover la lengua en todo su esplendor. Empezaba a gustarme lo que hacía Gherard, a gustarme mucho.

Sin embargo, de repente y sin previo aviso, él paró. Le miré sin entender y él me miraba con mala cara:

-¿Eres virgen?

Decidí no responder a eso, ya que era una pregunta tonta y si él la hacía era porque había descubierto la verdad. Gherard gruñó, se vistió y se marcho de allí sin decir nada.

Odio amarte tantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora