Siete de la mañana. El despertador siempre sonaba a la misma hora. Se sentía orgulloso porque gracias a eso podía llegar puntual a clase.
Como todos los días, su compañero de piso le estaba esperando en la cocina, con la mejor de sus sonrisas. Y esque nunca le había visto enfadado con él. Bueno, recordaba una vez en la que su amigo le había insistido en ir a Nueva York y esa semana salían para 100 afortunados de toda España becas para ir a estudiar allí un año.
Al principio no le molestó que Tomas quisiera conseguirla, porque se lo recordaba cada semana, pero cuando quedaba una semana para que salieran las becas, se lo recordaba cada minuto, cada segundo... y se cansó de su compañero de piso.
Cogió un documento del viaje (aprovechando que era el día de los inocentes) y fingió que a su amigo le había tocado la beca.
Tomas lloró de la alegría pero cuando su amigo le dijo que había sido todo una inocentada, salió de casa y no volvió hasta la noche siguiente.
Daniel ya se había preocupado, pero le pareció normal el enfado.
-Algún día te lo devolveré- dijo Tomas riendo.
Desde ese día no le había pasado nada pero se esperaba una broma parecida.
Se acercó hasta la mesa donde ya estaba preparado el desayuno y se sentó:
-Buenos días, ¿Has podido dormir mejor que ayer?- le preguntó Tomas alegremente.
-He tenido que empezar a estudiar algunas asignaturas para no quedarme atrás, pero por lo demás bien- le dijo con mala gana.
La universidad había empezado hacía unas semanas y, como siempre, quería ser el primero de la clase en todo. Le gustaba mucho estudiar arte, pero lo que más le entusiasmaba eran esas películas del lejano Oeste de la 1 (aunque no podía verlas con regularidad) y leer. Leer era su pasión. ¿Cuántos libros había leído a lo largo de su vida? No llevaba la cuenta ya, pero de cualquier libro del que le hablaras sabía algo.
-Tú como siempre tan trabajador- dijo su compañero de piso-. Yo aún no he empezado a leer el primer apartado de filosofía de la semana pasada.
-tÚ como siempre tan vago- rió Daniel-. Bueno, me voy a clase. Llámame si necesitas algo, ya sabes- dijo el chico.
Dani era trabajador. Desde pequeño le habían enseñado en casa que si no estudiaba no llegaría a nada en la vida y después de estudiar más de cuatro años su carrera de ingeniería, había decidido empezar como historiador, gracias al dinero que conseguía de trabajando en la biblioteca municipal.
Cogió el metro, ya que en esa enorme ciudad de Madrid lo de ir en autobús o en el viejo coche de su padre le parecía una aventura demasiado peligrosa, por el simple hecho de buscar aparcamiento.
Al llegar a la puerta de la universidad cruzó unos cuantos saludos con unos colegas que fumaban y entró. No fue directamente a clase, porque había decidido quedar antes con Sandra, una amiga de un curso superior a la que había conocido una vez que estaba en la cafetería. Se acordaba perfectamente. Ella llevaba su café de cada mañana en la mano mientras Daniel leía un artículo del periódico que trataba sobre el descubrimiento de un nuevo libro antiguo.
El chico se acercó hacia la barra para pedir un descafeinado pero chocó contra ella porque se había concentrado en su lectura. La bebida caliente le cayó encima y Daniel cogió varias servilletas para limpiarlo pero lo extendió más, lo que provocó la risa de la chica.
Desde aquel día se habían encontrado varias veces en la cafetería y después de pasarse los whatsapps, habían quedado en el cine, el parque, etc. para conocerse mejor.
Sólo habían pasado unas semanas desde su ingreso en la universidad pero ya tenía a alguien en quien confiar y a quien preguntarle dudas sobre alguna asignatura, ya que ella había estado 1 año allí.