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Sentí el pegoteo de sus patas finas rozándome los dedos de los pies. La sacudida reflejo la dejó a cierta distancia y, remojando mi pie bajo la ducha, la maldije por aparecer cuando no podía aplastarla. Agarré lo primero que apareció a mi alcance, el jabón líquido, nuevo, con olor a vainilla, que había comprado esa misma tarde. Le tiré un par de chorros hasta que acerté y la cubrí de espuma. La cucaracha dio pasos que luego retrocedió y se detuvo, para empezar a moverse compulsivamente, como si enloqueciera, si se llevara las manos a la cabeza diciendo "¡Oh Dios, qué ha pasado!". No aguantó más de unos segundos; finalmente, se retorció en un giro y quedó tendida patas para arriba.

Me asaltó la duda de por qué las cucarachas siempre mueren patas para arriba. Así aparecen muertas. ¿Sería posible encontrarlas de otra forma? Siempre que uno no las pise, porque al aplastarlas la regla no vale, sólo queda un montón de puré embarrado en pisos y zapatos. Cerré la ducha y me envolví con el toallón rosado, rumbo a la pieza.

- Apaga la luz y métete en la cama – dijo ella. No; no había nadie. Lo estaba recordando.

Con la luz prendida, me acosté y estuve mirando el techo fijamente hasta que amaneció.

TelarañasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora