30

1 0 0
                                    

Los números; eran letras. Estaban algo pegadas por el tiempo y la suciedad, pero las cartas no eran más que hojas arrancadas de un cuaderno. Comenzaba dirigiéndose a sí misma, "Escúchame, muñeca. Nos queda poco tiempo". Me pregunté si ya lo sabría. Estaba fechada en el año de su partida. Seguí leyendo.

Se ponía oscura de vez en cuando, verborrágica. Me llevó varias noches avanzar en la lectura. "¿Hay alguien ahí afuera? ¿Alguna vez?", suplicaba por momentos. Había manchas de sangre seca en una página, y la podía imaginar allí mientras escribía, llorando con desenfreno, como hacía cada cosa. Como se entregaba a sus pinturas, mi pequeña. Lamentaba estar leyendo tantos años después, tan privado de esos momentos, de contenerle los balbuceos, la inconsistencia de sus acciones.

No me sentía para nada bien. A veces se dirigía a él también, lógicamente. Le hacía promesas, le reprochaba infinitas cosas, lo maldecía y volvía a prometer. "Tú no sabías nada, imaginabas lo que querías. Nunca me preguntaste y nunca lo harías, ser directo no era lo tuyo. Te detestaba por eso, estaba bien que sufrieras. Pero no podré perdonarte que ya no estés... Dios, esto es tan difícil Mike. No merecías terminar así... Después de todo, finales, finales. Un final tan cruel, lleno de sangre, Oh Mike..."

La luz del amanecer me cansaba instantáneamente, no podía seguir leyendo. Los ojos se me cerraban con un vaivén pesado. Me costaba concentrarme en que la realidad actual era distinta, estaba totalmente dividida ahora, lecturas por la noche y días sin hablar, moribundo, con sueño. ¿Qué podía ser más real que aquello, en papel y cuerpo? ¿Quiénes eran los que realmente estaban muertos?

No sabía qué buscaba, pero seguía leyendo. No entendía por qué no me detenía, si cada lectura me hacía sentir afuera, más despegado de mí mismo. Más como una cosa que se salía de mi ser y adquiría inteligencia propia. Tenía la cabeza muy pesada y estaba tan fuera de mí, que nada podía tocarme, nadie podía hablarme realmente.

Por momentos me llevaba a pensar que siempre iba a estar solo con mi cabeza, solo dentro de mi cabeza. Su escritura era tan nostálgica y desesperada que hasta a mí me hacía sentir ahogado, confundido. Y cuando... odiaba esas partes. Cuando se enojaba con ella misma, y se despedía del mundo. A veces tenía que dejar de leer para no terminar de mandar todo al demonio. Me embargaba un asco profundo por mí mismo y todos los que seguíamos respirando como idiotas mientras ella ya no estaba. ¿Qué sabíamos de vivir, qué era la vida para nosotros? ¿Levantarnos y preparar café, echar una ojeada al diario, salir corriendo? ¿Correr? ¿Seguir corriendo atolondrados y reposar como marmotas estúpidas, como amebas inconscientes? Qué sabíamos de vivir... Éramos figurillas que se repetían eternamente, hasta el infinito. Con un sello en la frente de idiotas. Probablemente. Ya estábamos todos muertos...

Y entonces cruzaba Sylvia, acarreando suslibros. Indiferente. Ni siquiera pasaba cerca de mí, mi mente repelía suimagen. Veía un par de pies blancos que se detenía en la cocina antes deatravesar la puerta. Los pies susurraban y salían, nada más existía. Ah..., lamuerte. La muerte, Sylvia. La muerte nos llevaría algún día y podríamosdescansar. Me fastidiaba tanto, la mataría si eso pudiera devolver a Susie a lavida. Quizás, a veces lo pensaba... Seguíamos respirando como idiotas.

TelarañasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora