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Comencé a pensar que sería mala idea cuando sentí el nudo en mi garganta. Las ropas negras me entraban por los ojos como advertencias, desde mi precario escondrijo entre los pinos. De repente algo dentro de mi zapato me molestaba. Las ganas repentinas de salir corriendo.

Esperé que el grupo se dispersara un poco más y me moví silencioso entre los árboles, fuera de vista. La había divisado; se alejaba del resto desdoblando un pañuelo, se sonó la nariz. Lo suficientemente cerca como para sentir sus flores, el perfume que no podría pertenecer a ningún otro ser, me había visto. Blanco.

El blanco en su rostro se acentuó, las pupilas pegadas a las líneas de mi cara.

- Tú. – silencio. Largo silencio ante el cual quedé como estatua – No quiero verte.

Palabras casi escupiendo, se mordía los labios. No llorar. Hice lo único que me cruzó por la cabeza, abrazarla, hueco, retumbando en las entrañas. Parecía deshacerse a través de mis brazos, sobre mi camisa y los minutos que pasaban, desfigurándose.

- Verte. No está bien. Duele. – luchaba – Vete.

Me solté casi al instante, su rostro turbio.

- No sabía en qué otro lugar encontrarte.

- No dejes de abrazarme.

Se recostó sobre mí llenándose de un nuevo silencio, casi dormida. Las lejanas siluetas negras se mantenían estáticas a pesar de que el cajón ya estuviera bajo tierra. Nada ha pasado, cantaba el sol, su luz atravesando la frondosidad de los pinos, aire fresco. Una chica derrumbada en mis brazos.

- Todos ellos están aquí. Su familia, sus hermanos. Te matarían.

- ¿Doy la impresión de que eso me importe? – tironeó de mi brazo hacia los árboles.

- Ni siquiera debería hablarte.

- Alto, Susie. Ése es tu nombre, ¿correcto? Necesito saber quién eres. Detente un momento.

Se sostuvo de un tronco centenario y parpadeó varias veces, blanco, negro, blanco, negro, blanco.

- No puedo darte las respuestas que me pides.

- No entiendo.

- Ni siquiera deberías estar aquí.

- ¿Quieres que me vaya?

- ¡Intenta entrar en razón! – se desplomó junto a las raíces, una mota negra de carne blanca y luminosa en estado desfalleciente. Me incliné junto a ella.

- Sé que debe ser difícil. Lo que sea que hayas visto, oído...

- No es ése el problema.

- Mírame.

Los ojos negros más profundos que pudieran existir a través de lágrimas y otras sustancias. Una resbaló por su mejilla, tan brillante, cortante. Pero gritaba en sus enormes pupilas.

- ¿Él intentó matarte?

- No. Él se... Yo intenté detenerlo. – desvió la mirada – No he vuelto a dormir desde entonces.

No hacía falta explicar unas ojeras que me sombreaban la mitad del rostro. Similares a las suyas.

- Necesito...

- Es la verdad. – silencio otra vez y la recordaba tan mía, delgada escapando de mi alcance, pálida. Algunos autos en marcha – No tienes por qué creerme. Ya sé. Tampoco tengo nada que ocultar.

No parpadeaba porque al cerrar mis ojos volvía a escuchar el disparo, la explosión en mis manos, los latidos furiosos. Oleadas intensas de rojo, espesas corrientes, mis dedos empapados.

- No estoy segura de querer seguir con esto.

- Déjame acompañarte.

Pasó por alto mi brazo extendido y se adelantó hacia el camino de piedras sin dar señales de haberme escuchado.

- Susie.

Dos señoras de largos vestidos negros caminaron hacia ella. No quiero verte. Esa pequeña piedra en el interior de mi zapato. La gente, no me siento bien. Duele...

Y un estallido de sangre descontrolado en mi cabeza.

TelarañasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora